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Amando de Miguel

Es la hecatombe, idiota

Nos hemos metido de hoz y coz en la mayor hecatombe económica del siglo.

Nos hemos metido de hoz y coz en la mayor hecatombe económica del siglo.
Mike Kniec - pxhere

Las dos son palabras griegas, lo que viste mucho. La hecatombe era, literalmente, el sacrificio religioso de cien bueyes. En realidad, el adjetivo cien equivalía a decir muchos, algo extraordinario. Hoy lo aplicamos a cualquier forma de desastre colectivo mayúsculo. El idiotés era cualquier persona vulgar, descastada. Nosotros empleamos idiota como un insulto, dirigido a personas con escaso pesquis.

Nos hemos metido de hoz y coz en la mayor hecatombe económica del siglo. La cual se entrelaza con una general decadencia de los sistemas políticos, acaso por falta de principios o por subordinarlos a los intereses de unas pocas personas.

La cosa empezó antes de la guerra de Ucrania. Se trata de una consecuencia, entre otras, del desbarajuste económico a escala cuasi planetaria. El fenómeno crítico se debe, fundamentalmente, a las escaseces mil que ha producido la tontería ideológica del ecologismo o, más bien, de la ecoprogresía. Se ha convertido en la religión civil de nuestro tiempo. Sus efectos los nota el consumidor de todas las latitudes, atónito ante la insensata elevación de los precios de la energía, de los alimentos y las materias primas. Enseguida llega el atasco de los transportes y, en definitiva, del comercio, de la economía toda. Ya no nos cogen por sorpresa las cifras de la inflación de dos dígitos porcentuales o el precio del barril de petróleo a tres dígitos. El supuesto milagro ecológico del coche eléctrico está a punto de manifestarse como una gigantesca estafa colectiva. No es difícil imaginar que en muchos países (entre ellos, el nuestro) tendremos pronto racionamiento de alimentos y corralito de las cuentas bancarias. Solo se podrán sacar cantidades tasadas del dinero que tenemos depositado en el banco.

Los Gobiernos se propondrán arreglar todo lo anterior de golpe. Para ello, subirán aún más los impuestos. Los llamarán de distintas formas. No será suficiente la rica floresta léxica en vigor: impuestos, tasas, plusvalías, retenciones, peajes, licencias, etc. La consecuencia inmediata será el creciente agobio del vecindario. Aumentarán inexorablemente las cifras de parados, o mejor, de las personas activas mal empleadas. Muchas de ellas dispondrán de un trabajo poco productivo, incluso parasitario. Es el caso tópico de la mitad de los parados que abren zanjas y la otra mitad que las rellenan.

Ante la subida generalizada de los precios, resalta un gran beneficiario: el Fisco, esto es, el Gobierno como administrador del Estado. Es claro que, a través del impuesto sobre el valor añadido, cuanto más caras sean las adquisiciones de bienes y servicios, más recaudará Hacienda.

A todo esto, la hecatombe económica se ve reforzada por la guerra de Ucrania, que significará solo los prolegómenos de la III Guerra Mundial. La única manera de parar la guerra sería un acuerdo entre la inteligencia de los países occidentales para derrocar a Putin, el zar soviético de todas las Rusias. Podría servir de mediador el autócrata chino Xi y la plana mayor de la oligarquía rusa. El ideal sería que, con la colaboración de tales poderosas fuerzas, se lograra sentar a Putin en el banquillo del Tribunal de la Haya u otro parecido. Podrá escandalizar una propuesta de ese estilo, pero hay que tener en cuenta que Rusia nunca ha sido una democracia, ni lo será. La sentencia condenatoria de Putin tendría un efecto disuasorio para todos los satrapillas del mundo. No equivaldría a la solución de la hecatombe económica y política, pero abriría un punto de esperanza. No es un sentimiento que abunde.

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