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EDITORIAL

Zapatero, su escudero y los banqueros

Que un presidente socialista le baje los impuestos sólo a los banqueros es, según el ABC del periodismo, una noticia de primer orden. Sin embargo, quien tenía la oportunidad de pedirle explicaciones a Zapatero ha preferido renunciar a ello.

No cabe mayor traición al socialismo clásico, que propugna la redistribución de la renta de los ricos a los pobres merced a la teóricamente benévola acción del Estado y la política, que rebajar los impuestos a quienes más tienen. Pero eso es lo que hizo Zapatero con los banqueros el pasado 3 de noviembre, una semana antes de hacerse la foto con ellos en La Moncloa.

Es común entre los liberales renegar de la progresividad en los impuestos. Para que paguen más quienes más tienen no hace falta aumentar el tipo según sea mayor la renta personal; eso lo que hace es desincentivar el trabajo y la inversión, efecto que se intenta compensar luego a base de deducciones. Sin embargo, esas exenciones se negocian a través del juego político, lo que facilita la acción de los lobbys y que la redistribución no acabe siendo tanto de ricos a pobres como de grupos desorganizados a grupos organizados. Así, aunque la transición a un sistema de tipo único pueda ser difícil y el camino largo, no es de extrañar que muchos apoyen una propuesta de esa clase, que evitaría todos estos cambalaches.

Pero una cosa es abogar porque no se discrimine a nadie a la hora de pagar impuestos y otra muy distinta apoyar que se favorezca precisamente a quienes menos necesidad tienen de ser favorecidos. Así, la reducción del 43 al 18% de la tributación de las rentas del capital obtenidas en la inversión en sus propias entidades podría ser una gran noticia, como lo es toda bajada de impuestos, si no fuera porque se ha limitado a los directivos y grandes accionistas de entidades financieras, así como a sus familiares hasta el tercer grado. No parece muy defendible que un pequeño empresario que, ante la imposibilidad de obtener crédito aun siendo solvente, deba invertir su patrimonio para salvar su empresa, esté obligado a pagar un 43% al fisco y el directivo del banco que le niega la financiación lo haga al 18%.

Cuando en septiembre de 2003 Jordi Sevilla fue cazado diciendo al actual presidente del Gobierno que para saber economía le bastaba con "dos tardes", el error supuestamente cometido por Zapatero fue acusar al Gobierno de Aznar de haber aumentado la "progresividad" fiscal, cuando debería haberle reprochado un incremento en la "regresividad", es decir, que los ricos ya no pagaran proporcionalmente tanto como antaño. En vista de esta medida no sería descabellado pensar que, más que un error, lo que Zapatero hacía era echar en cara a su predecesor que estuviera obligando a los ricos a pagar de más.

Se dice en las escuelas de periodismo que la noticia no es que un perro muerda a un hombre, sino que un hombre muerda a un perro. Que un presidente socialista, que presume de ser de izquierdas un día sí y otro también, le baje los impuestos sólo a los banqueros es, según esa premisa, una noticia de primer orden. Sin embargo, quien tenía la oportunidad de entrevistar en directo a Rodríguez Zapatero y pedirle explicaciones ha preferido renunciar a ello. Habituado a dar lecciones de periodismo a los demás, Gabilondo parece haber olvidado el ABC de la profesión. Qué mejor prueba de un periodismo especializado en acusar a los demás de lo que perpetran más y mejor que nadie: el sectarismo más descarnado no en defensa de una ideología, sino de un partido.

Poco remedio tiene un país en que los periodistas "progresistas" optan por no incomodar a los políticos de su cuerda preguntándoles por medidas que, indignando a casi todos, deberían incomodar especialmente a su principal clientela, los votantes de izquierdas. Pero se ve que en España, el servilismo frente al poder político cuenta mucho más que los principios. Al menos para la prensa de izquierdas.

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