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Manuel Fernández Ordóñez

El hidrógeno rosa o el sectarismo multicolor

Convivimos a diario con términos como desarrollo sostenible o discriminación positiva. Como si el desarrollo no fuera bueno de por sí o la discriminación positiva no fuera discriminación, al fin y al cabo.

Convivimos a diario con términos como desarrollo sostenible o discriminación positiva. Como si el desarrollo no fuera bueno de por sí o la discriminación positiva no fuera discriminación, al fin y al cabo.
Planta solar para la producción de hidrógeno verde en Mallorca | Cordon Press

El problema de la aceptación de un estado paternalista es la aceptación, necesariamente cómplice, del infantilismo de sus ciudadanos. Y una sociedad infantilizada necesita narrativas infantiles para comulgar con cualquiera que sea el credo que los dirigentes políticos tratan de inculcarnos en cada momento. Una de las narrativas favoritas de la clase política es la de poner adjetivos a los sustantivos con el objetivo de moldear el significado de los términos en un requiebro Orwelliano de enorme rédito, visto lo visto.

Así, convivimos a diario con términos como desarrollo sostenible o discriminación positiva, que centran la atención en el adjetivo y no en el sustantivo. Como si el desarrollo no fuera bueno de por sí o la discriminación positiva no fuera discriminación, al fin y al cabo. El ámbito de la energía no se escapa a esta deriva del intelecto, siendo la producción de hidrógeno -el Santo Grial energético de moda- algo especialmente paradigmático. En este caso, los adjetivos elegidos para perpetrar la imposición ideológica conforman un variado espectro multicolor.

De este modo, el hidrógeno producido a partir de carbón se conoce como hidrógeno negro o marrón. Si lo obtenemos a partir del gas, se llamará hidrógeno gris. Si además capturamos el CO2 emitido, entonces lo llamamos hidrógeno azul. Si se produce en una central nuclear, hidrógeno rosa. Si se produce por fuentes renovables, será entonces hidrógeno verde. Incluso comienzan ya a aparecer distinciones dentro de las propias renovables y contamos con hidrógeno amarillo si proviene de la energía solar.

No caigan en el error de despreciar este tipo de matices, puesto que en la época de la política vacía de contenido y basada únicamente en sentimientos, el relato es más importante que la realidad. El hecho de poner colores al hidrógeno permite, inmediatamente, pontificar sobre qué color es el elegido para cumplir determinadas agendas ideológicas. El ganador, por supuesto, es el verde, condenando al ostracismo burocrático (cuando no a la persecución) al resto del espectro multicolor.

En el perenne error de confundir los fines con los medios, la clase política dominante se empeña en hacernos creer que el fin es instalar energías renovables y producir hidrógeno a partir de ellas. Las renovables son un medio (uno más) para conseguir el fin verdadero: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Con ese objetivo en mente, cualquier tecnología que nos permita ir en la dirección correcta debería ser bienvenida, en lugar de denostada.

Resulta que una de las formas más eficientes de producir hidrógeno es a partir de energía nuclear que, además, tampoco emite CO2. La cosa debería ser entonces muy sencilla: tecnologías que producen hidrógeno sin emitir CO2 frente a tecnologías que sí lo emiten. En este contexto, el hidrógeno nuclear debe ser considerado tan verde como el obtenido a partir de fuentes renovables y así se lo hizo saber a nuestro gobierno el presidente galo Emmanuel Macron en la presentación del corredor del hidrógeno H2Med. Esto, que no gustó nada a nuestro ejecutivo, ha dado lugar a un desencuentro entre ambos países en el que volveremos a caer del lado de los perdedores, como sucediera con la inclusión de la energía nuclear en la Taxonomía verde de la Unión Europea.

Y es que en esta contienda tenemos, de un lado, a una de las referencia mundial en materia nuclear. Del otro, al país con el dudoso honor de haber implantado unas políticas energéticas que han ocasionado una de las tarifas eléctricas más caras de Europa. ¿Quién creen ustedes que ganará? No les quepa la más mínima duda. De aquí a unos años consumiremos hidrógeno producido por las centrales nucleares francesas mientras a este lado de los Pirineos, sean quienes sean los que nos gobiernen, estarán más preocupados de ponerle colores a las cosas que de los problemas reales de los ciudadanos.

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