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Emilio J. González

Rusia, el imperio imposible

Putin debería aprender que todo tiene un límite. No puede aspirar a que Rusia sea un imperio y a reconstruir todo su poderío militar si no son capaces de alimentar a una población que se encuentra mayoritariamente al límite de la pobreza.

Decía Augusto, el primer emperador romano, que los limites del imperio no debían extenderse más allá de donde pudiera estar efectivamente controlado y defendido por la presencia de las legiones. Como el tesoro romano sólo daba para mantener 27 legiones, la amplitud del imperio no debía ir más allá del territorio que pudiera dominar semejante cantidad de soldados. La economía, de esta forma, se convertía en la principal restricción para la continuidad de la aventura imperial romana, más allá de otras consideraciones como la logística o la dificultad de administrar una enorme extensión de terreno con los pobres medios técnicos de la Edad Antigua. La Rusia de Putin y Medvedev debería aprender esta lección.

Rusia quiere ser un imperio pero no tiene medios para financiarlo. Éste es el origen de la guerra del gas que enfrenta al gran país euroasiático con su vecina Ucrania y con la Unión Europea. Moscú necesita urgentemente elevar los ingresos derivados de la venta de petróleo y gas con el fin de evitar una verdadera catástrofe económica, política y social en el país. El presupuesto ruso se había hecho con una previsión del precio del crudo de 80 dólares por barril, pero la crisis financiera internacional ha provocado el desplome de su cotización hasta los 35 dólares y al Kremlin no le salen las cuentas por ningún lado a la hora de financiar sus programas de gasto. De ahí que quiera elevar el precio del petróleo, sumándose al acuerdo de recorte de la producción de la OPEP (y en el gas mediante la creación de un cártel de países productores). Y, por supuesto, trata de subir los precios del gas a los usuarios a los que hasta ahora se lo vendía a precio de "amigo", como era el caso de Ucrania, hasta que decidió solicitar su ingreso en la OTAN y la Unión Europea con el fin de alejarse definitivamente de la esfera de influencia de Rusia.

Los ucranianos, como ya se sabe, respondieron incrementando a su vez la tarifa de tránsito del gas por su territorio, que era cuatro veces inferior a la que cobran la República Checa y Polonia por el mismo concepto y casi quince veces menor a la que percibe Alemania. Como el 85% del gas que Rusia vende a la Unión Europea, su principal cliente con diferencia, pasa por Ucrania, esto suponía un serio varapalo para Moscú, que respondió con toda clase de trucos y falsedades con el fin de tratar de dejar en evidencia a los ucranianos y justificar sus medidas de presión a la UE –en forma de corte del suministro de gas– para que ésta financie el gasoducto del norte, que Moscú no puede pagar. Pero, ¿por qué ahora este incidente?

La respuesta es sencilla. Rusia ha perdido más del 25% de sus reservas de divisas como consecuencia de la crisis financiera internacional y tiene que devaluar el rublo en, aproximadamente, un 40% si no consigue revertir la situación. Semejante devaluación es un serio problema económico, sobre todo cuando el 80% de los alimentos que consume el país son importados. Las consecuencias de semejante devaluación, a la que se opone Putin con todas sus fuerzas, serían inflación y pobreza para una sociedad que ya está al límite y que dejaría de apoyarlo si empieza a pasar hambre.

Rusia, sin embargo, se ha buscado este problema ella sola. El país cuenta con el 7% del total de tierra cultivable del planeta para alimentar a una población que supone tan sólo el 2,3% de la población mundial. Además, de ese 7% de tierra, sólo utiliza el 1%, de modo que el 6% restante está abandonado. El país, por tanto, podría incrementar sensiblemente su producción de alimentos cultivando todas sus tierras y aplicando las modernas técnicas agrícolas para aumentar sus rendimientos. De esta forma, no sólo sería autosuficiente desde el punto de vista agroalimentario sino que podría exportar grandes cantidades de productos agrícolas, bien para alimentación, bien como materias primas, bien para la producción de biocombustibles. Pero Moscú no tiene dinero porque dedica su presupuesto a reconstruir su industria militar, un proyecto que cuesta más de 800.000 millones de dólares. Y como considera que la tierra es estratégica, no permite la inversión extranjera para su explotación. Por ello tiene tan gran dependencia de las importaciones de alimentos. Por ello, también, la devaluación del rublo, que al final acabará imponiendo el mercado, es un desastre de dimensiones incalculables para el Kremlin.

Putin y Medvedev deberían aprender que todo tiene un límite. No pueden aspirar a que Rusia sea una potencia mundial –un imperio– y a reconstruir todo su poderío militar si no son capaces de alimentar a una población que se encuentra mayoritariamente al límite de la pobreza. Los recursos dan de sí lo que dan de sí. Por ello, deberían renunciar a sus pretensiones y empezar a poner orden en su casa, en lugar de abrir conflictos con sus vecinos, que siguen viendo al gran oso ruso como una más que seria amenaza que les lleva a buscar refugio del lado occidental. ¿Por qué, si no, Polonia y la República Checa están tan interesadas en que Estados Unidos instale en su territorio el escudo antimisiles, enfrentándose abiertamente con el resto de la UE a causa de ello?

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