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Jesús Gómez Ruiz

Borrell, destacado estatista

José Borrell, el que fuera Robespierre del fisco español bajo la égida socialista, además de ministro de las mal llamadas autovías (carrovías sería un nombre menos eufemístico y más apropiado), hizo el lunes profesión de fe en la utilidad del déficit público ante los micrófonos de Radio Intereconomía, en contra del proyecto del Gobierno de limitarlo por ley.

Equipara el Sr. Borrell al Estado con un empresario, que cuando necesita financiación para sus proyectos más allá de sus propios recursos, apela al endeudamiento. Y, fiel discípulo de Keynes, propone como solución a los problemas de la economía el déficit presupuestario, aunque los recursos se empleen sólo en cavar hoyos y volver a taparlos, o bien en construir "estupendas", aunque efímeras, autovías –para que el “avaricioso” sector privado no pueda cobrar peajes– cuyos sinuosos trazados parecen tener como objetivo mantener a raya el número de contribuyentes.

Un empresario es alguien que canaliza recursos hacia actividades productivas, satisfaciendo en régimen de competencia las necesidades de los consumidores, quienes son libres de comprar o no sus productos o de contratar sus servicios. Un empresario se juega su propio dinero, y responde de sus deudas con su patrimonio. Es decir, un empresario no puede permitirse el lujo de dilapidar o invertir mal los capitales que se le confían. O los invierte con beneficio –esto es, tal y como le ordenan los consumidores–, o desaparece del mercado.

El Estado es diferente. No es un empresario que arriesga su capital para obtener un beneficio satisfaciendo las necesidades de los consumidores. La mayoría de los bienes y servicios que presta el Estado son en régimen de monopolio –el resto, en régimen de competencia desleal–, y además, todo ciudadano está obligado por la fuerza a pagar por ellos, los consuma o no, a través de los impuestos. Luego al Estado no puede expulsarlo la competencia. Además, el Estado no invierte en actividades productivas –y cuando lo hace, fracasa estrepitosamente–, ni dispone de rentas propias, sino que se dedica a gastar con criterios de “eficiencia política” –eufemismo, las más de las veces, para demagogia y clientelismo–, no económica. Y los recursos sólo pueden salir de los impuestos, de la producción de generaciones futuras o de la inflación. El Estado no crea riqueza, sólo la gasta.

Aun así, parece ser que la mitad de la Renta Nacional no es suficiente para la mayoría de los estatistas. Y como los impuestos son muy impopulares, se ven en la necesidad de recurrir al endeudamiento para seguir incrementando sus gastos, repitamos, inspirados más en criterios políticos que en criterios económicos. Y tanto la ciencia económica como el sentido común nos enseñan que cuando el tesoro público no se administra con criterios económicos, se está violando –más aún si cabe– la libertad y la propiedad de los ciudadanos.

Un presupuesto equilibrado es una garantía de que el gobernante gastará sólo aquello que recaude, o lo que es lo mismo, una garantía de que no subirá los impuestos por otras vías. El endeudamiento significa gastar hoy y presentar la factura a las generaciones futuras...en el caso de que esa deuda se pague. Porque si no se paga, el peso recae sobre los que prestaron su dinero al Estado; o si se “paga” imprimiendo billetes, el peso recaerá sobre quienes hayan ahorrado en esa moneda, por cierto, otro monopolio del Estado, no olvidemos las leyes de curso forzoso.

Lo único que han conseguido las políticas de déficit público allí donde se han aplicado es, en el mejor de los casos, provocar el estancamiento económico y la subida de los impuestos para pagar los intereses de la deuda. En casos no tan favorables (la mayoría), han conseguido que las monedas perdieran más del 90% de su valor desde que se empezaron a aplicar. Y en los casos menos favorables han provocado el colapso de la economía y de la moneda.

Y es que el más pedestre sentido común nos enseña que nadie, ni siquiera el Estado, puede vivir permanentemente gastando más de lo que ingresa... como no sea robando o estafando, digan lo que digan los expertos en cosmética eufemística.

En Libre Mercado

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