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EDITORIAL

Ecotasa balear: coge el dinero y corre

Lo recaudado con los impuestos especiales —carburantes, tabaco, alcohol, matriculación, etc.—, de supuesto carácter finalista (construir carreteras y hospitales o mejorar el medio ambiente) rara vez se ha plasmado directamente en mejoras del medio ambiente, de los hospitales, o de la red viaria; de forma que el sufrido contribuyente pueda apreciar en qué se traducen exactamente los impuestos que se le exigen con justificaciones aparentemente tan razonables. Y cuando alguien señala esta circunstancia, los políticos suelen responder que el Estado y las Administraciones Públicas necesitan recursos para financiar su actividad, que el concepto de impuesto finalista es decimonónico y que la teoría fiscal moderna se pronuncia por el principio de caja única.

Un ejemplo de esta doble moral fiscal es la ecotasa balear, impulsada por el ejecutivo que preside Francesc Antich. Con el pretexto de frenar el deterioro medioambiental que, supuestamente, provocan los turistas de sol y playa, Antich espera recaudar unos 60 millones de euros (10.000 millones de pesetas). Según el Gobierno Balear, la ecotasa es “un impuesto finalista, que no grava a ningún sector” —excusatio non petita...—, y por el “módico” precio de 1 euro diario por turista —sólo de los que pernocten en hoteles, y no en pisos alquilados, de amigos o familiares— el Antich pretende nada menos que “pasar de un modelo turístico basado en la sobreexplotación y el consumo desenfrenado de los recursos naturales [¿?] a la conservación del medio ambiente; de la estacionalidad a la distribución de los flujos turísticos durante todo el año; del incremento de plazas sin control a la contención de la oferta. En definitiva, de la estrategia de precio y cantidad a la calidad como punto de referencia de un destino turístico líder”.

Es decir, el objeto nominal de la ecotasa es transformar las islas en un paraíso inaccesible al “lumpen-proletariado” español y europeo, que tiene la vulgar costumbre de enrojecer al sol de agosto, abarrotando las purísimas playas baleares cuyas arenas no merece hollar. Quizá olvida Antich que de los 6.000 millones de euros (1 billón de pesetas) que factura la industria hotelera balear, la gran mayoría procede de ese turismo masivo de sol y playa que tanto repugna a la conciencia eco-progre que representa el presidente balear. Cargar de impuestos a los hoteleros que reciben este turismo no es la mejor forma de atraer un “turismo de calidad”, que, por grande que sea el poder adquisitivo del que disponga, jamás podrá sustituir los ingresos que aporta a la economía balear el denigrado turismo de masas.

Sin embargo, no hay que llamarse a engaño. El verdadero objetivo que persigue Antich es recaudar allí donde está el dinero —es decir, en los hoteles—. De otra forma, y si el problema es el deterioro paisajístico, no se entendería por qué se pone el acento en la “excesiva” oferta hotelera y, en cambio, no se limita la construcción de urbanizaciones, apartamentos y centros comerciales —en el caso de que, verdaderamente, conviniera hacerlo—. Una prueba del afán recaudatorio de Antich son su propias declaraciones a la SER el martes: “lo importante es aplicar el impuesto y recoger el dinero”. Y otra, el panfleto editado por la Conselleria de Turisme de les Illes Balears: “Toda una industria [la turística] que genera anualmente un volumen de negocio cercano al billón de pesetas y que aporta al Estado, en concepto de IVA, 50.000 millones de pesetas”. Ahí le duele: Antich quiere parte de ese suculento pastel. El resto es pura retórica.

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