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Matt Warner desmonta el mito de la redistribución: "No sirve para eliminar la pobreza"

"En vez de la desigualdad, debemos preocuparnos por la pobreza", señala el autor estadounidense.

"En vez de la desigualdad, debemos preocuparnos por la pobreza", señala el autor estadounidense.
Warner interviene en un acto con el alcalde de Alicante antes de dar su conferencia en Madrid | Ayuntamiento de Alicante

Matt Warner es presidente de Atlas Network, la red de organizaciones liberales más importante del mundo. Su trabajo coordina la actividad de más de 90 think tanks, institutos de pensamiento y centros de estudios dedicados a promover las ideas de la sociedad abierta, la democracia y el libre mercado.

A lo largo de su paso por España, invitado por la Fundación para el Avance de la Libertad, Warner ha impartido una charla en Alicante, seguida de otra conferencia en Madrid. Libre Mercado se ha reunido con él en la Fundación Rafael del Pino para hablar de su último libro, "Development with dignity", publicado al alimón con Tom G. Palmer en la prestigiosa editorial Routledge.

El libre mercado genera progreso y desarrollo, pero no se trata solamente de abrir la economía con reformas fiscales o regulatorias, sino que también hay que promover los valores socio-culturales que sirven como sustento para ese sistema productivo.

Los estudios que ha realizado Deirdre McCloskey son claros. El desarrollo del capitalismo ha hecho que el nivel de vida se haya disparado un 3000%, pero ese progreso no ha sido solo fruto de la revolución productiva y tecnológica, sino de una transformación en los valores y en la cultura. Hemos aprendido a respetar al otro, a tolerar las decisiones ajenas, a admitir que aquellos que emprenden tienen derecho a recoger los frutos de su trabajo…

Una cultura de la libertad.

De eso se trata. Ese modelo de sociedad que proponemos en el libro es moralmente bueno, porque se funda en la tolerancia y en la aceptación mutua, pero además es económicamente ventajoso, porque la producción siempre será más ventajosa y dinámica cuando haya un clima de plena libertad a la hora de tomar decisiones arriesgadas, lanzar un proyecto novedoso, invertir en un negocio…

Y cuando se dan esas condiciones, el capitalismo funciona mejor.

Claro, porque se genera un círculo virtuoso. Por ese camino, se acelera la innovación, se favorece el emprendimiento y, en última instancia, se dispara el crecimiento, que es lo que, en última instancia, facilita la salida de la pobreza en base a un modelo en el que la dignidad de la persona y su autonomía como individuo están en el centro.

Hemos dedicado miles de millones de euros en programas de "ayuda al desarrollo" que, por lo general, han ignorado este enfoque y se han limitado a transferir rentas, sin éxito alguno.

Es un error pensar que podemos transplantar el desarrollo de un país a otro, sea en base a la redistribución de rentas o en base a la transferencia de tecnología, porque la generación de desarrollo debe tener en cuenta las preferencias individuales, los valores personales, las circunstancias locales y el ecosistema de relaciones humanas y económicas de cada país.

Esa suerte de planificación tecnocrática no sirve de nada cuando los valores no están en el centro de la conversación.

Siempre he dicho que la constitución de Afganistán está muy bien diseñada, porque fue concebida por brillantes académicos de todo el mundo. Pero claro… ¿Encajan esos valores y esa arquitectura institucional con la tradición histórica y con la realidad del país? Me temo que no.

Efectivamente. De ahí lo importante que es impulsar el desarrollo de abajo arriba. Se trata de que cada país consiga tener un sistema político y económico orientado al respeto del individuo, a la consagración de la igualdad ante la ley, a la posibilidad de desarrollar el libre mercado, etc. Cuando actuamos así, estamos promoviendo que sea esa propia comunidad la que tome las riendas de su propio desarrollo, iniciando un proceso evolutivo en el que las reglas importan, claro que sí, pero también importan los valores.

No se puede implantar sin más el libre mercado: requiere de validación popular.

Las instituciones no se pueden copiar y pegar. Pensamos mucho en qué es "lo mejor" que podemos hacer, pero tenemos que pensar menos en ese diseño ideal y debemos centrarnos en qué es "lo que mejor encaja". En términos generales, los ideales de liberalismo económico siguen siendo los que forjan el progreso y nuestro libro así lo demuestra, pero la clave es entender que tan importante como ese fin es entender el camino hacia el cambio institucional económico.

El gobierno de España quiere suprimir la competencia fiscal y económica entre las regiones. ¿Qué opina?

Permitir la competencia entre las distintas economías internas de un país es bueno. No solo necesitamos fomentar el libre comercio con el resto del mundo, sino que también debemos permitir la posibilidad de que, en clave interna, cada región organice su marco de política económica de manera que se promueva la competencia.

Si en una comunidad se emprende más, si en una región se crece más, si un territorio avanza más… eso es que está enseñándonos que hay un camino mejor, que hay un modelo superior. Y eso es muy valioso porque invita al resto a seguir sus pasos. Tenemos que defender esa competencia, porque el ejemplo de las comunidades líderes facilita la innovación y el dinamismo económico.

Al gobierno de España también le obsesiona el tema de la desigualdad, que a menudo usa como sinónimo de pobreza. ¿Son lo mismo?

Mi motivación principal es acabar con la pobreza en términos absolutos. Nadie debería estar en esa situación de carencia que te impide tener comida, casa o acceso básico a salud y educación. En cambio, hay que ser muy cuidadosos a la hora de hablar de desigualdades relativas. Invertir un enorme capital político en esos debates nos desvía de lo importante.

La desigualdad, además, no es solo de ingresos, también que también puede ser de renta, de oportunidades, de movilidad, de derechos… y de eso se habla poco. Por eso, creo que aquellas personas que defienden el libre mercado tienen que concentrarse en defender ese discurso. Tenemos que ayudar a las personas de menor renta. Hay que ayudar a que salgan de esa situación para siempre. Y para lograrlo, necesitamos un sistema de libre mercado, que cultiva la dignidad humana, no un modelo de redistribución, que no soluciona el problema de la pobreza.

Pues la propuesta del gobierno español es precisamente esa: redistribución como receta contra la pobreza.

La redistribución nunca ha terminado y nunca terminará con la pobreza. El profesor Ricard Hausmann, de la Universidad de Harvard, ha escrito que la redistribución es solo una suerte de premio de consolación para los pobres. Equivale a decir a millones de personas que se quedarán por siempre fuera del sistema económico y, a cambio, recibirán una paga. Esa no puede ser la respuesta. Por eso me preocupa que la conversación gire en torno a la desigualdad, a la redistribución… y no a la verdadera obligación moral que tenemos, que es la de acabar con la pobreza de quienes más sufren.

Puede que haga más tolerable la pobreza, pero no termina con ella. Una de las cosas que dijo Ricardo Hausman es que enfrentar la desigualdad vía redistribución es simplemente decirle a la gente "aquí tenéis vuestro premio de consolación". Esa no es la salida, hay que dar un camino fuera de la pobreza, asegurar que nuestras instituciones son libres, justas e inclusivas. Eso merece todo nuestro reconocimiento y atención. Y me preocupa que prestamos mucha atención a temas como la desigualdad relativa y no a la verdadera obligación moral que es acabar con la pobreza de quienes más sufren.

En Libre Mercado

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