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Emilio J. González

La hora de retratarse

Los alemanes, que a serios no les gana nadie cuando se ponen, lo tienen muy claro: no se va a pedir esfuerzo alguno al contribuyente germano para ayudar a quien no quiere ayudarse a sí mismo.

A Zapatero empieza a llegarle la hora de la verdad, aquella en la que o se moja realmente con lo que hay que hacer para salir de la crisis o en la de apechugar con las consecuencias por no hacerlo. Vamos, que el terreno para continuar con su permanente huida hacia adelante, a la espera de que escampe en la economía internacional y sean otros los que le saquen las castañas del fuego, se le acorta día a día. O, mejor dicho, se lo reducen, le achican los espacios y le cierran cualquier otra opción que no sea la de hacer lo que hay que hacer... o que España se marche del euro. Resulta, como es obvio por otra parte, que por el mundo nadie se cree sus previsiones económicas, propias de su optimismo antropológico, sobre todo en lo que se refiere a la reducción del déficit público. Lo dicen los bancos de negocio, lo dicen los principales expertos académicos y, cómo no, todos los organismos internacionales, con excepciones como la Organización de Estados Africanos y algún que otro por el estilo. Todos los demás, sin embargo, coinciden en un diagnóstico que muchos compartimos y hemos venido avanzando desde hace tiempo en nuestro país. No obstante, no es lo mismo que la OCDE o el FMI digan, muy educadamente y con muy buenas maneras, que los planes de ZP no hay quien se los trague a que quienes los pongan en tela de juicio sean el Banco Central Europeo y la Comisión Europea, porque la opinión de estas instituciones tiene repercusiones directas e inmediatas para nuestro país.

Dice Bruselas que las previsiones de Zapatero son demasiado optimistas, que no se cree que en 2013 se vaya a reducir el déficit público por debajo del 3% –cosa que también advierte el BCE–, que las estimaciones de crecimiento económico en que el Gobierno basa su estrategia no se van a cumplir y en que ZP y los suyos tienen que concretar de dónde va a salir el prometido ahorro de 50.000 millones de euros para las arcas públicas. O sea, que la Comisión le dice a Zapatero que se deje de fantasías en torno a lo bien que va a ir la economía española, no se sabe por qué, y, sobre todo, que se retrate y explique cómo piensa ahorrar 50.000 millones de euros, porque semejante cantidad no se ahorra así, como por arte de magia, sino que implica, necesariamente, meter un buen tijeretazo al gasto público y el presidente del Gobierno ni está dispuesto a hacerlo ni se lo va a exigir a las autonomías y ayuntamientos. Su estrategia consiste, por un lado, en confiar en que la economía crezca a buen ritmo en los próximos meses y años, cosa que nadie menos él sabe cómo puede ocurrir sin motores para el crecimiento, con el crédito al sector privado brillando por su ausencia y sin una reforma laboral que permita de verdad reducir el paro en una economía que sólo crece cuando crea empleo; por otro, en las subidas de impuestos. Ya tenemos la de los especiales, en julio entra en vigor la del IVA, si nadie lo remedia; ahora se baraja crear un impuesto sobre los depósitos bancarios y, por supuesto, habrá que esperar a la presentación de los presupuestos para 2011 para ver qué más tropelías tributarias va a cometer el Gobierno con cargo al bolsillo de los españoles. De esta forma, Zapatero piensa conseguir la cuadratura del círculo. Lo malo es que, con tanto incremento de la presión fiscal como por desgracia parece que se nos viene encima, lo único que va a conseguir Hacienda va a ser deprimir aún más el consumo, la inversión y la creación de empleo, hundir el crecimiento y lastrar aún más si cabe la recuperación. Y así, por mucho que lo desee Zapatero, España sólo va a conseguir reducir el déficit presupuestario al 3% en los sueños del actual inquilino de La Moncloa.

Si todo quedara en la crítica en sí, la cosa no tendría más importancia que la de volver a sacar los colores a Zapatero a nivel internacional. Por desgracia, las implicaciones de todo este asunto van mucho más allá. Sin ir más lejos, esta misma semana bancos de negocios internacionales como Merrill Lynch Bank of America, Citi y Barclays decían que no había que comprar deuda pública española debido a las dudas acerca del plan de ajuste del Gobierno y, por tanto, de los compromisos de Salgado y Campa con los mercados y el del propio Ejecutivo con Bruselas acerca de la reducción del déficit. Lo cual implica que, en cuanto el BCE cierre el grifo de la financiación fácil, aquí no va a haber quien coloque un título de deuda española como no sea a intereses superiores al 6% ó 7%, que luego vamos a ver cómo se pagan. Sin embargo, lo peor de todo es que estas críticas coinciden con la declaración que acaba de hacer Alemania acerca de que quien no haga sus deberes tiene que marcharse del euro. ¿Un mensaje claro para Zapatero, entre otros? No les quepa la menor duda. Los alemanes, que a serios no les gana nadie cuando se ponen, lo tienen muy claro: no se va a pedir esfuerzo alguno al contribuyente germano para ayudar a quien no quiere ayudarse a sí mismo y, por tanto, si alguien rechaza hacer lo que tiene que hacer, pues allá se las componga, pero que no cree problemas a los demás. Vamos, que tenemos mucha papeletas para que nos echen del euro como ZP no se ponga de una vez por todas a hacer lo que tiene que hacer.

Visto lo visto, al presidente del Gobierno ya apenas le queda terreno por recorrer en su permanente huida hacia adelante, porque ya está muy cerca de ese punto en el cual o afronta lo que tiene que afrontar o se hunde en el abismo. Le guste o no, a Zapatero le está llegando de verdad la hora de retratarse respecto a lo que de verdad quiere hacer con la economía, y dejarse en paz de una vez por todas de falsedades, promesas incumplibles y sueños imposibles. Por desgracia para este país, no está para nada garantizado que el camino por el que opte ZP sea aquel cuya elección viene dictada por cosas como el sentido común, la lógica política, el sentido de Estado, el interés público y demás.

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