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José T. Raga

La inmunidad, una referencia

¿Dónde está el responsable del mal que se transmite? Me temo que, como en el Siglo de Oro, no es otro que Fuenteovejuna.

Al hablar de inmunidad, soy consciente de que las miradas se dirigirán a esa inmunidad, lacerante de la igualdad de derechos entre los sujetos de una comunidad sometidos a una misma jurisdicción, y que se establece, precisamente, con el ánimo de privilegiar a personas e instituciones, introduciendo requisitos procesales que hay que salvar, cuando se pretenden interponer acciones procesales (ordinariamente penales) contra aquellos sujetos beneficiados por la condición de inmunes.

Sin embargo, hoy no me voy a referir a este tipo de inmunidad, tan presente en la cultura española de la corrupción, sino a un concepto que vendría a configurarse como el escudo que protege a una nación, o a parte de ella, de las posibilidades de contagio o de influencia adversa de acciones o de hechos que tienen su origen en los territorios o naciones de su entorno.

Hace apenas unas horas advertía solemnemente el ministro De Guindos: "La economía española no es inmune a lo que ocurra en la Unión Europea". La afirmación, por obvia, resulta casi ofensiva. En una economía global, como al menos parcialmente lo es la de comienzos del siglo XXI, es evidente que apelar a la inmunidad entre economías nacionales no pasa de ser una quimera. Murieron las fronteras económicas y, con su muerte, se abrieron las vías de transmisión de efectos de una nación a otra, cualquiera que sea su distancia; un hecho que, además, no avisa y se produce con una rapidez inimaginable medio siglo atrás.

A poco que uno piense en la referencia lastimosa del ministro, llegará a la conclusión de que el Sr. De Guindos se siente atacado por la imposibilidad de que la economía española pudiese hacerse inmune a los efectos adversos –porque a los favorables no se les pondría inconveniente– que pudieran devenir de nuestros vecinos europeos, o si me apuran, por qué no, de los americanos, de los australianos, de los asiáticos o de los africanos.

Al parecer, el hecho de no ser inmunes a los desajustes o crisis exteriores puede ser el origen de la llamada desaceleración de la economía española en este último trimestre, tal y como ha manifestado el señor ministro. En este sentido, la inmunidad, caso de conseguirla, vendría a ser el escudo que nos protegería de las carencias de los demás, aunque hay que reconocer, también, que la no inmunidad es un buen refugio político para que el señor De Guindos no tenga que explicar lo que hace mal en la economía española.

El problema, como yo lo veo, es que, como políticos, los gobernantes de todos los países, más aún los que compartimos una misma moneda, aluden a esa falta de inmunidad que permite la introducción del mal exterior en el seno del país propio que, de no ser así, rebosaría aciertos y virtudes en la gestión de su economía.

Así las cosas, ¿dónde está el responsable del mal que se transmite? Me temo que, como en el Siglo de Oro, no es otro que Fuenteovejuna.

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