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George Will

La pesadilla del New Deal

Los políticos se han cargado las normas del juego. No hay ninguna razón para invertir, ni para asumir riesgos, ni para ser prudentes, ni para buscar comprador si tu empresa está al borde de la quiebra. Ahora mismo, todo está en el aire.

Al comienzo de lo que luego se llamó la Gran Depresión, le preguntaron a John Maynard Keynes si alguna vez había sucedido algo parecido. "Sí", contestó, "se llamó la Edad Media, y duró 400 años". Pese a esto, si queremos valorar la eficacia del New Deal rooseveltiano deberíamos tener en cuenta que se tardaron 25 años, en noviembre de 1954, hasta que el Dow Jones volviera a alcanzar la cota de septiembre de 1929.

Se ha extendido la idea de que el New Deal nos salvó de la depresión: los economistas difieren sobre cuál fue la causa de la crisis, pero pocos discrepan acerca de la bondad del programa de gasto público. Sin embargo, los que creen que Estados Unidos necesita hoy otro New Deal deberían recordar que el mayor colapso industrial de nuestra historia tuvo lugar en 1937, ocho años después del batacazo bursátil de 1929 y en pleno New Deal. En 1939, tras una década de enérgicos incrementos en el gasto federal –sólo el presidente Herbert Hoover ya lo aumentó más de un 50 por ciento entre 1929 y 1933– el paro todavía se situaba en el 17,2%.

"Ocho años después de que esta administración alcanzara el poder tenemos exactamente el mismo desempleo que cuando empezamos", se lamentaba Henry Morgenthau, secretario del Tesoro de Roosevelt. El paro sólo disminuyó cuando Estados Unidos empezó a vender materiales a los contendientes en la Segunda Guerra Mundial.

En El hombre olvidado: una nueva historia de la Gran Depresión, Amity Shlaes, del Consejo de Relaciones Exteriores y Bloomberg News, sostiene que las políticas gubernamentales profundizaron y prolongaron la depresión. Una de estas políticas nocivas fue el fomento de sindicatos fuertes y de aumentos salariales por encima de la productividad, bajo la premisa keynesiana de que el consumo de los trabajadores estimula la economía, cuando lo único que logró fue erosionar los beneficios empresariales.

En un estudio de 2004, Harold L. Cole, de la Universidad de California, y Lee E. Ohanian, del Banco de la Reserva Federal de Minneapolis, defendieron que la crisis habría finalizado en 1936, en lugar de en 1943, si no hubiera sido por las políticas públicas que incrementaron el poder adquisitivo de la mano de obra y estimularon la formación de cárteles industriales. Estas medidas se aprobaron porque para la Administración Roosevelt la Gran Depresión se debía a que la competencia salvaje redujo, primero, los precios y los salarios y, más tarde, el empleo y la demanda del consumidor. En un estudio posterior, Ohanian sostiene que "gran parte de la profundidad de la depresión" puede explicarse por la política de Hoover –un precursor del New Deal– destinada a presionar a las empresas para que no redujeran los salarios nominales.

Otras políticas ruinosas también fueron el aumentó del tipo fiscal máximo del 25% al 63% por parte de Hoover en 1932 y la incertidumbre que extendió Roosevelt sobre la economía con sus múltiples programas económicos (lo que paralizó casi cualquier decisión del sector privado). Seguramente todo esto nos resulte familiar.

¿Qué pasó con Bear Stearns? La Fed promovió una fusión. ¿Y con Lehman Brothers? Se le dejó quebrar. ¿Tendrán un efecto positivo los 700.000 millones de dólares destinados a la adquirir los llamados activos tóxicos? Quizá no. Russell Roberts, de la George Mason University, escribe:

Los políticos se han cargado las normas del juego. No hay ningún incentivo para invertir, ni para asumir riesgos, ni para ser prudentes, ni para buscar comprador si tu empresa está al borde de la quiebra. Ahora mismo, todo está en el aire y, como resultado, la única decisión racional es esperar a ver qué piensa hacer el Estado. El New Deal de Roosevelt tuvo el mismo impacto: la inversión neta fue negativa durante buena parte de los años 30.

Barack Obama afirma que el próximo plan de estímulo dará "un empujón" a la actividad y su consejero Austan Goolsbee advierte de que tendrá que ser lo bastante grande como para "sacar de la parálisis a toda la economía". La teoría de los demócratas es que la crisis se debe en su mayor parte a motivos psicológicos. por lo que resulta necesario un electroshock.

Desafortunadamente, lo único que el Gobierno sabe hacer rápida y eficazmente –repartir cheques– podría no ayudar demasiado si los estadounidenses comienzan a hacer con el dinero aquello que no venían haciendo hasta el momento y por lo que tanto, con razón, se les ha criticado: ahorrarlo. Dado que el consumo es el 70% del PIB, la oración de San Agustín ("Dame castidad y moderación, pero no me las des aún") se repite hoy aplicada a la economía: hay que convertir a los estadounidenses en ahorradores, pero no ahora.

El "plan de rescate de la clase media" de Obama incluye una reducción fiscal a las empresas "por cada empleado nuevo que contraten" en Estados Unidos durante los dos próximos años. Se espera que así generen puestos de trabajo que no habrían creado sin esta ayuda. Pero si esto fuera cierto, lo único que obtendríamos serían unos empleos redundantes a unos costes laborales no justificados por la productividad.

Un nuevo New Deal daría la razón a los pesimistas que sostienen que la historia no consiste en un sobresalto tras otro, sino en el mismo sobresalto repetido una y otra vez.

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