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Pío Moa

Rara memoria, pardiez

Franco compartía las ideas económicas llamadas "castizas" por Juan Velarde Fuertes.

Le cuenta Luis Ángel Rojo a Juan T. Delgado, periodista perfecto en su ignorancia: "Franco no tenía ni idea de economía. No creía que fuera importante para el país." Franco no era economista, claro, como no lo eran ni lo son la mayoría de los políticos, empezando por Zapo. Y tampoco conviene sacralizar la profesión, pues, como recuerda a veces el economista José García Domínguez, "uno de los rasgos más admirables de Churchill fue que jamás se tomara en serio a los expertos económicos". Los fracasos de tales expertos siempre han dado mucho tema.

No me atrevo a decir que Rojo mienta sobre Franco, ni tampoco cabe achacar sus palabras a ignorancia como la de su entrevistador, a quien supongo un joven algo echado a perder por la historiografía a la lisenka. Las palabras de Rojo bien pudieran obedecer a una memoria deficiente, que quizá debiera hacerse revisar. Quien lea los discursos de Franco desde 1939, comprobará que la economía, la entendiera mejor o peor, le preocupaba mucho. Y no solo en la retórica. Fruto de esa preocupación fue la fundación, ya en los años 40, de la primera facultad de Ciencias Económicas en la historia de España. Piénsese que la república de Azaña cerró el único centro superior de esos estudios, en Deusto, universidad que solo volvió a funcionar con el franquismo.

Precisamente en la facultad de Económicas y en otros centros de preparación y peritaje comercial desarrollados desde el temprano franquismo pudieron formarse tantos economistas expertos –aun si nulos como teóricos–. El propio Rojo, sin ir más lejos. Muchos de los cuales se convirtieron en funcionarios del régimen franquista, dentro del cual hicieron carreras a menudo brillantes y provechosas, y al que sirvieron con eficacia y fidelidad. Por fidelidad no entiendo identificación personal con los principios del régimen (cada uno sabrá en qué grado los compartía), sino identificación práctica; no excluyo que contaran chistes de Franco y comprasen libros prohibidos (se trataba de libros pornográficos y marxistas, aunque no todos, pues circulaban libremente la mayoría de los de Marx y Engels, más tarde los de Marcuse y la Escuela de Francfort en general, etc.). La evolución de Rojo indica más bien una fidelidad muy fundamental a su propio interés particular: si hay dictadura, pues con la dictadura, y si hay democracia, pues con la democracia. Actitud frecuente, tampoco hay para rasgarse las vestiduras.

La preocupación de Franco por la economía se manifiesta en muchas otras iniciativas, mejor o peor encaminadas: el INI, la repoblación forestal, los regadíos, la energía hidroeléctrica, el desarrollo de la enseñanza superior, con más alumnos (y bastante más alumnas) que en la república, el rápido descenso de la mortalidad infantil, la erradicación definitiva, ya en los años 50, del hambre (que no había cesado de crecer en la república), los índices de salubridad y tantos otros datos directa o indirectamente económicos. Todo ello afrontando al mismo tiempo el maquis en los años 40, y el persistente aislamiento o la hostilidad internacional, pese a haber sido su neutralidad en la guerra mundial y su estabilidad interna después, una de las bases de la victoria aliada y del asentamiento de democracias en Europa occidental. No es un balance tan malo, aun si a finales de los 50 el país afrontaba una seria crisis.

Franco compartía las ideas económicas llamadas "castizas" por Juan Velarde Fuertes: ultraproteccionismo materializado en el arancel Cambó, que pretendía extender la industrias desde Barcelona y Vizcaya y solo conseguía restringirla a esas provincias; más ideas católicas no muy bien enfocadas, empeoradas con otras de estirpe socialista defendidas por la Falange. Pero nunca cayó en el totalitarismo: su apego a la idea de un Estado reducido y poco gravoso lo impidió en todo momento; y su autarquía resultó en gran medida de las circunstancias internacionales.

La crisis de 1959 obligaba tomar drásticas medidas de liberalización económica. Los promotores de las mismas insisten en que Franco no las entendía. Quizá. Pero aún así demostró una flexibilidad muy notable al prestar atención a sus expertos, formados después de todo en centros de enseñanza creados por su régimen, y de cuya lealtad no parece haber tenido la menor duda. Porque era Franco, y no Rojo, ni Fuentes Quintana, ni Sardá, ni Mariano Rubio o cualquier otro, ni siquiera Ullastres, quien podía adoptar las decisiones, y el responsable máximo de su acierto o desacierto. La nueva política económica se debe, en definitiva, a Franco, mal que le pese a Rojo: los demás dieron cumplimiento a una decisión que no estaban en condiciones de tomar. Algo así como un general es el máximo responsable de una campaña militar, aun si no podría realizarla sin el concurso de numerosos subordinados y expertos en diversos campos.

Se entiende bien que Rojo y otros realcen su propio protagonismo en aquellas importantes decisiones, es muy humano, pero da la impresión de que aquel exagera un tanto. Por efecto de una mala memoria, posiblemente.

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