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Emilio J. González

El espejismo del crecimiento

El primer año de los socialistas en el poder se cierra con algo más de crecimiento y con la sensación de que la economía española ha entrado en una nueva fase alcista que, aunque sólo sea eso, una sensación.

Estos días se respira una sensación de alivio en los despachos de los responsables económicos del Gobierno. La economía española creció el 2,7% en 2004, una décima por encima de la última revisión a la baja de las previsiones del Ejecutivo y una tasa que no sólo es la mejor desde 2001, cuando la actividad productiva entró en una profunda desaceleración, sino que, por segundo año consecutivo, ésta presenta un dinamismo ligeramente mayor. De esta forma, el primer año de los socialistas en el poder se cierra con algo más de crecimiento y con la sensación de que la economía española ha entrado en una nueva fase alcista que, aunque sólo sea eso, una sensación, sin duda sirve para que el Gabinete se eche flores a sí mismo.
 
En economía, sin embargo, no se puede decir nada sin poner las cosas en su debido contexto y al fijar las coordenadas de referencia de la actividad productiva en nuestro país, las cosas distan mucho de estar para tirar cohetes. No hay que olvidar, de entrada, que los expertos prevén para este año un crecimiento del 2,5% como mucho lo que supone que la supuesta aceleración de la economía española en 2003 y 2004 tocaría a su fin en este ejercicio. Las razones que llevaron a los analistas a realizar estos pronósticos no sólo siguen vivas sino que, además, empiezan a sumarse a ellas nuevos motivos de preocupación que si bien no implican la reaparición del fantasma de la crisis, sí dibujan un panorama con colores más sombríos que los que utiliza el Gobierno para pintar el suyo.
 
En lo que va de año, el precio del petróleo no ha vuelto a marcar máximos históricos, pero su cotización sigue cerca de ellos. Y eso siempre se traduce en menos crecimiento y más inflación aunque, por ahora, parte de estos efectos nocivos están compensados por la debilidad del dólar, la divisa en la que se paga el crudo, respecto del euro. Pero aunque varios informes de casas de bolsa y bancos de negocios estiman que la caída de la moneda norteamericana podría no haber concluido todavía, los primeros indicios de que el fuerte déficit comercial estadounidense está corrigiéndose y las perspectivas de subidas de tipos al otro lado del Atlántico hicieron que, en las semanas anteriores, el dólar se recuperase hasta niveles desconocidos desde finales del verano pasado. Por tanto, el panorama de tipos de cambio podría modificarse a lo largo de este año o del próximo y entonces la economía española empezaría a notar paulatinamente lo que significa un petróleo caro.
 
Según los datos que ha facilitado el Instituto Nacional de Estadística (INE), la ligera aceleración del crecimiento económico ha venido de la mano de una pequeña mejoría en el sector exterior y de un nuevo impulso de la demanda interna. Pero estos cimientos, hoy por hoy, parecen un poco endebles. Llevamos algunos años en los que los ingresos por turismo ya no bastan para cubrir el déficit comercial y los análisis que realizan los expertos en este sector indican que, en el futuro, las cosas se complicarán más sin una política que devuelva competitividad a esta área de actividad económica, política que, hoy por hoy, no existe. Además, el petróleo puede ser más adelante un problema. Y en cuanto a la demanda interna, esta podría empezar a verse frenada si continúa la subida de los tipos de interés de la deuda pública, que sirve de referente para la financiación del consumo y la inversión del sector privado. Lo que ocurre estos días en los mercados de bonos, en forma de caída de precios y subida de rentabilidades, que es lo mismo que de tipos, con su traslado a la Bolsa en forma de caída de las cotizaciones, debería constituir un aviso para el Gobierno en este sentido.
 
Por otra parte, la economía se encuentra en estos momentos en un punto en el que los efectos de las medidas de política económica adoptadas por los sucesivos Gobiernos del Partido Popular están prácticamente agotados, como pone de manifiesto la reducción paulatina del diferencial de crecimiento entre España y la Unión Europea, que ha pasado de estar por encima del punto porcentual en 2002 y 2003 a caer hasta los 0,7 puntos en 2004. Y ello con la perspectiva en el horizonte de una reducción considerable de los fondos europeos que recibe nuestro país y que han aportado aproximadamente un punto al crecimiento económico anual.
 
Todo este escenario exige que, desde el momento en que llegó al poder, el Gobierno de Zapatero hubiera aprobado un paquete de medidas económicas para dar continuidad al crecimiento económico. Sin embargo, no se ha hecho y aunque ahora los responsables del área económica anuncian la presentación en las próximas semanas de un paquete de medidas destinadas a promover la competitividad, lo cierto es que, de momento, ya se ha perdido un año más el tiempo que tardarán esas medidas en tramitarse, entrar en vigor y empezar a deparar los efectos que se espera de ellas. Además, luego hay que ver cuál es el contenido real de ese paquete. Si no se profundiza en la reforma laboral, la creación de empleo, uno de los principales motores del crecimiento económico de los últimos años, puede frenarse; si no se actúa en el mercado de la vivienda, todos los problemas asociados a su carestía y a la falta de oferta de pisos en alquiler continuarán socavando el potencial de crecimiento de nuestro país; si no se avanza en la liberalización de los mercados de bienes y servicios, nunca se corregirá el diferencial de inflación con la UE ni, en consecuencia, los problemas de competitividad derivados de él.
 
¿Qué ha hecho el Gobierno hasta ahora? En lugar de seguir con la reforma del mercado de trabajo, ha tratado de introducir nuevas rigideces, como la revisión automática con la inflación pasada del salario mínimo interprofesional; en lugar de avanzar en las liberalizaciones, ha restringido la libertad de horarios comerciales y anuncia intervenciones en otros sectores, como el energético, cuyo resultado final no será precisamente más competencia; en vez de buscar la forma de liberalizar el suelo y promover una reforma legislativa a favor de la vivienda de alquiler, tiene un Ministerio de la Vivienda que, en el mejor de los casos, no hace nada, y en el peor lanza mensajes que puede provocar un desplome drástico de los precios de las casas, con los problemas que ello puede causar a las familias que han invertido en ladrillos y a las entidades financieras que han concedido los créditos hipotecarios. Si el plan de medidas que ha anunciado no rectifica esta dirección los últimos datos de crecimiento pueden ser un espejismo sobre el futuro de la economía española.

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