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EDITORIAL

No sobran coches, sino demagogos

La guerra al coche no es más que una forma de pernicioso elitismo progre, cuya finalidad es favorecer a algunos a costa de dañar a otros muchos.

La extrema izquierda española, con Ahora Madrid y el resto de "ayuntamientos del cambio" a la cabeza, se ha marcado como nuevo objetivo eliminar el tráfico de vehículos privados por el centro de las ciudades, blandiendo para ello excusas de lo más peregrinas y falaces, como la defensa del medio ambiente o el abstracto cajón de sastre de la tan manida "sostenibilidad". "Ciudades para las personas" es su lema, como si los conductores no fuesen individuos y, por tanto, careciesen de los mismos derechos que los peatones para moverse libremente por la urbe. La sinrazón de ciertos políticos tan solo es equiparable a su cortedad de miras. Por desgracia, este fenómeno no es nuevo. A principios del siglo XX, no faltaron voces que exigían la prohibición del recién inventado vehículo a motor, condenando así a la humanidad a seguir usando el tradicional y muy ecológico carruaje de caballos, mientras que ahora algunos pretenden que la gente vaya a pie, en bicicleta o, como mucho, en transporte público.

Hay necedades que resisten bien el paso del tiempo. La guerra contra el coche es, sin duda, una de ellas. El caso de Madrid resulta paradigmático en esta materia. El Ayuntamiento que preside Manuela Carmena no ha dejado de poner impedimentos y trabas a los conductores desde el inicio de su mandato. Su última ocurrencia al respecto consiste en rediseñar los aparcamientos del centro de la ciudad, eliminando plazas en algunos barrios a cambio de aumentarlas en otros, lo cual está generando graves problemas a un gran número de residentes ante la dificultad de encontrar sitios próximos a su domicilio donde dejar su coche. A ello se suma, además, la idea de crear parkings disuasorios a las afueras de la capital para que los madrileños que viven en la periferia eviten entrar con sus vehículos en la ciudad y hagan un mayor uso del transporte público, con todos los inconvenientes que ello supondría en cuanto a pérdida de dinero y, sobre todo, tiempo.

Madrid arrastra un problema para aparcar desde años, pero lo único que se le ocurre a Carmena y a su equipo es agravarlo. La solución no estriba en eliminar o mover plazas de un lado a otro ni, mucho menos, en prohibir o desincentivar la entrada de vehículos, sino en permitir la construcción de aparcamientos para cubrir la demanda que precisan los conductores.

Y lo mismo sucede con las restricciones de velocidad y circulación que ha decretado Ahora Madrid en los últimos meses con el fin de combatir la contaminación. Ha llegado el calor y la concentración de emisiones no ha sobrepasado los estrictos límites establecidos porque es la calefacción y no los vehículos la principal fuente de contaminación, de modo que las famosas prohibiciones municipales al tráfico rodado no solo no sirven para nada, sino que ocasionan atascos y molestias a los millones de ciudadanos que usan diariamente sus vehículos. O qué decir de la apresurada y caótica peatonalización de la Gran Vía y otros puntos estratégicos de Madrid durante determinadas fechas, para indignación de comerciantes, transportistas y conductores.

La guerra al coche no es más que una forma de pernicioso elitismo progre, cuya finalidad, en última instancia, es favorecer a algunos a costa de dañar a otros muchos, sin que sus precursores, obviamente, tengan que sufrir las consecuencias, puesto que ellos se mueven en coche oficial con chófer sufragado con el dinero de todos los contribuyentes. Los problemas derivados de la contaminación y la congestión de tráfico no se mitigarán con disparatadas y perjudiciales prohibiciones políticas, sino mediante el ingenio capitalista que tanto denuesta la izquierda, tal y como evidencian los constantes avances registrados en materia de eficiencia energética o los futuros coches autónomos, cuya irrupción cambiará por completo el concepto de movilidad urbana. No, no sobran coches, sino políticos retrógrados y demagogos.

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