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Ángel Martín Oro

Predicciones desastrosas, y otras no tanto

En una entrevista datada de 2005, Friedman argumentaba que la estabilidad y solidez de la economía norteamericana del momento nunca había sido tan estupenda, señalando a la política monetaria aplicada por Alan Greenspan como responsable de estos éxitos.

Existe una fuerte demanda social para conocer el incierto futuro. De ahí que prosperen algunas prácticas como las de los adivinos y otros de la misma calaña. Y de ahí también, salvando grandes distancias, que la predicción sea una de las tareas en economía que más interés despierta, fomentada a su vez por gobiernos y otros organismos.

La línea dominante de la profesión económica ha sabido responder a esta demanda, al poner en el centro de sus ocupaciones la predicción. Milton Friedman, uno de los economistas académicos más influyentes en el siglo XX y representante de la llamada Escuela de Chicago de economía, expresó esta idea como ningún otro: "El objetivo último de una ciencia positiva es el desarrollo de una 'teoría' o 'hipótesis' que genere predicciones válidas y significativas sobre fenómenos que todavía no se han observado", afirmaba en La metodología de la economía positiva.

A pesar de ello, la forma en que se ha llevado a cabo esta práctica predictiva dejaría bastante que desear. La crisis actual manifiesta en parte esta carencia, dada la sorpresa que ha supuesto para la mayoría de economistas. A uno de los que le hubiera pillado desprevenido la crisis habría sido precisamente a Friedman, de no haber sido por su fallecimiento en 2006.

En una entrevista datada de 2005, Friedman argumentaba que la estabilidad y solidez de la economía norteamericana del momento nunca había sido tan estupenda, señalando a la política monetaria aplicada por Alan Greenspan como responsable de estos éxitos.

Su perspectiva sobre los fundamentos económicos estadounidenses coincidía con la de los máximos responsables de la Reserva Federal, quienes en 2007 veían un escenario rosado, sólo perturbado por algunos problemillas leves que serían instantánea y eficazmente solucionados por ellos mismos.

Este optimismo también era compartido por los informes del Fondo Monetario Internacional, que en abril de 2008 preveían un crecimiento de la economía mundial del 3,8%, frente al -0,6% real. Y por numerosos gobiernos que hicieron depender la salud de sus cuentas públicas de unas previsiones excesivamente optimistas de crecimiento económico, y por tanto de evolución de ingresos y gastos públicos. El caso español es paradigmático en este sentido.

También participaron en esta euforia las agencias de calificación de riesgos, quienes una y otra vez han tenido que revisar a la baja sus calificaciones de la deuda, tanto privada como pública. Muy a pesar de nuestros gobernantes, han pecado de excesivo optimismo, en lugar del catastrofismo que algunos quieren ver en éstas. Un excesivo optimismo que se tradujo en que los modelos de predicción que utilizaban para sus calificaciones dependieran de que las condiciones insostenibles del periodo de auge (bajos tipos de interés, constantes subidas de precios inmobiliarios...) se mantuvieran permanentemente.

En cambio, por la misma época otros economistas veían una realidad totalmente distinta, con unas previsiones de futuro muy negativas. Por ejemplo, el economista Stefan Karlsson advertía en 2004 de las consecuencias de un pinchazo de la burbuja inmobiliaria en EEUU: "Hay una fuerte probabilidad de que suceda una eventual corrección de precios a niveles más acordes con las décadas pasadas". Y ello, con una tasa de ahorros ridícula y un sobreapalancamiento muy elevado, "significaría una crisis financiera más profunda que la asociada con la burbuja bursátil" de las puntocom.

En 2006, el analista financiero y presidente de la sociedad de bolsa Euro Pacific Capital, Peter Schiff, predijo con precisión el crash en el mercado inmobiliario, incluso ante una pléyade de inversores hipotecarios que en ese momento tomaron a broma sus advertencias. Ello le sirvió para alertar en ese mismo año de que la economía norteamericana era como el Titanic, dispuesta a estrellarse más pronto que tarde: "Veo una crisis financiera auténtica en un futuro inmediato".

Ya entrados en las turbulencias financieras que se iniciaron en verano de 2007, varios economistas de la Escuela Austriaca anunciaron que "la fiesta se había acabado": la borrachera de crédito, bajos tipos de interés y burbujas de la etapa de expansión, dejaban paso a una dura resaca que iba a llevarse por delante buena parte del sistema financiero norteamericano, iba a precipitar el desplome del mercado inmobiliario, y revelar lo frágil e insostenible del crecimiento previo.

El lector juzgará qué predicciones se han mostrado más acertadas.

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