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Ignacio Ramonet, director del bodrio pseudoprogresista por excelencia, Le Monde Diplomatique, ha presentado un libro que según tituló El País, es “lúcido”. Pues bien, entre las escalofriantes bobadas que proclama su autor, destaca la patraña de que la violencia política es “la violencia de la supervivencia, de la injusticia social”. Así resumió la historia Ramonet: “En América Latina, hace 20 años, si un pobre tenía una pistola se iba al monte a cambiar el mundo”. Señor, qué disparate.

No hay ninguna relación entre pobreza y terrorismo. Desde luego, no es la pobreza del millonario Bin Laden la causa de sus crímenes. Jamás han sido los pobres los que empuñan las pistolas para “cambiar el mundo”. No son pobres los etarras, y desde luego no era pobre el Ché Guevara ni Fidel Castro ni Pol Pot. No es pobre el subcomandante Marcos. Se trata de fanáticos enemigos de la libertad, eso sí, pero no los aflige la miseria ni la “injusticia social”. Precisamente, como son enemigos de la libertad, en cuanto pueden la aniquilan, como los etarras y sus amigos nacionalistas en el País Vasco, como Guevara y Castro en Cuba, como Pol Pot en Camboya, y como Marcos entre los indígenas que no han podido escapar de sus garras.

La solución que propone Ramonet es “que la política mande sobre la economía”. Bonito ¿no? Pues no, porque la traducción es inmediatamente el recorte de la libertad, siempre con bellos propósitos: “Implantar un impuesto de solidaridad universal y un sueldo para cada criatura que nace”. Vamos, que a cada cual según sus necesidades. Nunca se ha dignado mencionar Ramonet que la última vez que los partidarios de sus ideas “cambiaron el mundo” asesinaron a cien millones de trabajadores.

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