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Guillermo Dupuy

Rajoy burla de nuevo a sus electores

Tanto si ha tenido el visto bueno de Bruselas como si no, lo decisivo es que Rajoy ha decidido incumplir en tiempo y forma un compromiso de reducción del déficit que el presidente del Gobierno había contraído, sobre todo, con sus electores

La decisión de Rajoy de relajar el objetivo de déficit para 2012 hasta el 5,8 por ciento, lo que sobrepasa en 1,4 puntos el tope máximo autorizado por la Unión Europea, constituye el segundo gran incumplimiento electoral en materia de política económica del PP tras la elevada subida de impuestos aprobada hace unos meses.

A diferencia de Rubalcaba, que defendió ante los ciudadanos un menor rigor y un mayor plazo que el fijado en Bruselas y abrió la posibilidad de nuevas subidas de impuestos, el entonces candidato popular Mariano Rajoy no sólo se comprometió al equilibrio presupuestario por la vía exclusiva de la reducción del gasto público, sino que además se comprometió a hacerlo a un ritmo que no llevara a España a sobrepasar los plazos máximos fijados por Bruselas para este menester. Rajoy defendió ese ritmo de adelgazamiento estatal, no porque fuese un imperativo europeo o de los malignos mercados, sino por que ajustar los gastos a los ingresos –nos decía incluso hasta hace nada- era "bueno por sí mismo" de cara a afrontar una crisis de deuda, como la que precisamente padecemos. Como reiterara hace escasas semanas la vicepresidenta Saenz de Santa María, "la primera obligación de un responsable político es saber gestionar con lo que tiene y no comprometer el futuro con lo que no tiene". El caso es que la gente lo creyó.

Ahora a Rajoy no le han faltado –y hasta en los sitios más insospechados- corifeos y pelotas que le han dado un voto de confianza precisamente en el momento de anunciarnos tan clamoroso incumplimiento electoral. En este sentido, puedo entender –aunque no lo comparta- que devotos en la fe keynesiana aplaudan este cambio de Rajoy porque, en su caso, estoy seguro que, de haberse mantenido Rajoy fiel al ritmo de reducción del déficit al que se había comprometido, tanto con sus electores, como con nuestros socios comunitarios, lo hubieran criticado como un "fundamentalista del mercado" y otras lindezas con las que insultan, que no refutan, a quienes han demostrado con números que un Estado que gasta cerca de los 500.000 millones anuales puede reducir perfectamente su gasto en 40.000 sin comprometer las partidas del mal llamado Estado de Bienestar.

Lo que no entiendo es que personas y medios de comunicación que, a buen seguro, habrían aplaudido como un acto de responsabilidad y rigor a Rajoy por mantener su compromiso de no superar en 2012 ese tope máximo del 4,4 por ciento, le respalden ahora cuando nos anuncia que no lo va a hacer.

Los romanos procedían contra el mensajero en función del mensaje. En demasiados medios de comunicación parece que hay quienes valoran el mensaje en función del mensajero. Así, si es Rubalcaba quien contrapone la soberanía nacional con el encomiable objetivo de reducir drásticamente el déficit, acusan al socialista de un patriotismo tan falaz como el que en su día fue negar la realidad de la crisis. Ahora bien, si eso mismo lo proclama ahora Rajoy, lo respaldan como un ejemplo de respeto a la primacía de la soberanía democrática de los españoles frente a los dictados de los mercados y de Bruselas. Con la diferencia añadida de que a Rajoy, a diferencia de Rubalcaba, los españoles le votaron con un discurso que no contravenia los plazos fijados en Bruselas.

Dicen que el supuesto "plante" de Rajoy, en realidad, no es tal y que el presidente del gobierno ha dado el paso no sin antes consultárselo a Merkel. No lo se. Sea como fuere, lo decisivo es que Rajoy ha decidido incumplir en tiempo y forma un compromiso de reducción del déficit que el presidente del Gobierno había contraído con sus electores. Y eso es así, con independencia de que ahora Bruselas elevara el tope máximo de déficit para 2012 hasta el 5,8%, o hasta el 8,5 por ciento o del 85 por ciento. Rajoy, sencillamente, ha incumplido el plazo que se marcó así mismo y ante sus electores para empezar a cumplir con lo que decía ser "la primera obligación de un gobernante". Así es y así hay que denunciarlo.

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