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José T. Raga

¿Principios? Depende

¿Cabe hablar de 'principio' si puede transarse y hasta contravenirse si incomoda a una parte significativa de la sociedad?

Vivimos una época, más aún los ancianos, en la que a menudo deberíamos plantearnos una cuestión crucial. Cuando tanto se habla de transparencia, los principios y los valores que deberían presidir la conducta de los humanos con frecuencia aparecen confusos o condicionados, al modo de mis principios son… si los tuyos también son…

¿Cabe hablar de principio si puede transarse y hasta puede contravenirse si incomoda a una parte significativa de la sociedad? Ante estas posibilidades, el recuerdo de Groucho Marx se hace necesariamente presente.

Son muchos los que creemos en la libertad de comercio, también del comercio internacional. "En un sistema de comercio absolutamente libre, cada país invertirá naturalmente su capital y su trabajo en empleos tales que sean lo más beneficioso para ambos", escribió David Ricardo en 1817. "Esta persecución del provecho individual está admirablemente relacionada con el bienestar universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva y económica posible al estimular la industria, recompensar el ingenio".

Es este principio y no otro lo que ha permitido un crecimiento económico sostenido y la mejora de las condiciones de vida en las naciones que lo han practicado, reduciendo las prácticas proteccionistas –impuestas por el egoísmo de los hombres–, aunque no eliminándolas completamente.

Es sobre el modelo de libertad económica y de comercio –libertad en el movimiento de mercancías, de servicios, de flujos financieros y de personas– sobre lo que se ha edificado la llamada economía global, con sus grandezas y sus carencias.

Sorprende por ello que algunas naciones, incluso poderosas, encuentren cobijo en las prácticas proteccionistas, tratando erróneamente de conseguir ventajas del aislamiento exterior. Vivir y producir aislado –aun a corto plazo– es carecer de referentes para despertar un día en un entorno desconocido.

Las aparentes ventajas a corto plazo se tornarán inconvenientes a largo. Keynes (1919) rechazó que Alemania pagase reparación por daños de guerra; de lo contrario, su productividad debería superar significativamente a la de los vencedores. Y así fue.

No es fácil conocer los principios que rigen el presagio de implantación de barreras arancelarias para anunciar, días después, su demolición. Tampoco es comprensible que, ante el establecimiento de unas barreras arancelarias por parte de unos –EEUU–, otros –la Unión Europea– se apresuren a mostrar su disposición a abolir/reducir las suyas, a cambio de que los primeros no hagan efectivos sus propósitos.

¿Debemos suponer que los principios están en el mercado y se aplican en función de los precios? ¿Pueden los precios condicionar la práctica de los valores y principios de las personas y las naciones? ¿Dónde queda la dignidad del ser humano, su credibilidad, su estado de probidad?

Menos mal que a los ancianos siempre nos quedará aquello de: "Esto antes no pasaba". Un reposo para consolatrix afflictorum, pero sólo eso.

En Libre Mercado

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