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Emilio J. González

Mar de fondo en la UE

en la UE hay mucho mar de fondo en torno a la cuestión del modelo económico seguido en el último medio siglo y han empezado a ponerse en tela de juicio cosas que antes ni se discutían

No hay nada como el contacto con la realidad para acabar con las ideas equivocadas. A pesar de que el Tratado de Roma consagra la libertad económica como uno de los pilares centrales de la Unión Europea, lo cierto es que ésta se ha construido a lo largo de su casi medio siglo de historia sobre las columnas del proteccionismo. El cierre de los mercados a las importaciones agroalimentarias y las subvenciones a las explotaciones agrarias que, desde sus inicios, caracterizan la UE, constituyen un verdadero escándalo que ha degenerado en un exceso de producción que hunde los precios a nivel mundial y en un gasto desorbitado al que las arcas comunitarias difícilmente van a poder hacer frente en el futuro. Y la industria ha gozado de una protección particular mediante el arancel exterior común, todo tipo de regulaciones sanitarias y de protección al consumidor, la limitación de las importaciones a través de la política de contingentes, etc. Todo ello ha dado lugar a un modelo económico inviable en el mundo de la globalización que hoy la Unión Europea está pagando en forma de la incapacidad manifiesta de competir de una buena parte de sus empresas y sus sectores productivos. La realidad, al final, se acaba imponiendo, guste o no.
 
En la Unión Europea empieza a calar la consciencia de que el modelo económico de los últimos cincuenta años ya no da más de sí y necesita una reforma en profundidad para que la UE sobreviva en términos económicos y mantenga su posición internacional. Y la palabra clave es competitividad. En este sentido, la Comisión Europea presentó a principios de esta década un amplio documento con sus reflexiones y propuestas en este sentido, en el que desarrollaba las propuestas de la Cumbre de Lisboa de marzo del 2000 para convertir en 2010 a la Unión en la economía más dinámica del mundo. Pero tanto las iniciativas acordadas en la reunión de jefes de Estado y de Gobierno en la capital portuguesa como las promovidas por el Ejecutivo comunitario cayeron en saco roto ante los problemas internos que vivían países tan importantes en la UE como Alemania y Francia, que se volcaron más en sus propias preocupaciones que en el desarrollo y ejecución de esa estrategia común que exigen un mercado unificado y un área monetaria única.
 
Ahora, Bruselas vuelve a la carga mediante la propuesta del comisario europeo de Industria, Günter Verheugen, que pretende acabar con las subvenciones y el proteccionismo a las empresas. Su objetivo es que la industria europea sea competitiva y, para conseguirlo, hay que eliminar todo atisbo de proteccionismo con el fin de las compañías se doten de la capacidad de sobrevivir por sí mismas, es decir, que incrementen su competitividad. ¿Tendrá éxito en esta ocasión el Ejecutivo comunitario? Puede que sí, porque en la Unión Europea, en estos momentos, hay mar de fondo en torno a esta cuestión. Quizá, el elemento más relevante sea el cambio de actitud de Alemania. Angela Merkel, la candidata de los cristianodemócratas de la CDU, concurrió a las elecciones del pasado septiembre con un programa en el que uno de sus puntos principales era la apertura de la economía y el acercamiento a las posiciones liberalizadoras del Reino Unido. Y una parte del SPD, liderada por el hoy canciller en funciones, Gerhard Schröder, comparte en gran medida ese punto de vista. En consecuencia, los alemanes pueden liderar este proceso, al que se ven abocados para que su industria pueda sobrevivir, y arrastrar consigo a otros países de forma que la Unión Europea, por fin, empiece a transitar por la senda adecuada.
 
En el trayecto, sin embargo, los aperturistas van a encontrarse con un gran obstáculo: Francia. Nuestro vecino del otro lado de los Pirineos ha hecho de la protección un estilo de vida que impregna todos los ámbitos de su sociedad: desde la ciudadanía a las empresas pasando, como es lógico, por el Gobierno. Hablar allí de apertura y liberalización es mentar a la bicha y cualquier político que se le ocurra plantear esta cuestión puede dar su carrera por acabada, sobre todo si él o su partido tienen responsabilidades de Gobierno. Recuerden, si no, lo que le pasó a Alain Madelin, ministro de Economía y Finanzas en 1995 con la derecha en poder, que duró muy pocos meses en el cargo por defender postulados liberalizadores para la política económica de su país. Francia, al final, se encastilla en sus posiciones y de ahí no hay quien la mueva. Allí es poco menos que imposible que un extranjero pueda adquirir una empresa gala. Recientemente, la estadounidense PepsiCo quiso adquirir Danone y no sólo se encontró con mil y un problemas y la resistencia del Gobierno francés, lo que le obligó a desistir de sus pretensiones, sino que dio lugar a que, el pasado verano, el Gobierno francés aprobase un decreto de sectores protegidos, que abarcaba a diez actividades muy variadas, desde la defensa a los casinos, que se suman a los 91 previamente existentes y a la multitud de empresas en las que el Estado francés es accionista. El inmovilismo recalcitrante en nuestro vecino es la norma, no la excepción.
 
Alemania, sin embargo, está dispuesta a sortear este obstáculo. La intención de Merkel de aproximarse al Reino Unido va más allá de un mero acercamiento de posiciones en materia de política económica. Es que los alemanes, que se vieron arrastrados por Francia a una confrontación con Estados Unidos, a causa de la guerra de Irak, que no deseaban, están dispuestos a aislar a los franceses. Eso es algo que comparten tanto Merkel, por razones ideológicas, como Schröder, por motivos prácticos y porque fue él quien se vio en todo el lío con Bush a cuenta de que Francia, más que defender una solución pacífica para Irak, quería conservar a uno de los principales clientes –el derrocado Sadam Hussein– de su industria, sobre todo, del sector armamentístico.
 
En este contexto llega la propuesta liberalizadora y aperturista del comisario Verheugen. Puede que salga adelante, o puede que no, porque en la dinámica de la Unión Europea hay muchas ocasiones en que lo que impera no es la lógica y el sentido común, sino su falta. Pero ahora las probabilidades son mayores que antes porque en la UE hay mucho mar de fondo en torno a la cuestión del modelo económico seguido en el último medio siglo y han empezado a ponerse en tela de juicio cosas que antes ni se discutían, entre ellas, el papel de la hiperproteccionista Francia en la Unión y sus políticas. Algo vamos ganando.

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