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Jesús Gómez Ruiz

¿Crisis de liquidez o industrial?

La bajada de tipos de interés de la Reserva Federal ha sido recibida con alborozo por todo el mundo. Es natural. Un relajamiento de las condiciones del crédito siempre es bien recibido entre los deudores y los que esperan endeudarse, especialmente en EE UU, cuya tasa de ahorro nacional es negativa. Pero la cuestión es si esta bajada de tipos responderá a lo que se espera de ella: ¿conseguirá evitar una recesión? Para responder a esta pregunta, es preciso saber antes si nos encontramos ante una crisis de liquidez o ante la amenaza de una crisis industrial.

Las crisis de liquidez se caracterizan por una excesiva acumulación de inventarios después de una fase alcista o, lo que es lo mismo, son crisis provocadas por una política de descuento demasiado laxa. Se superan en pocos meses recortando un poco los precios para dar salida a los inventarios, reduciendo los pedidos a los proveedores y otorgando crédito comercial a tipos más altos -no más bajos, eso sería incidir en el error- sólo a las empresas más solventes. Se trata, pues, de vigilar más de cerca la calidad del crédito comercial. La estructura productiva del país apenas se ve afectada. Sólo las empresas marginales y poco capitalizadas que no puedan soportar un recorte en sus beneficios o un breve periodo de resultados negativos, se ven expulsadas del mercado. En cambio, la naturaleza de las crisis industriales es distinta. Tienen su origen en un exceso de endeudamiento generalizado en relación con la rapidez con que se amortizan los proyectos de inversión a largo plazo. En otras palabras, se producen demasiados bienes de capital y demasiado pocos bienes de consumo.

Evidentemente, no es lo mismo liquidar la moda de la temporada o una partida de ordenadores, que liquidar una fábrica de automóviles en construcción o una planta siderúrgica. En el primer caso, basta con un recorte moderado en los precios, puesto que se trata de bienes de consumo de intensa demanda. En el segundo caso, las rebajas en los precios han de ser sustanciales, porque la demanda de bienes de capital está en función de las expectativas de beneficio de los proyectos en los que éstos bienes se pueden emplear. Si se han comprado caros, y además se han financiado a tipos de interés altos, como suele ocurrir en las fases finales del ciclo alcista -donde las expectativas de beneficio se exacerban-, su liquidación a bajo precio en la fase recesiva supone la quiebra para muchas empresas y terribles problemas financieros para los bancos que otorgaron los créditos. El caso japonés es paradigmático en este sentido.

La superación de una crisis industrial es mucho más dolorosa que la de una crisis comercial. En el ámbito empresarial, una crisis de liquidez, esto es, una situación en la que no se casan los cobros y los pagos por un error de cálculo en los flujos de tesorería, se soluciona con una renegociación de las deudas si la corriente de ingresos futura es lo suficientemente elevada como para hacer frente a los costes de la renegociación. Si no es así, nos encontramos ante una mala inversión que es preciso liquidar cuanto antes. Esto implica reducir la escala de operaciones, es decir, cancelar líneas de producción, reducir costes, despedir trabajadores y soportar resultados nulos o negativos durante varios ejercicios para poder hacer frente a la amortización de las deudas contraídas, si no se quiere acabar en la quiebra definitiva. A nivel agregado ocurre exactamente lo mismo, y el precio a pagar por no rectificar los errores -esto es, reducir tipos de interés para seguir financiando proyectos de inversión destinados al fracaso- es la inflación y la destrucción de la moneda.

¿Es la amenaza de recesión norteamericana una crisis de liquidez o una crisis industrial? Es difícil saberlo con seguridad. Pero, a juzgar por los elevadísimos PER (ratio entre valor en bolsa de una acción y los dividendos que ésta reporta) de los mercados de valores norteamericanos (especialmente el NASDAQ, aun a pesar de haber perdido en el 2000 casi la mitad de su valor), y por el volumen de crédito concedido a proyectos de inversión no tan rentables como se esperaba, habría que decantarse por la segunda opción. Sólo unos incrementos sustanciales de la productividad, derivados de la aplicación de las nuevas tecnologías, pueden hacer buena esta bajada de tipos. Es lo que sucedió en el periodo 1998-2000. Pero hay que tener en cuenta que una buena parte de esos incrementos potenciales en la productividad ya ha tenido lugar.

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