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EDITORIAL

Sí hay Pirineos

Poco puede reprochársele a José María Aznar por los magros resultados obtenidos en la Cumbre de Barcelona, salvo que se pusiera el listón muy alto para dar mayor realce a la culminación de su "reinado" europeo. A la firme voluntad francesa de mantener el monopolio eléctrico estatal que ostenta EdF, —compartida tanto por la derecha de Chirac como por la izquierda de Jospin— sólo se le ha podido arrancar la liberalización parcial, únicamente para las empresas, en el 2004.

Desde una perspectiva exclusivamente mercantil, esta resistencia es difícil de explicar. Francia posee el mayor parque de centrales nucleares de Europa, y su eléctrica estatal está inmersa en un proceso de expansión continental. No le sería nada difícil a la eléctrica francesa ganar mercado batiendo a sus competidoras europeas, gracias a sus bajos costes de generación. Todos los europeos saldríamos beneficiados, y los franceses en primer lugar, puesto que tendrían la posibilidad de escapar por primera vez de la cautividad de EdF, al tiempo que también se beneficiarían de las bajadas de precios motivadas por la competencia que EDF necesariamente tendría que adoptar. En el peor de los casos, los franceses nada tendrían que perder.

Por este motivo, resultan grotescos los argumentos de Jospin (no desmentidos por Chirac) cuando dice que la liberalización redundaría en una subida de las tarifas y en una disminución de la calidad del servicio, jactándose de que Francia disfruta de la electricidad más barata de Europa. Sólo la tradición estatista, colectivista y anticapitalista francesa —la “radiación de fondo” de la política del país vecino desde los tiempos de la Revolución— unida al tradicional chovinismo de allende los Pirineos, pueden explicar algo tan inexplicable y tan palmariamente contrario a las leyes de la economía y a la experiencia como que la ampliación de un mercado y la introducción de la competencia ocasionan subidas de precios; si es que no se quiere recurrir a la corrupción y los intereses creados.

Sin embargo, los franceses no están solos en esta particular y necia cruzada contra la “marea neoliberal”. La mayoría de los medios de comunicación españoles, sin ir más lejos, plantea el resultado de la Cumbre como un “empate” donde “no hay ganadores ni perdedores” —como si se tratara de la Copa de Europa de selecciones de fútbol— y donde se ha impuesto la “moderación” entre dos extremos, el del neoliberalismo “salvaje” y el de la Europa “social”. Pocos se acuerdan de que los destinatarios últimos de las políticas y de los acuerdos no son los estados ni los gobiernos, sino los ciudadanos, que se verán privados sine die de una energía más barata.

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