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José García Domínguez

La globalización de la idiocia

Gracias a décadas y décadas de medroso corporativismo disfrazado de progresismo nacionalista de pandereta, lo único que nos queda por aquí son algunos medianos empresarios sin ninguna importancia.

Entre las muchas que habitan en las páginas del periodismo español, quizá la fantasía más estrafalaria sea esa que glosa las peripecias de un célebre ectoplasma al que los plumillas suelen llamar con respeto reverencial "un importante empresario catalán". Haga la prueba el lector. Hurgue en la sección de economía de cualquier diario del día y comprobará en el acto como algún importante empresario catalán ha realizado tal o cual trascendental declaración.

El problema de ese lugar común en forma de gentilicio es la contradicción insalvable que esconden sus términos. Pues, en realidad, no existe absolutamente nadie que pueda reunir las tres cualidades en su persona; es decir, ser, a la vez, importante, catalán y empresario. Y es que, gracias a décadas y décadas de medroso corporativismo disfrazado de progresismo nacionalista de pandereta, lo único que nos queda por aquí son algunos medianos empresarios sin ninguna importancia, y unos cuantos ejecutivos ajenos a la propiedad y, por tanto, desposeídos de genuino poder de decisión en las grandes corporaciones a las que sirven. Eso es todo lo que hay. Y punto pelota.

En puridad, los contados empresarios catalanes realmente existentes que, además, merecen el nombre de importantes se llaman Nissan, Sony, Volkswagen, Panasonic, Casio o Henkel. Precisamente, esos a los que el sindicalista Álvarez, a la sazón secretario general vitalicio de la UGT doméstica, acaba de amenazar con que no le toquen mucho "los huevos" (Si la Sony toca molt els pebrots...). O sea, ya saben a qué atenerse en las sedes centrales en Tokio, Nueva York o Berlín. A partir de ahora, tendrán que andarse con mucho cuidadito en Barcelona. ¡Huy, huy, huy, como se enfade Álvarez! ¡Menudo genio tiene el Pepe!

Tal vez porque nunca ha necesitado trabajar para ganarse la vida, al sindicalista Álvarez lo único que le altera el equilibrio testicular es el cálculo económico dentro de las empresas privadas, las de verdad, ésas que sólo se mantienen en pie gracias a servir las necesidades del mercado al menor coste posible. Así, los sensibles genitales del sindicalista Álvarez en todo momento se han mostrado felizmente indiferentes ante, por ejemplo, el escandaloso despilfarro de los fondos públicos de la Generalidad en viajes institucionales de ocio, los tan innúmeros como inútiles informes sobre codornices japonesas, o las obscenas subvenciones multimillonarias al objeto de fomentar el secesionismo deportivo local.

Al cabo, el macho alfa Álvarez sólo ha venido al mundo con una única misión: marcar paquete ante los cuatro o cinco empresarios catalanes importantes que aún quedan en Cataluña. En fin, lo que nos faltaba: la globalización de la idiocia.

En Libre Mercado

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