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José T. Raga

No era suficiente

La deuda pública española no se la quieren los mercados. De este modo, la coacción al sistema financiero español, ante la amenaza del caos que se avecina, está servida.

Yo me lo temía, porque es lo que suele ocurrir. Lo explicaba en un artículo reciente, de hace escasamente tres semanas. Pues bien, apenas en ese corto espacio de tiempo, tenemos ya clara respuesta al título con el que se iniciaban aquellas líneas. Las propuestas del Gobierno ante el déficit presupuestario, o sea, las medidas de ajuste del sector público a la realidad económica que vive España y de la que quienes mandan parece que no quieren enterarse, no son suficientes para lo que exige la situación presente.

Contrasta esta valoración europea e internacional, con los entresacados que el Gobierno muestra ante la opinión pública según los cuales todos, los de casa, los de más allá de los Pirineos y los que se encuentran allende los mares, nos felicitan por lo bien que lo estamos haciendo. El último al que se le ha encontrado una frase para la cita es al propio Banco Mundial quien, tras un informe demoledor de la situación económica española, dice que aplaude el plan de ajuste del Gobierno. O sea que mal, muy mal.

Sin embargo, el señor Zapatero y su corte celestial de ministros, ministras, secretarios y secretarias de Estado, directores y directoras generales y un largo etcétera, parecen satisfechos y con los deberes cumplidos en la medida en que cuenten con frases gloriosas para poder entresacar, y a ellas aludir, siempre fuera de contexto, porque, en el maremágnum en el que estamos inmersos, quizá haya todavía algún ingenuo capaz de creérselo o algún cardíaco interesado en asumirlo.

Que a España se le esté exigiendo más por quienes no tienen obligación de creer las proclamas gubernamentales era de esperar desde el primer momento. Aquella frase de la vicepresidenta económica, Sra. Salgado, cuando se preparaba para la presentación de las medidas ante las autoridades europeas de, a ver si son suficientes, hacía presagiar lo peor. Mencionaba yo allá que doña Elena Salgado estaba llamada a compartir la tristeza del alumno que va a ver si lo poco que sabe le es suficiente para conseguir el aprobado raso en el examen, cuando constata por el resultado que el criterio del examinador hecha por tierra aquel optimismo yacente en el alumno. La tradición está repleta de casos en los que yendo a por el simple aprobado se tiene que volver a la convocatoria siguiente; y Dios quiera que la señora vicepresidenta no tenga que agotar aquellas seis convocatorias que estaban previstas para la superación de la asignatura. Bien es verdad que hoy, se lo han puesto más fácil, pues el sistema educativo se va adaptando para que los más vagos puedan triunfar en él.

Lo malo, señora vicepresidenta, o mejor, señor presidente, no es que se agoten convocatorias, sino que el transcurso del tiempo juega en contra del enfermo que ve cómo día a día se agrava su enfermedad. Y la enfermedad de la economía española, es que, en estos momentos, cualquier sutura en la que usted confiaba –pues de parches se ha caracterizado su etapa de gobierno–, produce desgarro del tejido, con lo que el apaño, como objetivo político, está dejando de ser un recurso válido.

Por ello, ahora se le viene todo encima. La deuda pública no se la quieren los mercados, ni siquiera pagando más de doscientos puntos básicos por encima de lo que paga la deuda alemana. De este modo, la coacción al sistema financiero español, ante la amenaza del caos que se avecina, está servida y ahí tiene usted esa extrañeza mostrada entre los agentes suizos, que no entienden cómo los bancos españoles siguen comprando deuda española sin valorar sus riesgos.

Los que sí que valoran sus riesgos, y además tienen posibilidades para ello –los ricos de verdad, no los que usted dice que son ricos– ya están transfiriendo el dinero fuera del país, comprando activos más seguros, y huyendo de sus continuas amenazas apocalípticas. Los extranjeros, en épocas pretéritas inversores fervientes en nuestro espacio económico, se están retrayendo y optando por otras alternativas. El endeudamiento exterior crece de forma continuada, superando ya en estos momentos la astronómica cifra de un billón de euros; sí, he dicho billón, con "b" de barbaridad y, para que no se confundan los lectores del exterior, en España llamamos billón a la unidad seguida de doce ceros.

Y para no cansar más al lector, ha conseguido usted, señor presidente, algo que raya en lo milagroso. Es casi inconcebible que, en años de recesión como los que vivimos, mientras disminuye el PIB aumente el déficit exterior, el de la balanza por cuenta corriente. Esto le debería hacer suponer que la enfermedad de nuestra economía no es de una simple gripe con fiebre, que se estima pasajera, sino de un tumor cancerígeno que si no se extirpa a tiempo corre el riesgo de generar metástasis, ésta ya sin solución.

Mientras tanto, a usted se le ve sin prisas, expectante a que los agentes sociales lleguen a un acuerdo que, ya antes pero en la mañana de ayer, se perfilaba como imposible; y usted sigue, impasible el ademán, manejando un borrador del decreto que dice estar dispuesto a llevar al Consejo de Ministros la próxima semana, en el que parece que está dispuesto a marear a la concurrencia mezclando principios de economía laboral con la personalidad de los pagadores, como si por el hecho de pagar el sector público se dejara de pagar. ¿Qué espera usted de los interlocutores sociales? ¿Se siente usted tan débil que el acuerdo de ellos le haría sentirse más fuerte? ¿No da más fortaleza la razón y el cumplir con el deber de hacer lo que debe de hacer por el bien de España y de los españoles?

¡Qué pena que lo tenga todo tan confuso!

En Libre Mercado

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