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La Francia de Macron, una potencia venida a menos: ¿qué ha pasado con su economía?

El país galo mantiene la estructura estatal más gigantesca del mundo, junto a uno de los sistemas fiscales menos competitivos de la OCDE.

El país galo mantiene la estructura estatal más gigantesca del mundo, junto a uno de los sistemas fiscales menos competitivos de la OCDE.
El gasto del Estado francés llegó a superar el 61% del PIB. | Alamy

Francia está en declive, o al menos eso piensan el 75% de los franceses, de acuerdo con una encuesta publicada por Le Monde en 2021. Y, seguramente, no les falte razón. En lo que llevamos de siglo, el país galo ha ralentizado su crecimiento económico en comparación con su desempeño histórico, la tasa de paro no logra bajar del 7% y el descontento social supone una constante amenaza para la estabilidad de la nación.

Nuestro país vecino, pese a todo, aún puede enorgullecerse de permanecer en entre las 10 mayores potencias mundiales, una condición que España ya perdió hace tiempo. Pero esto no le va a durar mucho, ya que se espera que Francia salga próximamente del TOP 10 de países en cuanto a PIB en paridad de poder adquisitivo. En 2030, México ya habrá adelantado al país galo, mientras que para 2050 Turquía habrá hecho lo propio. Francia es, este sentido, la representación más evidente de la cada vez mayor insignificancia de Europa en el mundo. Una Europa cada vez menos relevante económica y socialmente, estancada en cuanto a innovación, abrumada por la burocracia y mantenida en pie por un sobredimensionado y endeudado sector público.

Así, para mitad de siglo, solo dos países europeos quedarán entre los 10 con mayor PIB: Alemania y Reino Unido (y en el puesto 9 y 10). Pero es que, si ampliamos el ranking a los 20 primeros, solo figurarán 3 naciones del viejo continente: las dos anteriores, y la propia Francia. Al mismo, entre los 30 primeros, solo 6 serán europeos, sumándose Italia, España y Polonia a los ya mencionados.

Un Estado gigante y endeudado

Una de las estrategias que ha seguido Francia con el pretexto de mantener el crecimiento y mejorar sus indicadores sociales y económicos ha sido consolidar un cada vez mayor peso del Estado. Así, el gasto público se ha situado en las últimas décadas por encima del 50% del PIB, en una tendencia al alza que se ha mantenido hasta nuestros días y que ha convertido a Francia en la nación desarrollada con la economía más planificada del mundo. En 2020, año de la pandemia, el gasto del Estado francés llegó a superar el 61% del PIB. Es decir, podría decirse que más de 6 de cada 10 euros de su economía está controlada por organismos gubernamentales. Sí, en la Francia del "ultraliberal" Macron.

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Paralelamente, los ingresos fiscales de Francia y, consecuentemente, su presión fiscal, tampoco han dejado de subir. Sin embargo, aunque la recaudación se sitúa por encima del 50% del PIB, esta se ha venido manteniendo de manera reiterada por debajo de los gastos efectuados por el Estado. Es decir, Francia incurre sistemáticamente en déficit público, cargando el exceso de gastos a las siguientes generaciones. Y lleva haciendo exactamente lo mismo desde los años 70.

Este fenómeno ha contribuido a que la deuda pública de la república francesa se haya disparado por encima de los 2.800 millones de euros, un 113% del PIB. O lo que es lo mismo, cada ciudadano francés toca a 41.500 euros de deuda que el Estado ha contraído "en su nombre" y "por su bien".

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A estas alturas, muchos se cuestionarán los niveles de gasto público expuestos por cuanto este pueda estar siendo dedicado mayoritariamente a partidas con mala prensa, como puede ser la Defensa. Sin embargo, lo cierto es que el grueso del gasto gubernamental se dirige a fines sociales, como pensiones, educación, sanidad, prestaciones por desempleo u otras ayudas. Tanto es así que Francia se sitúa como el país del mundo que afronta un mayor gasto social público: un 31% de su PIB, frente a la media del 20% en la OCDE.

En cuanto al empleo, si bien las tímidas reformas de Macron han logrado flexibilizar algo el mercado laboral y propiciar una senda a la baja del paro, este sigue por encima del 7%, una tasa notablemente superior a la de potencias como Alemania, Estados Unidos o Reino Unido. Además, la calidad del empleo continúa siendo un problema en la República, con una clase media con cada vez mayores dificultades.

En este sentido, si acudimos a la distribución de salarios, el grupo mayoritario de trabajadores es el que cobra entre 1.500 y 2000 euros mensuales, mientras que la mitad de los franceses son mileuristas. Todo ello, utilizando datos "equivalentes a tiempo completo", por lo que la situación es peor para el 18% de ciudadanos que trabajan a tiempo parcial. Al mismo tiempo, los datos oficiales indican que el nivel de vida medio es de apenas 1.800 euros de ingreso disponible al mes, que se reduce hasta los 1.300 euros mensuales en el caso de los hogares monoparentales.

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Un modelo agotado

El preocupante estado económico de las familias francesas y el continuo desequilibrio fiscal de su estructura gubernamental nos hacen ver la decadencia del modelo galo. El ingente y creciente gasto público del Estado, vendido como una forma de fomentar el crecimiento, acabar con la pobreza o la desigualdad, y alcanzar la paz social, simplemente, no está logrando sus objetivos.

El crecimiento económico de Francia mantiene una senda cada vez más a la baja. El PIB per cápita en dólares corrientes aún no ha recuperado el nivel previo a la crisis de 2008, cosa que tampoco ha hecho la producción industrial en el país, ni parece que vaya a hacer en el medio plazo. Además, desde entonces tampoco ha repuntado significativamente la inversión extranjera directa, exceptuando el buen dato de 2014.

A ello no ayuda el hecho e que Francia mantenga el tercer sistema fiscal menos competitivo de toda la OCDE, de acuerdo a la Tax Foundation. Y tampoco el puesto 52º que cosecha el país en el Índice de Libertad Económica de Heritage, peor aún que España.

Por su parte, la desigualdad salarial de acuerdo al índice GINI lleva estancada lo que llevamos de siglo, no logrando mejorar la media europea pese a todos los programas públicos destinados a su reducción. Y lo mismo ocurre con el riesgo de pobreza, situado por encima del 13%, o la carencia material severa, que sobrepasa los niveles de la eurozona.

Mientras tanto, la paz social en el país empeora a pasos agigantados. Así, el Índice de Paz Global, que tiene en cuenta parámetros como la inestabilidad política, niveles de criminalidad o protestas violentas, entre otros, sitúa a Francia en el puesto 60, a la altura de países como Senegal, Liberia, Namibia o Gambia. Todo ello, mientras la polarización política se incrementa y los grupos extremos a ambos lados del espectro político toman fuerza. Unos grupos políticos que, curiosamente, abogan por un mayor gasto público y control social, las mismas recetas que han llevado a Francia a una cada vez mayor irrelevancia.

Hoy por hoy, la única esperanza a la que pueden aferrarse los franceses es estar –al menos, y por el momento– no tal mal como España.

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