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EDITORIAL

Solbes quiere abrir la mano

De todas las instituciones europeas, la moneda única ha sido probablemente la más eficaz y la que mayor aceptación y confianza ha generado en los ciudadanos europeos. El proyecto del euro, que vio la luz gracias al respaldo otorgado por la antigua solidez de las economías y monedas de Alemania y Francia, era una promesa firme de no recurrir al déficit público para aliviar –sólo momentáneamente– coyunturas desfavorables y retrasar las reformas estructurales necesarias para equilibrar los presupuestos, de los que depende la estabilidad de la moneda y el crecimiento económico sostenido.

Nadie podía pensar, hace escasamente seis años, que iban a ser alemanes y franceses quienes incumplieran las sanas exigencias de disciplina fiscal impuestas por ellos mismos a el resto de los países de la moneda única. Pero han bastado cuatro años de políticas económicas socialistas en estos países para quebrantar la solidez de las economías en las que se apoyaba el prestigio del euro. Reducir impuestos sin acometer las reformas necesarias para garantizar el crecimiento económico (disminución del estado del bienestar y flexibilización de los mercados laborales) es la vía más segura para generar abultados déficit y mantener la economía en estancamiento permanente, cual es el caso de Francia y Alemania. Portugal –cuyo anterior gobierno socialista “maquilló” las cuentas públicas sin que la Comisión se diera cuenta– traspasó en 2001 el límite del 3% de déficit sobre el PIB, e Italia, que entro con “calzador” en el euro, no ha avanzado un milímetro (ni con Prodi, ni con Berlusconi) en la reducción de su desequilibrio presupuestario, que para toda la zona euro debía quedar reducido a cero en 2004.

Sus déficit no obedecen a ninguna circunstancia extraordinaria que esté fuera de su control. Tampoco atraviesan una grave recesión económica, pues el Pacto la define como una disminución del PIB superior al 2%, y, aunque débiles, todos tienen un crecimiento positivo. Por lo tanto, en ninguno de estos países se dan las circunstancias que eximimirían de sanción por traspasar el 3% de déficit público, la cual consiste en una fianza sin interés de hasta el 0,5% de su PIB, que se transformaría en multa si el déficit continúa por encima del límite.

Pero el comisario europeo de Economía, Pedro Solbes, en lugar de aplicar las disposiciones del pacto, sancionar a los infractores, e insistir en la necesidad de equilibrar los presupuestos, ha propuesto al Ecofin ampliar el plazo del déficit cero de 2004 a 2006 ante la primera dificultad seria con que tropiezan los compromisos adquiridos hace apenas seis años, y sin exigir a cambio medidas concretas de reducción del gasto en Alemania y Francia. Esta claudicación, enormemente dañina para la credibilidad y la cotización del euro, contrasta agudamente con encendidas reprimendas que dedicó no hace mucho a España e Irlanda –los países que mejor han hecho sus “deberes”– por reducir los impuestos.

Probablemente el comisario español, como socialista, antes prefiere unos impuestos altos, un estado del bienestar grande y un déficit más o menos moderado, aun a costa de un crecimiento débil, que unos impuestos bajos con el presupuesto equilibrado y un crecimiento elevado, sobre todo cuando los infractores del Pacto han sido correligionarios suyos, como es el caso de Alemania, que tendrá durante otros cuatro años un gobierno rojiverde que no siente pasión precisamente por equilibrar las cuentas, tal y como ya anunció Schröder a raíz de las inundaciones.

Pacta sunt servanda decían los romanos, esto es, los pactos están para ser cumplidos. Del mismo modo que era injusto que alemanes y franceses, cuando hacían las cosas bien, tuvieran que pagar la indisciplina financiera de sus socios europeos, también es injusto que quienes han cumplido con sus compromisos tengan ahora que pagar las calaveradas de sus otrora estrictos vecinos. Si la propuesta de Solbes encuentra apoyo en el Ecofín, la credibilidad de los pactos, tratados e instituciones europeas –dentro y fuera de la UE– habrá sufrido un rudo golpe del que tardará mucho en recuperarse, y el primer damnificado será, sin duda, el euro.

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