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Gabriel Calzada

El embrollo intervencionista de Kioto

No está claro qué quiere decir eso de no respetar Kioto. Si significa no cumplir los compromisos adquiridos, y esta parece la interpretación más sensata, no hay prácticamente país en la tierra que lo haga

Les aseguro, queridos lectores, que suelo prometerme a mi mismo no escribir sobre el Protocolo de Kioto en una temporadita. Si por mí fuera, dedicaría mi escaso tiempo a escribir sobre cuestiones mucho más divertidas. Sin embargo, cada vez que echo una hojeada a la prensa, me encuentro con que el protocolo de marras, que no tiene casi efectividad frente a los cambios del clima, sirve de caballo de Troya para todo tipo de intervencionismos.

Esta semana ocurrió lo que tenía que terminar ocurriendo. Los sindicatos europeos, asustados por la deslocalización de empresas producto del racionamiento y mercado de derechos de emisiones, han pedido a Bruselas que se introduzcan aranceles sobre las mercancías de aquellos países que no respeten Kioto. Esta idea, por cierto, ya la había sugerido hace apenas un par de meses el supuesto liberal Nicolás Sarkozy.

No está claro qué quiere decir eso de no respetar Kioto. Si significa no cumplir los compromisos adquiridos, y esta parece la interpretación más sensata, no hay prácticamente país en la tierra que lo haga y, por lo tanto, habrá que elevar aranceles frente a la práctica totalidad de ellos, incluidos casi todos los europeos.

Otra opción es que para la Confederación Europea de Sindicatos no respetarlo signifique no racionar gases CO2. Esta es la única interpretación que tendría sentido de cara a evitar las temidas deslocalizaciones. Sin embargo, en este caso habría que imponer barreras comerciales a casi todos los países pobres del planeta, dificultando aún más sus posibilidades de desarrollo. Claro que no creo que a los sindicatos les importe un comino este efecto de su propuesta.

Por último, cabe la posibilidad de que este lobby sindical se esté refiriendo con eso de no respetar el protocolo a no haberlo ratificado. En ese caso la efectividad frente a las deslocalizaciones sería muy limitada porque hay muchas naciones que lo han ratificado por el simple hecho de que no se tenían que comprometer a racionar nada, como ocurre con muchos países pobres en –rápido– desarrollo. Además, la Unión Europea tendría que explicar por qué Kioto es mejor solución frente al cambio climático que la apuesta por la innovación tecnológica o por el desarrollo de sumideros que desarrolla la coalición de países Asia-Pacífico y otros países que no han ratificado Kioto. ¿Por qué los que optan por otras soluciones deben ser castigados? Se da la circunstancia de que la tasa de incremento anual de gases efecto invernadero en Europa desde el año 2000 es tres veces superior a la de Estados Unidos que optó por no ratificar Kioto y seguir esas políticas alternativas. Si lo que hubiese detrás de la propuesta sindical fuera un genuino intento de proteger un clima supuestamente amenazado por las emisiones humanas de CO2, ¿no debería de ser EEUU el que impusiera aranceles a países como España?

El entuerto de Kioto se complica cada día que pasa. Es un ejemplo más de lo que Ludwig von Mises llamó la dinámica del intervencionismo. Cada intervención requiere, si no se elimina, de nuevas intervenciones que traten –infructuosamente– de tapar los efectos perversos e imprevistos de la anterior intervención.

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