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José T. Raga

La otra reestructuración

La crisis ha reestructurado el Estado creando nuevos ministerios, inútiles, conflictivos, intervencionistas y, por tanto, generadores de ineficiencias en el sector productivo de nuestra economía nacional.

Ya en la Grecia Antigua, cuando el oráculo hablaba, la población con estremecimiento o sin él, según los casos, se ponía manos a la obra, por la convicción de que su opinión nunca era intrascendente o caprichosa. El de Delfos fue un buen referente por su acertado criterio y por su visión certera de los problemas y de sus soluciones. Y es que, sean buenos y acertados o malos y errados, lo que sale de los oráculos al mundo de los mortales –es decir, al mundo de los que pagamos impuestos– hay que prestarle atención, porque para bien o para mal, de alguna forma, acabará influyendo en nuestras vidas y en nuestras haciendas.

Pues bien, un oráculo gubernamental ha dejado oír su voz, hace apenas unos días, en el marco de una reunión de la Comisión de Fomento del Congreso de los Diputados; estoy refiriéndome, naturalmente, al ministro Don José Blanco que, de haber nacido en el Peloponeso no se le habría escapado el oficio de decir, aconsejar, vaticinar y, en su caso, advertir y amenazar –esto último no lo hacían los griegos– para que propios y extraños tomen las medidas que crean oportunas, sabiendo a lo que se exponen.

La diferencia entre el Sr. Blanco y aquellos que dejaban oír su voz en el mundo helénico es que aquellos oráculos estaban por encima del bien y del mal, no sometidos a poderes temporales ni a intereses mundanos, por lo que no tenían que arrepentirse de lo que habían hecho o de lo que habían dejado de hacer, ni tenían que rendir pleitesía a aquellos de quienes dependía su supervivencia. Exactamente lo contrario a lo que le ocurre al oráculo que se manifestó en la Carrera de San Jerónimo.

Asegurar una cosa y la contraria en apenas unas horas, lo que es habitual cuando se escribe al dictado del presidente Zapatero, hubiera dado al traste con la carrera profesional de cualquier oráculo griego que se preciase de serlo. Lo malo, y esta es otra diferencia grave entre Madrid y Delfos, es que aquí, el personaje que ejerce de oráculo, está dotado, porque la necesita, de una arrogancia que no precisaba el de Delfos que con su sencillez impregnaba las conciencias de los helenos.

Pues bien, en la Comisión a la que me he referido, el bueno del señor Blanco ha hecho sonar el clarín –la trompeta, diría el Apocalipsis– tocando a arrebato para llamar la atención al sector de la construcción acerca de la necesidad imperiosa de reestructurarse. A partir de aquí, nada tiene que ver con los oráculos griegos. Me explicaré.

Me parece de muy mal gusto, seguramente es, además, un signo de mala educación y, desde luego, es un índice de hipócrita necedad, que quien es autor material o comparsa coadyuvante en la generación de un problema, se permita desplazar su propia responsabilidad, aconsejando, advirtiendo y amenazando acerca de lo que deben de hacer otros para su solución.

Aunque parezca extraño lo que voy a decir, la realidad no lo es tanto. El político se siente, sin saber por qué, tocado de un don especial por medio del cual el ignorante se convierte en sabio, el alocado en prudente, el elusivo en comprometido, hasta el punto que, aquel que conocimos como Pepiño, que por sus atributos gnoseológicos y de práctica profesional, nunca se habría atrevido a manifestar una opinión, siquiera con humildad y modestia, se atreve, una vez convertido en ministro, a advertir, a empresarios de la construcción cargados de conocimientos y de experiencia, acerca de la necesidad que tienen de reestructurarse y de internacionalizarse, estando dispuesto su Ministerio a apoyar esa apertura a un mundo, bien conocido y trabajado por las constructoras, aunque bien desconocido para el señor ministro. Todo eso, después de haber anulado o retrasado una quinta parte de las obras programadas.

O sea, que el ministro no cumple con un programa hecho público y en buena medida comprometido, y el culpable soy yo porque tengo que reestructurarme. Es una forma como cualquier otra de hacer el ridículo; con un pequeño detalle, que yo soy el perjudicado, de un perjuicio que puede llevarme a la quiebra y sin embargo, el ministro sigue dando consejos, haciendo advertencias y ejerciendo de oráculo para dejar boquiabiertos a los más incondicionales, que siempre los hay.

Y pregunto yo: ¿para cuándo la reestructuración del sector público: Estado, comunidades autónomas, diputaciones, ayuntamientos, empresas públicas...? Muchos sectores se han reestructurado en España desde aquel programa inicial de la línea blanca en la producción de electrodomésticos, pasando por el siderúrgico, el de automoción, el naval, etc. ¿Cuándo se reestructurará el sector público?

La crisis o, como el presidente la denominó ayer, "el paréntesis", ha reestructurado el Estado creando nuevos ministerios, inútiles, conflictivos, intervencionistas y, por tanto, generadores de ineficiencias en el sector productivo de nuestra economía nacional. Ha aumentado el empleo público, ha aumentado el gasto público, ha aumentado el déficit público y ha desbordado la deuda pública que se está comiendo las posibilidades de financiación de la actividad económica privada y, sin embargo, ha tenido que reducir la obra pública generadora de empleo y de riqueza para la nación. Y el señor Blanco, como si nada, aceptando que las inversiones que se programan desde su ministerio tienen menos prioridad que el gasto en igualdad, ya garantizado por la Constitución, o en cultura, que es resultado de un proceso educativo, o en vivienda, que carece de competencias efectivas, o en vicepresidencias encubridoras de fracasos o de deslealtades a la Nación. Y ello, por limitarme sólo al Estado, que si entrase en las comunidades autónomas...

¡Venga hombre, háganse el ánimo, reestructúrense! Por pedir que no quede. Lo que ocurre es que la quiebra del Estado la sufrimos todos, ustedes y yo; el Estado no es nadie, o quizá es el viento como dijo el filósofo ZP.

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