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Sánchez aparcó el Midcat tras recibir la advertencia de Mohamed VI por intentar recuperar el gas argelino

Un gasoducto que tiene todo el sentido si España es capaz de traer mucho gas, vía metanero, y, desde luego, vía gasoducto.

Un gasoducto que tiene todo el sentido si España es capaz de traer mucho gas, vía metanero, y, desde luego, vía gasoducto.
Pedro Sánchez y el rey Mohamed VI, durante su cena Rabat el 8 de abril. | Europa Press

No ha sido una decisión autóctona ni voluntaria. Las palabras de Pedro Sánchez el pasado miércoles 24 de agosto paralizando el gasoducto Midcat que debía ampliar nuestra conexión con el norte de Europa tuvieron una historia previa. Marruecos no tiene ningún interés en que España tenga la primacía del gas argelino: la UE quiere que parte de ese gas acabe en el norte de Europa para solventar el bloqueo del gas ruso. Pero si el puente de ese gas es España, toda Europa tendrá que respaldar el buen entendimiento entre España y Argelia. Y Argelia no tardaría en pedir el Sáhara como pago por ese entendimiento. Por eso Rabat recordó unos días después a Sánchez que no debía separarse del rumbo trazado por él mismo con la entrega del Sáhara a Marruecos. Y por eso Mohamed VI prefiere que el gas argelino entre por Italia: porque Italia no interviene en el control del Sáhara y, por lo tanto, Argelia no puede presionarles con ese asunto.

Para España el gasoducto Midcat era una enorme oportunidad para haber rentabilizado los gasoductos con Argelia, las siete plantas regasificadoras de gas licuado -España es una potencia internacional en regasificado- y para haberse puesto en valor en plena crisis energética y con el corte del gas ruso. Pero, para eso, España debería haber hecho sus deberes a tiempo y haber llegado a la crisis con plena capacidad operativa de exportación del gas. Y no ha sido así. No lo ha sido porque el Gobierno de Pedro Sánchez declaró la guerra al gas -porque contamina- y se echó en brazos de la Agenda 2030. Y, gracias a ello, España ha llegado sin capacidad real de solventar los problemas del norte de Europa enviando combustible.

Pero Alemania presionó a España. Quería que se recuperara el viejo proyecto Midcat para poder recibir gas desde España y evitar el impacto del corte del gas ruso. Y toda la maquinaria de presiones internacionales se activó.

El 12 de agosto, Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica, confirmó en el canal público 24 Horas de RTVE que había mantenido contactos con el Gobierno alemán para impulsar el gasoducto Midcat. Un gasoducto que tiene todo el sentido si España es capaz de traer mucho gas, vía metanero, y, desde luego, vía gasoducto. Pero esos gasoductos sólo pueden traer gas a España de forma notable desde un país: Argelia. Básicamente porque es el origen de esos tubos.

La declaración del Gobierno español, por lo tanto, significaba dos cosas: un proyecto de infraestructura -que no quiere Francia- y un proyecto de necesidad de vuelta a la sintonía entre España y Argelia para traer gas.

Francia no lo quiere porque es un potencia en generar electricidad con centrales nucleares y aspira a seguir siendo quien mantenga esa predominio y esa enorme fuente de negocio. Francia tiene ahora casi la mitad de su parque de centrales nucleares en parón técnico pero en cuestión de dos años volverá a tener plena capacidad y quiere construir más nucleares para ser ellos quienes se beneficien de la exportación de electricidad.

Y Marruecos no quiere ni oír hablar de una vuelta al buen entendimiento entre España y Argelia, porque se volverá a poner en la mesa el control del Sáhara.

Así, Mohamed VI lanzó a la opinión pública unas declaraciones el sábado 20 de agosto recordando la posición "clara y responsable" de España marcada por Pedro Sánchez al reconocer de la "marroquidad" del Sáhara Occidental. Es decir, que recordó en público a Sánchez, lo bien que hizo anteponiendo el regalo del Sáhara a los intereses de España. Entre ellos, por supuesto, los energéticos.

Y el presidente español captó el mensaje: el 24 de agosto, Sánchez, descartó el Midcat, anunciando un extraño gasoducto submarino hasta Italia que tardaría una década en estar plenamente operativo. Es decir, que regaló el control del gas argelino a Italia.

Por eso, los expertos en energía no terminan de dar crédito a la última promesa de Pedro Sánchez. Porque Europa necesita soluciones urgentes a la falta de suministro de gas provocada por los cortes rusos. Soluciones de cara al próximo invierno. Y el presidente español ha anunciado que su gran aportación puede ser un nuevo gasoducto submarino entre España e Italia. Un proyecto que podría tardar hasta diez años en estar plenamente operativo.

Y es que lo cierto es que no es ninguna solución: simplemente Sánchez ha quitado a España de la ecuación energética.

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