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José Enrique Rosendo

Las remesas de los inmigrantes

Nos encontramos ante un fenómeno, el de la inmigración, sobre el que conviene empezar a hablar claro. De lo contrario, todo lo que conseguiremos será profundizar en sus aspectos más negativos sin que podamos sacar el máximo provecho a los positivos

Las remesas que los inmigrantes que viven en España transfieren a sus países de origen se incrementarán este año con respecto al 2006 nada más y nada menos que un 25%, rozando los 7.000 millones de euros en un país cuyo PIB alcanza ligeramente el billón de euros. Son cifras publicadas el sábado por el Banco de España.

Nuestro país, a partir de 2004, es decir, desde el comienzo de la legislatura de Zapatero, ha dejado de ser un tradicional receptor de divisas para convertirse repentinamente en un importante emisor neto. Y hoy España, que se debate entre la octava y la novena potencia económica del mundo, se halla en el tercer puesto del ranking de remesas brutas, tras Estados Unidos y Arabia Saudí y muy por encima de países con larga tradición de acogida de inmigrantes como Reino Unido, Alemania o Francia. Todo un logro que, desde luego, no ayuda en absoluto a mejorar nuestra maltrecha balanza de pagos, que es una de las espadas de Damocles de la economía española.

El reciente y agresivo fenómeno de la inmigración que ha experimentado nuestro país tiene sin duda elementos positivos, aunque más a corto que a largo plazo. La inmigración ha impulsado en parte el último empuje económico al catalizar el consumo y la demanda de vivienda, además de participar en el mercado laboral incidiendo en una cierta moderación salarial en puestos de trabajo de escasa cualificación profesional.

Pero también tiene elementos negativos para nuestra economía. En primer lugar, que no aporta en términos generales nada a la competitividad global de nuestra economía debido precisamente a la baja cualificación, en términos generales, de los inmigrantes que han llegado; y en segundo lugar, porque tengo fundados argumentos de que éstos, desde finales de 2006, son más receptores que contribuyentes netos de nuestro pesado gasto social. El propio servicio de estudios del Banco de España, hace un par de años, ha dejado claro que el fenómeno de la inmigración, contrariamente a lo que se propagó inicialmente por Caldera y Zapatero, no es en absoluto la panacea para la pervivencia de nuestro sistema de pensiones, sino que incluso puede convertirse en otro lastre más.

El fenómeno de las remesas plantea a su vez numerosos problemas que aún no hemos resuelto. Uno de ellos, y desde luego no menor, es la escasa bancarización a día de hoy de esas transferencias de capital. Buena parte de esos envíos de dinero se realizan por medios no institucionalizados, con el consiguiente riesgo de que, de un lado, no estemos midiendo adecuadamente el fenómeno (el propio Banco de España reconocía hace un año en un estudio que no tenían ni siquiera estadísticas fiables al respecto) y de otro lado que no se establezcan las garantías necesarias desde el punto de vista del consumidor y también de la fiscalidad. Conviene pues legislar este fenómeno, al mismo tiempo que urge que el Banco de España disponga de los medios materiales y humanos imprescindibles para su control.

Por otra parte, las entidades financieras españolas deben profundizar en la creación de productos atractivos que permitan la bancarización de las remesas y, a ser posible, constituyan un elemento más para su crecimiento comercial en los países de destino de ese capital, tanto en países iberoamericanos, donde las remesas contribuyen principalmente al sostenimiento del entorno familiar, como en los del Este de Europa, en donde sirven más para iniciar negocios por medio de los cuales poder regresas a sus países.

Tampoco hemos sido capaces de calibrar el "efecto político" de estas remesas. Conviene recordar que más de un 6% del PIB de Bolivia o un 3% del de Colombia, por poner sólo dos ejemplos, proceden de las remesas enviadas desde España (lo cual, dicho sea de paso, es una nueva constatación de que el mercado puede contribuir con mayor eficacia al desarrollo de países tercermundistas que la cuota del 0,7 del socialismo zapaterista). No obstante, el peso de nuestra diplomacia en esas latitudes disminuye alarmantemente hasta el punto de que muchas empresas españolas se sienten desprotegidas en sus inversiones allí. Baste citar los recientes y sangrantes ejemplos de Bolivia, Ecuador o Venezuela.

Nos encontramos pues ante un fenómeno, el de la inmigración, sobre el que conviene empezar a hablar claro y sin tabúes. De lo contrario, todo lo que conseguiremos será profundizar en sus aspectos más negativos sin que podamos sacar el máximo provecho a su contribución más positiva.

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