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Emilio J. González

El problema se llama ZP

En el mundo de la globalización económica, los impuestos bajos son un elemento que impulsa la competitividad, el crecimiento económico y el empleo.

No hace falta que venga UBS a decirnos que tenemos bastantes años por delante con altas tasa de paro. Basta con mirar y escuchar al Gobierno para saber lo que nos aguarda por el simple hecho de que, en España, no hay política económica, sino una huida permanente hacia adelante del presidente del Gobierno en la cual, a cada paso que da Zapatero, crea un nuevo problema o empeora alguno existente. Es un poco aquello de que a perro flaco todo se le vuelven pulgas pero con el agravante de que ZP puede optar por cambiar de dirección y, sin embargo, no lo hace. Convencido como está de que puede con todo y es capaz de sacarnos adelante, está perdiendo por completo el sentido de la realidad y a cada nueva dificultad imagina una solución para sacarnos del pozo cuando lo cierto es que nos hunde más y más en él. No escucha a nadie porque no acepta consejos ni sugerencias, vengan de donde vengan. El Gobierno es su juguete y no lo comparte con nadie, ni siquiera con los ministros, que han acabado por convertirse en meros peones de una partida de ajedrez que Zapatero juega contra sí mismo y sus obsesiones personales.

Zapatero se empeña en tratar de convencer a los españoles de lo imposible, esto es, que su Gobierno es el mejor, que no hay otra forma de hacer las cosas y que su política es muy justa. De hecho, el pasado martes en el Senado no se le ocurrió nada mejor para justificar la subida de impuestos que decir que muchos españoles quieren ser solidarios y están dispuestos a aceptar mayor carga fiscal. De lo primero no me cabe la menor duda, de lo segundo las albergo todas. Y es que ZP se ha empeñado en transitar por caminos imposibles para no tener que aceptar la realidad, que para él resulta del todo punto incómoda porque pone en tela de juicio no sólo sus decisiones, sino también, y sobre todo, sus convicciones más íntimas. De esta forma, el presidente se niega a entender que la mejor política social, en estos momentos, es la creación de empleo, no el subsidio con cargo a mayores impuestos que lo único que va a hacer es generar paro. Tampoco quiere comprender que la mejor defensa de los trabajadores y sus derechos es la creación de un marco económico e institucional que estimule la creación de empleo, lo que pasa necesariamente por una reforma laboral. Pero él sigue a lo suyo y si se publica algún informe sobre España que lo incomode, en seguida manda a uno de sus ministros a arremeter contra el organismo internacional que lo ha elaborado. Sin embargo, por mucho que pretenda esconder el problema, éste sigue existiendo y engordando a costa de los miles de personas que todos los meses pierden su trabajo.

Luego, Zapatero intenta también distraer la atención de los ciudadanos de lo que son resultados más que nefastos de su gestión sacándose de la chistera medidas de todo tipo, presuntamente de interés social, que acaban por ir en contra de ese mismo interés. Su última ocurrencia es la prohibición total de fumar en lugares públicos, incluidos bares, restaurantes y locales de ocio. Cuando el gobierno británico puso en marcha una medida similar en el Reino Unido lo único que consiguió fue que se redujera el número de clientes y muchos locales tuvieran que echar el cierre o reducir su plantilla para poder sobrevivir. España no es diferente y, por tanto, cabe esperar el mismo efecto si, finalmente, el Ejecutivo sigue adelante con la nueva ocurrencia de ZP, pero con un agravante: esto se produce en plena crisis económica, que ya está golpeando con dureza a la hostelería y los locales de ocio que, además, todavía no han amortizado las obras que tuvieron que realizar hace dos años para crear zonas libres de humo. Así es que una medida pensada para quedar bien con los millones de españoles que no consumen tabaco va a costar muchos puestos de trabajo.

A la luz de estas perspectivas me preguntó qué es lo que estará pensando para resolver algunos problemas muy graves a que va a dar lugar una situación tan prolongada de altas tasas de desempleo. Porque quien no trabaja, no cotiza a una Seguridad Social que ya está entrando en déficit y a la que Zapatero ahora quiere cargar más gastos con la subida de las pensiones mínimas. O, también, porque con un déficit público del 10% del PIB, pocas políticas sociales se van a poder desplegar en el futuro y pocos puestos de trabajo se van a generar porque la financiación de tan inmenso agujero se está llevando todos los recursos que necesita el sector privado para aumentar el consumo y la inversión.

Zapatero, sin embargo, no parece preocupado por esto. Que alguien le critica por el deterioro enorme de las cuentas públicas, en seguida sale uno de los suyos al quite y nos explica que hay que subir impuestos porque aquí son más bajos que la media de la Unión Europea. Que le advierten de que la situación presupuestaria es insostenible, en seguida dice que todavía hay margen para aumentar la deuda pública. Sin embargo, todo ello es un error. En el mundo de la globalización económica, los impuestos bajos son un elemento que impulsa la competitividad, el crecimiento económico y el empleo. Por eso, desde hace dos décadas, todo país que puede trata de reducirlos. En el mundo actual de la España de las autonomías, un Estado que gestiona tan sólo la cuarta parte del gasto público no tiene apenas capacidad para lidiar con una deuda pública que se acerca al 70% del PIB.

En estas condiciones, no resulta extraño que los expertos pronostiquen a España un largo periodo de elevadas tasas de desempleo, sobre todo porque cada ocurrencia de Zapatero pone un nuevo palo en la rueda de la recuperación, y ya son muchos. ZP no es la solución, sino el problema.

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