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José T. Raga

Asustar tiene su coste

¿Cree el presidente Sánchez casual que la deriva económica española en junio, julio y agosto sea verdaderamente preocupante?

El título de hoy muestra una verdad de Perogrullo que, pese a serlo, raramente se acepta por políticos y gobernantes, que una y otra vez inciden en asustar publicitando despropósitos casi siempre inalcanzables o, lo que es peor, en amenazar, cuando, teniendo el poder, carece de sentido la amenaza.

La verdad es que los efectos –amenaza vs. poder– son sustancialmente los mismos, aunque, cuando la amenaza queda en eso –en una simple amenaza– incorpora a sus propios efectos adversos los de la duda de si habrá algo más, o si acaso es, simplemente, debilidad de poder.

La técnica de asustar o amenazar no es propia en exclusiva de una ideología determinada, aunque hay que reconocer que los que la usan con mayor profusión son las ideologías de izquierda, entremezclándola con aparentes verdades, debidamente manipuladas, para convertirlas en posverdades.

En economía, asustar o amenazar produce los mismos efectos indeseables a los que se habrían producido si la presunta amenaza hubiera conformado el núcleo de un proyecto político real. Yo, sinceramente, como un español de a pie, aconsejaría a los gobernantes que el silencio es, por lo general, la mejor opción.

¿Cree el presidente Sánchez casual que la deriva económica española en junio, julio y agosto sea verdaderamente preocupante? ¿No hay un efecto frentepopulista en los datos de sus tres primeros meses de gobierno?

Considerar el turismo indeseable, renunciar a defender el derecho de propiedad, insistir con reiteración innecesaria en las dramáticas subidas de impuestos, asumir como núcleo de su política territorial fórmulas –diálogo– demostradamente estériles… todo eso no iba a pasar inadvertido a los agentes económicos.

¿Cómo interpretar que desde junio haya aumentado el déficit comercial, se haya destruido empleo, hayan disminuido las ventas minoristas y las de las grandes empresas, se haya ralentizado el índice de producción industrial, haya aumentado la prima de riesgo de nuestra deuda, haya aumentado la fuga de capitales –salidas netas de capital–…?

¿Qué efecto tiene que un socio del Gobierno (IU) declare que no hay que preocuparse por el volumen de deuda porque los Estados nunca quiebran? ¿Quién ha dicho esto, cuando la evidencia demuestra lo contrario? ¿No están quebrados Cuba, Venezuela, Corea del Norte, Nicaragua…; no quebró la Unión Soviética; no está en quiebra Argentina?

Eso de que los Estados nunca quiebran parece que fue la respuesta de un español, ministro de Obras Públicas (1965-1970), cuando, preguntado por cómo pensaba pagar el Plan Redia, no mostró preocupación porque, lo dicho, el Estado no quiebra nunca.

Basta comprobar los tipos de interés a los que se asignan créditos a un país, o los que éste aplica para proteger su moneda, para decidir si está en quiebra o si su economía merece confianza.

Error, craso error. Sí que quiebran, arrastrando a la quiebra a las economías privadas; un caso claro del efecto contagio financiero (el 30 de agosto, el Banco Central Argentino situó el tipo de interés anual en el 60%). ¿Cómo llamamos a eso?

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