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Jeff Jacoby

Gasolina a ocho dólares

Si los verdes y los alarmistas del calentamiento global quieren de verdad que el parque automovilístico estadounidense consuma menos energía, deberían pedir a gritos coches que ahorren menos.

En su testimonio bajo juramento ante la Comisión de Energía y Comercio, al secretario de Energía Steven Chu se le preguntó por algo que dijo el pasado mes de septiembre: "De alguna manera tendremos que lograr subir el precio de la gasolina hasta los niveles europeos". En aquel momento, el precio de la gasolina rondaba los ocho dólares el galón. "¿Acaso el secretario sigue teniendo este objetivo en mente?", se preguntó un congresista republicano.

Chu respondía: "En el clima económico actual sería totalmente desaconsejable subir el precio de la gasolina. Más bien tenemos la intención de reducir la factura del transporte de la familia estadounidense (...) fomentando el uso de vehículos bajos en consumo y desarrollando alternativas al petróleo". El republicano no dejó de meter el dedo en la llaga: "¿Entonces sus declaraciones de septiembre no suenan algo estúpidas casi un año después?". "Sí", respondió secamente Chu.

El congresista no siguió preguntando por qué debíamos tener fe en que Chu había dejado de ser estúpido, pero no hace falta tener un doctorado en ciencias políticas para saber que incrementar el precio de la gasolina es uno de esos temas de los que se deja de hablar en cuanto se ocupa el sillón presidencial (si es que uno quiere salir reelegido, claro).

Chu no ha sido el único en hacer una llamada al encarecimiento de la gasolina. Desde su primera campaña para el Senado estadounidense en 1984, John Kerry ha defendido, por ejemplo, una subida de los impuestos de 50 céntimos por galón. Muchos ecologistas radicales también quieren aumentar las tasas sobre la gasolina hasta niveles cercanos a los ocho dólares el galón. Cuanto más cara sea, sostienen, menos conducirán los estadounidenses y más respetarán el medio ambiente.

"Espero que los precios de las gasolinas se disparen hasta donde sea necesario para sacar de la carretera a estos capullos de los Hummer", dijo Jack Cafferty, de la CNN. Steven Levitt, autor de Frakonomics, escribí en 2007 que "en lugar de lamentarnos por los elevados precios de la gasolina, deberíamos estar celebrándolos". El año pasado, Thomas Friedman también pedía una gasolina permanentemente a cuatro dólares. Incluso Barack Obama, cuando durante la campaña se le preguntó por los altos precios del petróleo, sólo se quejó por la velocidad a la que se habían disparado. "El ajuste debería ser gradual".

Afortunadamente, estas opiniones, por importantes que resulten, son marginales. La mayoría de los estadounidenses no consideran al coche como un capricho ni culpan al ser humano del calentamiento global, de forma que no hace falta decir que casi nadie desea que los precios suban. Por supuesto, quienes sí piensen que los coches son una maldición y que el cambio climático está provocado por el hombre, es lógico que quieran una gasolina más cara.

Y es lógico porque cuando sube el precio de algún producto, su demanda se reduce. Si su objetivo es que hay menos todoterrenos, se utilice más el transporte público y que se emita menos CO2, los precios europeos aparecen como unos atractivos mecanismos para lograrlo. Y a la inversa, resulta hipócrita decir que se está muy preocupado por el calentamiento global y esperar al mismo tiempo que el precio de la gasolina se reduzca, tal y como declaraba en Newsweek el consejero delegado de AutoNation Mike Jackson. "Son conceptos mutuamente excluyentes."

Y aun así, defender que los precios de la gasolina bajen es esencialmente lo que hacen los ecologistas al pedir a gritos coches que gasten menos combustible. Cuanta menos gasolina consuman, más cogerá la gente su coche. Como decía correctamente ante el Comité de la Cámara el secretario Chu la semana pasada, "fomentar vehículos de consumo eficiente" es un medio de "reducir la factura del transporte". Pero abaratar la conducción se traduce en mayor conducción y mayor conducción se traduce en mayor consumo energético, más coches en circulación y más demanda de autopistas: todas esas cosas que aborrecen los ecologistas.

Si los verdes y los alarmistas del calentamiento global quieren de verdad que el parque automovilístico estadounidense consuma menos energía, deberían pedir a gritos coches que ahorren menos. ¿Una locura, dice usted? Seguramente no será una locura mayor que la gasolina a ocho dólares.

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