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El Tribunal Supremo ha endurecido las penas contra Mario Conde y sus colaboradores. Las ha doblado. Al margen de las cuestiones jurídicas, sin duda bien fundamentadas, hay en esta historia, casi de fábula moral, toda una parábola sobre el poder y su pérdida. Aquello de Pío Cabanillas, padre, de que lo malo es que no suena el teléfono. En el último Debate del Estado de la Nación era clamorosa la diferencia entre la expectación por los nuevos y la soledad de los ex ministros.

Hoy resultará difícil explicar que Mario Conde gozó de uno de los más fervorosos apoyos mediáticos que se han conocido en este país o que fue investido doctor honoris causa de la Complutense por Gustavo Villapalos –peor fue lo de Honecker– en un acto que fue casi una canonización, por lo que se ve, precipitada.

Al margen de los errores y los horrores contables, los trinques y los maletines, Mario Conde cometió un único error decisivo. Vale aquí aquello de que la avaricia rompe el saco. Conde quiso coronar su fulgurante éxito empresarial con la presidencia del Gobierno, como poco. En su estilo chulesco, Conde pretendió adquirir a golpe de talonario el centro-derecha español para dar el salto a la política. Al final, sólo pudo comprar las acciones del CDS, una marca muy devaluada en el mercado, y cuando él ya había pasado por la cárcel.

No se dispararon las alarmas cuando Conde representó riesgos ciertos para la libertad de expresión en España, cuestión menor, pero sí cuando amenazó a la clase política. Fue entonces, y sólo entonces, cuando cayó sobre él toda la fuerza de un poder con el que no sólo había coqueteado, sino que le había rendido pleitesía. El mismo rey asistió a la tenida de la Complutense.

Otros, que han hecho cosas parecidas, con sobrevaloración de activos, ingenierías contables y perversión de la política de incentivos, manteniéndose al pairo del poder han sido depurados del sistema mediante finiquitos multimillonarios. Si bien Conde parece haber mantenido su elevado nivel de vida –siempre chocan estas cosas, la verdad–, entre los exilios dorados y la prisión de Alcalá-Meco hay la distancia entre aprovecharse del poder, sin optar a él, y tratar de conquistarlo. Eso hace dudar de aquello de la igualdad de todos ante la Ley. No, por cierto, porque Mario Conde ingrese en la cárcel.

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