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EDITORIAL

La indefensión de la competencia

El pasado jueves, el Gobierno anunciaba a bombo y platillo la resolución del Tribunal de Defensa de la Competencia que autorizaba la fusión de Sogecable y Vía Digital bajo unas “durísimas” condiciones que, sin llegar a impedir del todo la viabilidad de la nueva Sogecable, parecían salvaguardar la competencia en el sector de la televisión de pago. El Gobierno presentó interesadamente el dictamen del TDC como una prueba de la independencia de criterio de la Administración, muy en entredicho por su resistencia a ejecutar la sentencia del Supremo relativa al antenicidio, así como por el trato de favor dispensado a Localia TV.

Sin embargo, la división de opiniones de los vocales (decidió el voto de calidad del presidente del TDC, Gonzalo Solana González, cargo de confianza del Ministerio de Economía); la actitud de Polanco, que no manifestó una sola queja sobre el dictamen; y las críticas de las cableras Ono y Auna, que siempre han insistido en que la clave del sector es el acceso a los contenidos “estrella” –fútbol, especialmente los partidos del Real Madrid y el F.C. Barcelona, así como el cine de las grandes productoras de Hollywood–, hicieron sospechar a los medios y la opinión pública que el Gobierno no había procedido con la suficiente transparencia en este asunto, y empezó a crecer el interés por conocer el contenido del informe del Servicio de Defensa de la Competencia, así como también los términos del voto particular emitido por los vocales discrepantes del TDC, quienes, por cierto, fueron los encargados de elaborar la ponencia sobre la que se discutiría el dictamen.

El contenido del voto particular, emitido por los vocales Miguel Comenge Puig, Luis Martínez Arévalo, Antonio Castañeda Boniche y María Jesús Muriel Alonso, reproduce básicamente las conclusiones de la ponencia –coincidentes en la mayoría de los puntos con las de la Comisión Europea y las de Servicio de Defensa de la Competencia– que ellos mismos redactaron oponiéndose rotundamente a la fusión. Esas conclusiones no pueden ser más demoledoras para los argumentos en los que se han apoyado tanto Sogecable y Vía Digital como el Gobierno para propiciar la fusión.

Básicamente, los ponentes señalan que la empresa resultante de la operación alcanzaría cuotas del 80% del número de abonados y del 95% de total de ingresos, que ascenderían hasta el 100% en las zonas de España donde no llega el cable. Además, insisten en las insuperables barreras de entrada que para el resto de los competidores (como el cable) supone el hecho de que la nueva Sogecable, además de controlar los derechos exclusivos de emisión del fútbol y del cine de las grandes productoras norteamericanas –las condiciones impuestas por el TDC, en la práctica, apenas hacen algo más que ratificar la situación actual–, dispondría de 2,5 millones de abonados. Esto constituye de por sí una barrera de entrada casi insuperable para otros competidores potenciales, además de incrementar el poder negociador de la empresa resultante de cara a la adquisición de nuevos contenidos. Asimismo, añaden que la fusión crea fuertes vínculos entre Telefónica (dominante en todos los mercados de telecomunicaciones) y el monopolio resultante en la TV de pago, cuyo grupo matriz, Prisa, así como también Telefónica, a través de Admira, también tienen fuertes intereses en la TV en abierto (Antena 3 TV y Localia).

Por todo ello, los ponentes consideran que la posición de dominio de la nueva Sogecable será “absolutamente inexpugnable”, con cuotas de mercado superiores al 80% y “barreras de entrada infranqueables”, cuyo efecto es precisamente aquel que, se supone, el TDC debe combatir: la limitación de la capacidad de elección de los usuarios, con el agravante de que las economías de escala y el ahorro de costes que resulten de la fusión no se traducirán en tarifas más baratas para los abonados, antes al contrario, ya que la empresa resultante será un monopolio en el más puro sentido.

La aventura mediática del Gobierno del PP, que quiso crear ex novo desde un ex monopolio público un grupo multimedia a su servicio, al estilo de Prisa, ha finalizado con la entrega con armas y bagajes al imperio al que pretendía combatir. Alberga la vana e insensata esperanza de que Polanco, una vez fortalecido mucho más allá de lo que él pudiera haber esperado bajo Felipe González, se avenga a favorecer o al menos no obstaculizar el viaje al centrorreformismo emprendido por un Aznar quien, abandonando las posiciones ideológicas que le llevaron al poder, ha conservado sin embargo uno de los peores vicios de la “derechona” rancia de la que tanta obsesión tiene por diferenciarse: la alergia a la independencia de los medios de comunicación.

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