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EDITORIAL

Un IPC más fidedigno

Hace ya diez años que Alan Greenspan advertía que las estadísticas que miden el IPC podían estar sobreestimadas. En los países desarrollados, la base de cálculo del IPC (una cesta de bienes representativa de los hábitos de consumo en el país donde se elabora) se renueva cada diez años. Un periodo muy largo, sobre todo si se tiene en cuenta el espectacular aumento de la calidad de los bienes y servicios presentes en el mercado. Por poner un ejemplo, hace diez años, sólo los automóviles de gamas altas incluían el ABS o el airbag de serie. Hoy, prácticamente todos los fabricantes lo instalan en sus gamas medias, y los precios apenas han variado desde principios de los noventa. Otro ejemplo aún más evidente es la electrónica. Hace diez años, un ordenador personal medio, con una capacidad de procesamiento y almacenamiento de información diez veces inferior a lo que hoy tiene un PC estándar, era incluso más caro que su homólogo moderno. Y además, con la intensificación de la competencia y la apertura de mercados que España ha vivido en los últimos tiempos, cada vez son más numerosas las rebajas y las ofertas de los establecimientos comerciales a sus clientes.

No era razonable mantener los mismos métodos de medición y estimación de las variaciones de los precios si es que se quiere que el IPC muestre una imagen fiel de las variaciones en el coste de la vida; y en esto, la gran mayoría de los expertos están de acuerdo. De momento, el nuevo IPC no incluye precios hedónicos (los que reflejan las mejoras técnicas y de calidad de los productos), aunque sí va a reflejar las promociones, rebajas y ofertas, por lo que se trata de un primer paso positivo para reflejar la verdadera variación del coste de la vida.

Sin embargo, del mismo modo que se estableció un periodo transitorio de convivencia entre la peseta y el euro, donde los precios se fijan en las dos monedas para que los ciudadanos tengan la oportunidad de habituarse al nuevo patrón monetario, habría sido conveniente que el INE facilitara conjuntamente las cifras del IPC antiguo y del nuevo, para que los agentes económicos pudieran comparar entre una y otra. Máxime cuando la inflación interanual medida por el método anterior (3,5% según los expertos) no difiere tanto de la cifra oficial del nuevo IPC (3,1%).

Tiene razón Zapatero cuando señala que el INE debía haber facilitado también la cifra por el cómputo antiguo para eliminar toda sospecha de “maquillaje” estadístico. El IPC correspondiente a enero ha descendido, precisamente cuando todos sabemos que el precio de los carburantes y combustibles —que tanto impacto tenía antes— se ha elevado. No obstante, sería un error considerar que la medición “buena” era la anterior, mientras que la actual está “maquillada”. Es probable que la nueva definición del IPC le haya venido muy bien al Gobierno. Pero eso no quiere decir que Rato o Montoro sean los que han fijado los nuevos criterios de medición, ya anunciados hace unos meses por el propio INE.

Por ello, no sería prudente ni razonable poner en duda la probada independencia del INE, que ha seguido criterios estadísticos largamente contrastados y aceptados por todos los países de nuestro entorno.


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