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José Berdugo

Crisis económica e incompetencia política

Si un banco quiere pagarle a uno de sus empleados una gran suma de dinero será por algo. Si sus accionistas no comparten la decisión de los gestores, los demandarán ante los tribunales y serán estos los que pongan fin a la discusión. Así ha sido siempre.

El año va tocando a su fin, y con él, la actividad va decayendo poco a poco. La temporada de resultados empresariales ha terminado y por lo general con mejores números de los que en principio se esperaban, tanto fuera como dentro de España. Cada vez quedan menos datos macroeconómicos de relevancia que puedan afectar a los mercados. Los dirigentes de los principales reguladores y organismos internacionales empiezan a ver la luz al final del túnel. La gran mayoría de los inversores están ya más pendientes de cómo presentarán sus magníficos resultados en la cena de Navidad que en los avatares del mercado. De modo similar ocurre con las grandes empresas, que ya empiezan a prepararse para el año próximo y diseñan su estrategia de cara al final de la crisis. 2009, el año en el que el sistema financiero terminó de morir y resurgió, una vez más de sus cenizas, da sus últimos coletazos.

Todo parece en calma y, sin embargo, todavía hay noticias que atraen la atención del mundillo de las finanzas y son el tema de conversación de los corrillos de las reuniones de empresarios y banqueros. Todos ellos tienen un hilo conductor, sus protagonistas. Políticos populistas, carentes del más mínimo ideal o principio, enfrascados en la búsqueda de la proclama perfecta que les mantenga en el poder unos añitos más.

En esta línea, me sorprendieron varias de las noticias que fueron apareciendo en los medios de comunicación a lo largo de la semana pasada. En primer lugar, despertó inusitado interés el casi siempre desapercibido discurso de la Reina. Se preguntarán qué es el discurso de la Reina. Pues no es más que la apertura oficial del año legislativo en el Reino Unido. Rodeada de un gran protocolo, la Reina pronuncia un discurso diseñado por su Gobierno en el que da cuenta de los principales proyectos legislativos del año. En años anteriores se trató de un acto más protocolario que de fondo. Uno más de esos actos tan característicos de los ingleses. Pues bien, esta vez no ha sido así. Gordon Brown ha querido robarle el protagonismo a su soberana, y lo ha conseguido. En un desesperado intento por rascar algunos votos de cara a las elecciones del año que viene, se ha descolgado con una propuesta para incrementar aún más los poderes de la FSA (Financial Services Authority), que él mismo creó siendo ministro de Economía, para que pueda limitar la retribución de los banqueros de la City.

Semejante propuesta, en realidad, no tiene nada de especial. Está en línea con lo que sus colegas de medio mundo llevan haciendo los últimos meses. Sin embargo, es el primero que se atreve a poner negro sobre blanco la insensatez de su proyecto. En primer lugar, da muestras de un absoluto desprecio por lo privado. Si un banco quiere pagarle a uno de sus empleados una gran suma de dinero será por algo. Si sus accionistas no comparten la decisión de los gestores, los demandarán ante los tribunales por los daños causados, y serán estos los que pongan fin a la discusión. Así ha sido siempre.

Una empresa privada se gestiona como le da la gana a sus dueños. Por otra parte, demuestra un preocupante desconocimiento de las muy diferentes funciones que son cubiertas por los agentes financieros. Hay actividades bancarias totalmente exentas de riesgo que son capaces de generar grandes beneficios a los bancos, los cuales tendrán que ser capaces de retener a los talentosos profesionales que se les generan. Es un anunció peligroso por cuanto se inmiscuye en la actividad privada y libre de los individuos, pero también en cuanto demuestra que el más banal de los populismos electorales se ha hecho un hueco en la siempre sobria Inglaterra. Los laboristas empeñados en regular la forma y modo de cada aspecto de la vida de los ingleses mientras los tories prefieren callar, no vayan a perjudicar sus opciones electorales ahora que tan cerca están de volver a tocar poder.

Las otras dos noticias que me han llamado la atención las he leído en el Financial Times. Primero, han sido aprobados los nombramientos del presidente permanente de la Unión Europea y el "superministro" de Exteriores. En ambos casos, dos desconocidos para la opinión pública europea se han hecho con el puesto. Ningún político carismático de trayectoria brillante. No pensador o académico que aportase su sabiduría. La mejor opción ha resultado ser el primer ministro de un país en el que no están especialmente sobrados de candidatos para el cargo. A su lado estará una baronesa británica de cuyas virtudes como gestora o política no se ha oído hablar mucho y cuyo nombre no soy capaz de recordar. Es el triunfo de la mediocridad o un achaque más de la maltrecha salud europea. Probablemente, un poco de cada. Al fin y al cabo no iban a tolerar los gobernantes de los países miembros alguien a quien no pudieran controlar mínimamente.

La otra notica del FT no me ha sorprendido aunque si entristecido y avergonzado. El tabloide británico ha elaborado un escalafón de los ministros de Economía europeos y, sobre un total de diecinueve, nuestra Salgado ha logrado la decimosexta plaza. Consideran que la ministra no da la talla ni como política, ni como profesional y creen que la confianza depositada en ella es claramente excesiva. No se puede acusar al diario de tener manía a las mujeres o de no aceptar la anhelada incorporación de la mujer a los más elevados puestos de responsabilidad. No. La ganadora de ese ranking no ha sido otra que una mujer, la ministra francesa Christine Lagarde.

Las tres noticias mencionadas guardan relación entre sí. Son muestra de la mediocridad y oportunismo de los dirigentes políticos de hoy. Pero también me hacen darme cuenta de dónde cae la imagen exterior de España, a los pies de los caballos. Sin embargo, también ha habido una noticia que me ha hecho recuperar la fe en nuestro capital humano. En tiempos de crisis, el todopoderoso JP Morgan ha recuperado a uno de sus históricos pesos pesados para pilotar la banca de inversión en Europa, Oriente Medio y África. Emilio Saracho, que antes pasó por Goldman Sachs, el Santander y dirigió durante una década JP en España vuelve a Londres como figura de referencia en el mundo de las finanzas. Pensando en el nombramiento de Saracho, me he acordado de otros españoles que copan los puestos en la banca internacional. En JP también está Garnica, como responsable europeo de banca privada; en Merrill Lynch, Claudio Aguirre y la recién "retirada" Eva Castillo o Abril-Martorell en Credit Suisse. Y no sólo ellos, la City londinense está cuajada de grandes profesionales españoles en la franja de los cuarenta que apuntan a lo más alto y que ya han alcanzado grandes puestos de responsabilidad. 

He querido escribir hoy sobre las noticias del periódico más que sobre los mercados porque quería destacar la falta de capacidad de nuestros gobernantes y porque he caído en la cuenta de que mientras haya profesionales como los mencionados y otros muchos, aún habrá esperanza. Antes de fin de año tendremos la oportunidad de repasar las expectativas económicas y financieras para el próximo año, que las hay para todos los gustos.

En Libre Mercado

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