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Ricardo Medina Macías

Del anarquismo a la globalización

Que un anarquista coherente acabe siendo un entusiasta de la globalización es perfectamente lógico. Nada más cercano al ideal de un mundo sin fronteras. Johan Norberg es un joven sueco que, desde al anarquismo de sus tiempos de estudiante universitario, llegó al convencimiento de que el capitalismo global que estamos viviendo es lo más cercano al mundo sin fronteras con el que soñó.
 
Norberg es autor de un libro que desenmascara la matriz profundamente reaccionaria que anima a los movimientos contra la globalización. El libro se llama en inglés "In Defense of Global Capitalism" (Cato Institute, septiembre de 2003) y ha recibido elogiosos comentarios, como el de la columnista Anne Applebaum del Washington Post: "Un ex anarquista, que cree en un mundo sin fronteras, demuestra que el libre comercio es bueno para el mundo en desarrollo, bueno para la libertad, bueno para el progreso social, aun cuando los obtusos y viejos marxistas rehusen admitirlo".
 
Como buen anarquista de corazón, Norberg no deja de sorprenderse de que los globalifóbicos más estridentes se llamen a sí mismos anarquistas, cuando en realidad proponen fortalecer todas las instituciones nacionales y multinacionales de control sobre los individuos. Con fina ironía comenta, en el prefacio de su libro, que en sus épocas estudiantiles a esa actitud –defender los mecanismos de control y restricción sobre las libertades de los individuos–, se le llamaba, simple y llanamente, fascismo.
La cruzada contra la globalización suele dibujar terribles escenarios en los cuales las personas son devoradas por impersonales y etéreas entidades "globales" que les imponen estilos de vida, que las orillan a la miseria, que les dictan qué comer, cómo divertirse, a dónde ir, en dónde trabajar y demás. Sin embargo, es exactamente al revés: no hay tales poderes misteriosos y perversos detrás de la globalización. Por el contrario, las decisiones libres de millones de seres humanos –por definición incontrolables para cualquier institución o grupo de poder– son las que hacen la globalización.
 
Norberg cita el caso de la internet. El poder avasallador de la red no proviene del instrumento tecnológico en sí, sino del hecho de que tal herramienta es usada, todos los días, por millones de seres humanos para hacer, literalmente, lo que les da la gana: enviar mensajes a casi cualquier lugar del mundo, comprar libros, consultar investigaciones sobre cualquier asunto realizadas en donde sea, armar negocios, desafiar las fronteras y las barreras impuestas por las burocracias nacionales y multinacionales.
 
Globalización es, también, movilidad laboral y movilidad de los capitales, no sólo de las mercancías. ¿Quién le teme, como a la peste, a esta inusitada libertad que están logrando millones de individuos y cuyos resultados finales nadie puede controlar? Le temen, justamente, aquellos que han hecho del control de la vida de los demás –en las más diversas instituciones y burocracias– su modo de vida.
 
En realidad, pues, la lucha es de los controladores de siempre (promotores de prohibiciones) contra los amantes de la libertad personal.
 
Ricardo Medina es analista político mexicano.
 
© AIPE

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