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Guillermo Dupuy

El ogro filantrópico

A nadie se le ocurriría recomendar a un padre de familia atosigado por las deudas que la solución a su problema pasa por seguir gastando por encima de lo que ingresa. Sin embargo, la cosa cambia cuando estamos ante un gobernante.

A nadie en su sano juicio se le ocurriría recomendar a un padre de familia atosigado por las deudas que la solución a su problema pasa por seguir gastando por encima de lo que ingresa. Sin embargo, la cosa cambia, increíble y lamentablemente, cuando nos encontramos, no ante un particular, sino ante un gobernante que incurre de manera sistemática en déficit público. Entonces no faltan, hasta en los sitios más insospechados, quienes califican la necesaria austeridad de "suicida irresponsabilidad" y llegan incluso a denigrar como "sofisma" lo que no debería ser más que indiscutible obviedad, a saber: que no procede resolver una crisis de deuda con más deuda.

Evidentemente, en el caso de los gobernantes se da una pulsión al déficit que no se produce en los particulares: mientras que estos gastan su propio dinero y son ellos quienes tienen que pechar con sus propias deudas, los gobernantes gastan el dinero del contribuyente y será el contribuyente el que tendrá que soportar el endeudamiento contraído por los gobernantes. Ahora bien, el hecho de que haya diferencias de raíz entre el gasto y endeudamiento de unos y otros, no invalida en modo alguno –todo lo contrario- aquella célebre máxima de Adam Smith de que "lo que es prudencia en el gobierno de una familia particular, raras veces deja de serlo en la conducta de una gran reino".

Desgraciadamente la vigencia de las falacias keynesianas siguen llevando a muchos a pensar que un gasto público no limitado por los ingresos fiscales del presente puede generar un efecto multiplicador y estimulante para reactivar la economía. Pero con ello no hacemos más que incitar en gran medida el "retorno de lo que causó el trastorno", que diría Ortega. Y es que la crisis que padecemos se debe de manera nuclear al abaratamiento artificial del crédito orquestado por el intervencionismo público. Y tratar de recuperarnos de ella mediante el déficit público no es más que otra forma de seguir huyendo de la realidad. Claro que uno siempre puede hacer suyo el consuelo keynesiano de que "a largo plazo todos muertos".

En este sentido, me preocupa que no sólo Rubalcaba y su órbita política y mediática arremetan contra Merkel, los mercados, las agencias de calificación o nuestra falta de soberanía. Y me preocupa porque con ello no hacen más que "matar al mensajero", pues los ajustes que reclaman no son más que imperativos que exigen nuestra realidad; una realidad que proclama que, sencillamente, no nos podemos permitir un sector público de estas elefantiásicas dimensiones. Es este "ogro filantrópico", y no una supuesta obsesión por la austeridad, el que va a acabar por devorarnos.

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