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EDITORIAL

Los precios suben y el Gobierno mira a otro lado

Ya que no tiene control sobre la política monetaria, el Gobierno podría hacer un esfuerzo por permitir sin restricciones la competencia comercial.

Los datos están ahí: en los últimos doce meses los alimentos se han encarecido un 6,3 por ciento, mientras que el incremento medio de los salarios no alcanza el 3 por ciento. La inflación se ha convertido en un nuevo problema para nuestra economía, y todo parece indicar que la situación no va a mejorar en los últimos meses. Y, por lo que se refiere a los alimentos básicos (el pan ha subido un 14 por ciento y la leche casi un 30), la situación es más dramática. Estos productos tienen una mayor importancia en los presupuestos más humildes, que por tanto son los que más lo notarán.

El ministro de Economía ha salido por peteneras, echándole la culpa a los ciudadanos por "no haber interiorizado" el euro, cuando se van a cumplir 9 años de su introducción. Peor ha sido la broma navideña de mal gusto de recomendar el consumo de conejo ante el alarmante aumento de los precios del pollo (del 11 por ciento) o la aún más ridícula de protestar porque los españoles dejamos demasiada propina.

La aceleración de los precios de los bienes alimenticios tiene sólidos fundamentos. Por un lado indios y chinos, al ritmo de su integración en el mercado mundial, están demandando más de estos productos. Además la apuesta de los gobiernos por los biocombustibles, discutible desde muchos puntos de vista, está desviando recursos que de otro modo se destinarían a la producción de alimentos. Sumemos a ello que en esta fase del ciclo los bienes de primera necesidad suben habitualmente más rápido que los demás.

Nada de ello quiere decir que nuestros políticos, y el Gobierno en concreto, no puedan hacer nada. La Comisión Europea, en una demostración de descarnada hipocresía sólo al alcance de los políticos del viejo y resabiado continente, ha decidido eliminar las aduanas a ciertos alimentos procedentes, en su mayor parte, del tercer mundo. Nos beneficiamos los consumidores europeos y los productores de origen. Y los políticos, que evitan de este modo echarse encima a unos ciudadanos enfadados con toda la razón. Pero en cuanto las aguas se calmen volverán a sus inconfesables acuerdos con los productores locales y volveremos a salir perdiendo la mayoría de nosotros.

Y al Gobierno español, que mira para otro lado, hace comentarios sin gracia alguna por más que hayan merecido la mofa general, o directamente echa la culpa a los españoles, más le valdría, aunque fuera por puro electoralismo, hacer algo. Ya que no tiene control sobre la política monetaria, podría hacer un esfuerzo por permitir sin restricciones la competencia comercial, y levantar al menos parte de las regulaciones que entorpecen y encarecen la producción de alimentos, con altos costes y beneficios inciertos.

En Libre Mercado

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