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Larry Elder

Slumdog Millionaire

En Estados Unidos, consideramos "pobre" a una familia de cuatro miembros si su renta anual es inferior a 21.203 dólares; e incluso quitamos de este cómputo los activos que hayan acumulado durante los años anteriores o las rentas que no sean monetarias.

– ¿Tiene subtítulos?, pregunté.

Mi amiga Nina quiso ver una película de Bollywood con el extraño título de Slumdog Millionaire. A mí me apetecía más ver la última de James Bond porque simplemente quería desconectar durante unas horas y ver al 007 de toda la vida machacar a los malos.

­– Más o menos, me contestó.
– Oh.
– Pero he oído que es buenísima, insistió.

No me quedó más remedio que ir a verla. Nunca me ha gustado que me destripen las películas, así que simplemente la describiré por encima (y digo por encima, ya que durante 120 minutos, Slumdog Millionaire sorprende, encanta e intriga).

Grosso modo, se trata de una historia de amor. Un muchacho huérfano pobre hasta decir basta, Jamal, acude a la versión india de ¿Quiere ser millonario? La trama consiste en mostrar cómo y por qué lo seleccionan y de qué manera logra responder a las preguntas un joven sin educación. Pero Slumdog Millionaire también es la historia del camino que siguen dos hermanos y de la crueldad y de la miseria que se padece en la India; un estado que hasta los estadounidenses más pobres encontrarían inimaginable.

Y qué irónico, gran parte de la película se desarrolla en Bombay. Justo el día que vimos la película, las autoridades indias, a casi 15.000 kilómetros de distancia, se estaban enfrentando a terroristas islámicos que lanzaban múltiples ataques simultáneos que dejaron al final más de 170 muertos.

El espectador de esta película se sobrecoge una y otra vez ante una pobreza extrema que hace que una chabola parezca una suite nupcial. En Estados Unidos, consideramos "pobre" a una familia de cuatro miembros si su renta anual es inferior a 21.203 dólares; de hecho, incluso quitamos de este cómputo los activos que hayan acumulado durante los años anteriores o las rentas que no sean monetarias (por ejemplo, la educación pública, los comedores sociales, la sanidad gratuita, las cartillas de alimentación o los subsidios a la vivienda pública). Según la Fundación Heritage, sólo el 6% de los hogares calificados como pobres viven en condiciones de hacinamiento (lo que significa que hay más de una persona por habitación). Más de dos terceras partes de los pobres residen en viviendas de más de dos habitaciones por persona y más del 43% de estas familias pobres tienen una vivienda en propiedad (que, de media, posee tres dormitorios, un baño y medio, un garaje y un porche o un patio). De acuerdo con el informe de la Fundación Heritage:

En total, el estadounidense medio al que las estadísticas oficiales definen como pobre, tiene un automóvil, aire acondicionado, nevera, estufa, microondas, lavadora y secadora. También dispone de dos televisores, música por cable o satélite, reproductor de vídeo o DVD y equipo de música. Además, puede pagar la sanidad, su casa es espaciosa y está en buenas condiciones y su familia no pasa hambre. Y casi tres cuartas partes de los pobres tienen coche. Es decir, aunque su vida no sea opulenta, tampoco encaja con la imagen típica de pobreza extrema que proyectan la prensa, los activistas progres y los políticos.

En 1970, apenas el 36% de la población estadounidense –ricos y pobres– disponía de aire acondicionado, mientras que hoy lo disfruta el 80%. De hecho, el estadounidense pobre medio tiene más espacio habitable que el ciudadano medio –en todos los niveles de renta– que reside en muchas ciudades de Europa, incluyendo París, Londres, Viena o Atenas.

Ahora mismo, nuestra economía se encuentra en una recesión que todavía no sabemos cuánto va a durar, el paro se está disparando y la incertidumbre lo envuelve todo. Pero, a pesar de esto, vivimos en Estados Unidos, un país de enorme prosperidad, autonomía de elección y control sobre nuestros propios destinos: Slumdog Millionaire nos recuerda que las cosas nos podrían ir peor, muchísimo peor.

Hay buenas películas y hay películas en las que todo es excelente: el guión, la interpretación y la experiencia. Son esas películas en que, cuando terminan, la audiencia ni siquiera puede moverse de su asiento. Queda sobrecogida y aturdida. Nosotros nos quedamos mirando los créditos mientras sonaba la banda sonora; estábamos sentados, reflexionando e intentando digerir lo sucedido durante las dos últimas horas.

Cuando Nina y yo salimos del cine, empezamos a hablar con otra pareja que también había visto la película: "Yo crecí en la pobreza... o eso pensaba –nos decía la mujer– pero entonces mi hermano, que había estado destacado en Bosnia, volvió a casa y nos decía: 'He visto la verdadera pobreza y no me voy a quejar nunca más'". Tampoco lo volverá a hacer nadie que vea esta película... al menos en mucho tiempo. Pero, sobre todo,Slumdog es un relato sobre cómo Jamal pudo salir adelante, siguiendo con su vida y no dándose nunca por vencido.

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