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EDITORIAL

El euro sobre el alambre

Es todavía una incógnita el desenlace de esta enfermedad infantil de la divisa europea. Podría llevársela por delante o fortalecerla, todo depende de lo acertado de las decisiones en la cúpula política y monetaria de la UE.

La crisis de la deuda griega está tocando sus últimos compases antes de que se produzca lo que parece inevitable: o la expulsión del euro –a lo que le seguiría la bancarrota–, o el fin de la soberanía griega sobre su política económica. Los líderes de la Unión Europea se inclinan por lo segundo, o al menos eso es lo que se deduce del plan de contingencia que, en la reunión de Bruselas, han previsto a dúo Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Sin dar un solo número que asuste a los mercados más de lo que ya lo están, la intención del eje –esta vez monetario– francoalemán es enfriar la olla a presión en la que se ha transformado la eurozona desde que, hace unos meses, los acreedores empezaron a dudar de la solvencia del Estado griego.

Pero, ¿cómo hemos llegado a esta lamentable situación en la que la moneda única corre riesgo de desaparecer arrastrando consigo a la primera potencia económica del planeta? La razón hay que buscarla en la irresponsabilidad de los Gobiernos del continente, de todos, aunque el presidido por el socialista Papandreu haya pulverizado todos los récords de derroche. El Pacto de Estabilidad se firmó hace más de 15 años para evitar situaciones extremas como esta. Los diferentes Estados acordaron cuadrar sus cuentas, no gastar más de lo que ingresaban y mantener la deuda pública a raya. Nadie lo ha cumplido, empezando por los propios alemanes, que se lo saltan a la torera desde hace más de una década.

Pero ha sido en los países del sur, en Grecia, España, Portugal e Italia a raíz de la crisis financiera internacional, cuando el Pacto ha pasado definitivamente a ser papel mojado. Tanto el Gobierno griego como el español han incurrido en tremendos déficits presupuestarios al tiempo que han pedido prestado mucho más de lo debieran. Si Grecia sigue por este camino –y no debe olvidarse que España le sigue de cerca– en un momento u otro habrá de presentar suspensión de pagos, lo que, y esto es seguro, originará un terremoto financiero que dejaría la quiebra de Lehman Brothers en un insignificante e inapreciable temblor de tierra.

Llegados a este punto, a los socios económicos de Grecia, España y demás Estados manirrotos, es decir, a los que se embarcaron con ellos en la aventura del euro, sólo les queda hacerse cargo del desaguisado contra fondos propios y reestructurar por completo la unión monetaria. Por ahora se limitan a tranquilizar, pero más pronto que tarde habrán de aplicar una cirugía muy dolorosa, especialmente para sus cuentas, ya que el rescate de Grecia saldría por unos 75.000 millones de euros que tendrían que salir en gran parte del bolsillo de los contribuyentes de los países "saneados". España, en un alarde de imprudencia solo concebible en la cabeza de Zapatero, se ha apuntado entusiasta a colaborar con unos 2.000 millones de euros que, naturalmente, no tenemos.

Es todavía una incógnita el desenlace de esta enfermedad infantil de la divisa europea. Podría llevársela por delante o fortalecerla, todo depende de lo acertado de las decisiones en la cúpula política y monetaria de la UE. De lo que podemos estar seguros es que, después de esta experiencia, nuestra moneda no va a parecerse en nada a aquel euro confiado y optimista de hace diez años.

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