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EDITORIAL

A la medida de Polanco

La gran mayoría de los monopolios duraderos han sido creados directamente por los estados (en nuestro país, hasta tiempos recientes, Tabacalera, Telefónica o CAMPSA) o indirectamente, a través de los efectos combinados de las regulaciones, de los precios máximos y, paradójicamente, de las propias legislaciones antimonopolio. Los intentos de cura preventiva volcados en las legislaciones reguladoras de la competencia durante un siglo han causado más perjuicio que beneficio, por la sencilla razón de que, en lugar de asegurar la plena libertad de entrada y salida de los mercados, las más de las veces se han centrado en intentar regular la competencia de modo más o menos intuitivo o arbitrario, o con criterios políticos.

El mercado de la televisión en España reúne las peores consecuencias de esos fenómenos. Del antiguo monopolio público en abierto se pasó a un oligopolio formado por la cadena pública más dos nuevas emisoras. Y el nuevo sector de la televisión de pago, en abierta contradicción con el texto de la ley que autorizaba las tres concesiones, fue concedido por Felipe González a Jesús de Polanco en exclusiva, lo que le permitió a este último sentar las bases técnicas y financieras para jugar en el sector de la televisión digital por satélite con la amplia ventaja que concede la experiencia. Cuando el PP llegó al Gobierno, eligió la peor de las alternativas posibles para contrarrestar ese nuevo monopolio artificial asociado a sus rivales políticos. En lugar de eliminar trabas legales para la creación de nuevas emisoras en abierto o potenciar otras alternativas como la televisión por cable, el Gobierno decidió crear otro competidor en un terreno que ya tenía desbrozado Polanco. La experiencia y los recursos del cántabro, que firmó con Asensio el llamado Pacto de Nochebuena sobre los derechos del fútbol, dejó sin contenidos y con dos palmos de narices a los estrategas populares, cuya nueva criatura mediática nació herida de muerte y conectada a la respiración asistida de Telefónica, que también ha tenido que pactar con el “diablo” con tal de evitar la sangría financiera.

El Gobierno quiere recoger velas sin que se note demasiado, y después de que las autoridades europeas de la competencia le devolvieran la patata caliente de la fusión a Rato, parece que será Piqué el que se encargue de firmar una rendición prácticamente incondicional ante el imperio de Polanco. Por de pronto, una vez que su pupila –a quien le venía grande el cargo– cesó en la última remodelación ministerial, el ministro de Ciencia y Tecnología (amén de futuro candidato del PP para las próximas elecciones catalanas) ya ha anunciado que reformará la actual legislación sobre televisiones para que Polanco no tenga que pasar por el trago de realizar desinversiones en el sector (Canal Plus) ni de tener que deshacerse de su flagrantemente ilegal cadena de televisiones “locales” que emite para todo el territorio nacional.

Aun a pesar de las declaraciones de Pique, quien asegura que en la nueva ley mantendrán las restricciones que contempla la actual ley de televisiones locales –prohibición de emitir en cadena–, un claro indicio de que Polanco se saldrá con la suya (conservar Canal Plus y “legalizar” Localia TV) es que el Gobierno no ha hecho nada (ni parece que vaya a hacerlo ya) para aplicar la ley y prohibir las emisiones en cadena de Localia TV, pretextando una “indefinición legal” del sector de la televisión local que, en ningún caso, existe en relación con la nueva televisión polanquiana y que, en todo caso, es plena responsabilidad del Gobierno, que ha tenido casi siete años para aprobar el reglamento técnico que supliera esas “indefiniciones”.

Cada vez se ve más claro que a don Jesús le confeccionarán un traje a la medida de sus intereses económicos y políticos. Sólo cabe recordarle al Gobierno que es precisa una gran dosis de ingenuidad para creer que el do ut des que le Piqué le está proponiendo a Polanco le haráa más llevadero al PP el final de la legislatura y le permitirá remontar el vuelo al sucesor de Aznar antes de que lo devore Prisa. Desde los tiempos de Viriato, se sabe que la lógica del Poder no contempla el premio a la traición.

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