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José T. Raga

Del corazón al estercolero de Europa

¿Hemos pasado del corazón de Europa, donde estábamos antes de que el Sr. Rodríguez Zapatero apareciese en escena, al estercolero al que llevar los títulos representativos de la deuda del Reino?

El gran atractivo de la vida en sociedad es su capacidad para fascinar o, si se prefiere, para sorprender cuando no para alarmar. Y es que entre los notables, los hay que sólo pretenden llamar la atención de la comunidad con gestos o con frases de vacía grandilocuencia, en un intento de inscribirse en la letanía de la historia, si no por otra cosa, al menos por un estribillo –que bien podría ser un epitafio– por necio que resulte.

Este deporte, para qué decirlo, es tanto más profuso cuanto mayor sea la incapacidad del personaje notable para hacer algo productivo; es decir, para aportar conocimiento o acción en la mejora de las condiciones de vida y en el progreso de la sociedad, en un itinerario de coherencia relacional para la consecución de los fines que la propia sociedad se ha marcado.

Entre aquellos estribillos/epitafios viene al recuerdo de manera significativa, en estos momentos, aquel en el que el señor presidente del Gobierno daba a conocer su empeño de "llevar España al corazón de Europa". Así lo proclamaba a la prensa, en el Salón de Tapices del Palacio de la Moncloa el 21 de febrero de 2005, justo cuando la víspera el pueblo español se mostrase ridículo e incomprensible ante el mundo entero, votando positivamente contra sus propios intereses el texto de la Constitución Europea. Después seguiría el esperpento en el país vecino, vociferando que "l’Espagne vote oui, la France vote oui". El preconizado éxito ya saben ustedes como terminó: a estas alturas, aquel texto aún no ha sido aprobado por Europa ni por su corazón.

La oda a Europa, con pretensión de confundir, como casi siempre, la recitaba el señor presidente en un momento en que España contaba mucho en Europa. Su papel político y su solidez económica habían hecho de nuestro país un referente en la Unión Europea. Quizá ésta fue la causa de que el Partido Socialista, recientemente llegado al poder, y el Partido Popular, estrenando oposición, votaron unidos aquel texto al que algunos mostrábamos nuestros reparos por causas bien diferentes, y no sólo por la pérdida de peso relativo en el Parlamento Europeo y en la Comisión.

Así que estando, no sé si en el corazón –frase que me resulta una cursilada publicitaria– pero sí desde luego en los centros de decisión –además, con una presencia claramente relevante– la única alternativa a la situación preexistente era la de alejamiento; es decir, se podría predecir, sin excesivo riesgo, que de ocurrir algo, España discurriría por el itinerario descrito por el presidente pero en dirección contraria. Nos moveríamos no al corazón de Europa, sino desde el corazón de Europa a cualquier lugar de la periferia.

Lo que tengo que reconocer es que, al menos para quien estas líneas escribe, no era previsible que el movimiento centrífugo del que España iba a ser objeto en Europa se fuese a producir con la rapidez con que lo ha hecho, llegando a ser considerada hoy como un peligro para la Unión Europea, cuando ni siquiera han transcurrido cuatro años de aquel empeño formalmente europeísta de nuestro presidente, cantando nuestras grandezas para una Europa grande.

Ya veníamos siendo un peligro desde hace algunos años, debido fundamentalmente al diferencial inflacionista con respecto al resto de países europeos de nuestro entorno; lo éramos como consecuencia de la política de inmigración, que preocupaba grandemente a nuestros vecinos, sobre todo a aquellos firmantes del Acuerdo de Schengen, con dificultad para el control fronterizo de los movimientos de población; así era también, y de forma especialmente acusada, por el déficit exterior de nuestra economía y por la magnitud subyacente al mismo de falta de competitividad relativa de nuestra estructura productiva.

Los últimos datos –esos que el señor presidente trata de desconocer y si no hay otro remedio de minimizar– de un déficit del sector público en torno al seis por ciento del producto interior bruto, es motivo de muy seria preocupación en la Unión Europea, de un lado, en cuanto que incumplimiento flagrante del Plan de Estabilidad y Crecimiento y, de otro, en cuanto que es muestra de desconcierto y desorden en la economía doméstica y de sus relaciones en el contexto mundial.

Un déficit que, en cuanto que requiere financiación, exige la emisión de deuda pública, precisamente en un momento en el que se ha puesto en duda la solvencia de la misma, de la que presumía hasta el momento presente. La reducción en el rating del nivel AAA –máximo índice de solvencia– al de AA+, añade dudas a la calidad de la deuda española que acarrean mayor dificultad financiera, a la vez que imponen primas de riesgo adicionales a los tipos de interés básicos de mercado cuando aquella financiación se consigue.

Abundantes fueron los comentarios en aquel mes de agosto en el que sorprendieron las hipotecas sub-prime en Estados Unidos –lo que en España llamamos hipotecas basura–, que ponían de manifiesto la debilidad de un sistema financiero, en parte comprometido con unos activos de escasa solvencia. ¿Tendremos que decir ahora que la deuda pública española viene a sumarse a aquellos activos que el mercado rechaza? ¿También la deuda española llegará a considerarse un activo tóxico? ¿Hemos pasado del corazón de Europa, donde estábamos antes de que el Sr. Rodríguez Zapatero apareciese en escena, al estercolero al que llevar los títulos representativos de la deuda del Reino?

Mientras tanto, a decir de algún propio de la Presidencia del Gobierno, Zapatro está preparando, contando para ello con el equipo económico, su participación –no acepto llamarle comparecencia– en un programa televisivo en el que tratará de estar cercano a los ciudadanos. Trabajo tiene pues, cuando los bolsillos están vacíos y el horizonte se presenta tenebroso, la cercanía pretendida puede llegar a ser ofensiva.

En Libre Mercado

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