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José T. Raga

Y al cuarto día descansó

Supongo que esta será la próxima propuesta al Congreso Confederal de UGT, pero, por el momento, se aspira a que el descanso llegue en el quinto. La propuesta es tan esperpéntica. que conviene hacer algún comentario.

La jornada semanal de cuatro días no tiene parangón en el panteón de los despropósitos. Por no ser, ni siquiera es marxista. El marxismo y, con él, el socialismo congruente, nunca ha regateado la aportación laboral de los proletarios para unos, de los obreros para otros. Lo único que ha intentado es que del esfuerzo de éstos, no se beneficiase el capitalista y la forma de asegurarlo era eliminando la vergonzante figura.

El sindicalismo ugetista y no ugetista de hoy, es diferente: necesita al capitalista. Y le necesita como financiador de los despropósitos reivindicativos de la clase obrera dirigida por la tecnoestructura sindical. ¿Deberíamos por ello suponer que el líder carismático, que acaba de ser reelegido en una tan importante fuerza sindical, está dispuesto a ejercer el liderazgo durante cuatro días y dejarlo en manos de otro compañero, quizá con menos carisma, los restantes tres días de la semana? Pero, volvamos a lo nuestro: ¿se puede hablar en público, se puede pontificar de ese modo, estando tan lejos de la realidad de los hechos? A poco que hubiera aprendido las nociones más elementales de la función de producción, llegaría a la conclusión de que no habría empresa en el mundo que pudiera asumir tal propuesta. Ni siquiera sería susceptible de consideración, aún en el caso en que la reducción de jornadas trabajadas llevase aparejada la disminución de los salarios correspondientes. Aunque la propuesta, no iba por ahí, me da la impresión.

No sólo no va por ahí, sino que los salarios tenderían a aumentar por la presión de los trabajadores pues, al disponer de mayor tiempo para el ocio, éste despertaría nuevas necesidades que les llevaría a aquello de "no me llega con lo que usted me paga". Vengamos, de todos modos, a una consideración que, desde luego, no merece. Se adorna la propuesta con un fin social, que también lo es económico: el pleno empleo. Y oímos por enésima vez que, reduciendo la jornada de trabajo, aumentará necesariamente el empleo. A la vista de esta proclama, se hace cierta la máxima de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra; y yo añadiría que, cuando el animal es español, puede tropezar infinitas veces. La experiencia ya la hizo el gobierno socialista en la década de los ochenta acortando las edades de jubilación en algunos cuerpos de funcionarios del Estado. Ningún efecto, naturalmente, en el desempleo que se pretendía combatir.

No es necesario que los que pontifican conozcan los modelos que explican el llamado mercado de trabajo. Pero es exigible que, al menos, sepan lo que ha pasado en etapas cercanas anteriores. Las unidades de trabajo no son unidades indiferenciadas. Cada una de ellas, cada trabajador, para desgracia de los más indolentes, presenta un perfil bien distinto: diferente formación, diferente habilidad, diferente tesón, diferente liderazgo, diferente sentido de compromiso con el propio trabajo, el esfuerzo y sus resultados. Por eso el trabajo, en su sentido más microeconómico, no es intercambiable.

Lo único que ha producido efectos favorables sobre el empleo, es y ha sido, la desregulación de las condiciones del mercado laboral, que es la que secciona el mercado y lo hace ineficiente. Mírese, si no gusta la experiencia nacional, la que nos muestran los países vecinos y, quizá, los más alejados. Pero eso es lo que no gusta al señor de los cuatro días. Hay que exigir regulación, pero no asumir los efectos perversos de la regulación. Mi deseo, a estas alturas, es que cada uno piense por sí, con la información máxima y, desde luego, que no permita ser pasto de la confusión.


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