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José María Rotellar

La lección económica de Raimundo Fernández-Villaverde que debería aprender Sánchez

Precisamos de alguien como don Raimundo Fernández-Villaverde, ministro de Hacienda, que no tenga miedo a incurrir en superávit en varios ejercicios.

Precisamos de alguien como don Raimundo Fernández-Villaverde, ministro de Hacienda, que no tenga miedo a incurrir en superávit en varios ejercicios.
Raimundo Fernández-Villaverde | Alamy

Mes tras mes analizamos los datos de endeudamiento, que crecen vertiginosamente, pues pese a que la recaudación se ha incrementado de manera extraordinaria en más de 30.000 millones de euros, debido a la inflación, sin embargo, el Gobierno no reduce el déficit lo suficiente, porque está incrementando el gasto de manera muy importante, en lugar de contenerlo sobre el nivel ya muy elevado de partida y reducir así, al menos, el déficit coyuntural.

Esa actuación del Gobierno, junto con los incrementos presupuestarios que ha tenido a lo largo de todos estos años, han aumentado el déficit estructural, como venimos diciendo, hasta el entorno del 5%, que supone un serio peligro para el desarrollo de la economía española, habida cuenta de que el PIB potencial se encuentra en el 1,2% para 2022, con una previsión del 1,6% para 2023 y años sucesivos, donde se estanca. Es decir, lo máximo que la economía puede crecer en equilibrio en el medio y largo plazo es un 1,6%; todo lo que crezca adicional se debe a la coyuntura, y eso impacta en el déficit estructural, que es el resultante aislándolo de dicha coyuntura.

Desde el año 2007, el gasto sobre el PIB en España no ha dejado de crecer, instalándose en una previsión del 46,2% para 2023, según el plan presupuestario 2023 enviado por el Gobierno a Bruselas. Es cierto que con las restricciones de la pandemia aumentó mucho, al pasar de un 42,3% en 2019 a un 51,9% en 2020, pero lo preocupante es que ahora no vuelva a ese 42,3% o a una cifra inferior, porque el PIB nominal, que es sobre el que se mide dicho cociente es mayor ahora y en la previsión de 2023 que en 2019, y ambos incorporan el efecto inflación, con lo que no puede justificar el Gobierno el tremendo incremento del cociente por ese motivo.

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¿Qué quiere decir esto? Que el gasto estructural se ha incrementado de manera muy importante, de forma que cuando los ingresos pierdan la fuerza derivada de la inflación, o entremos en una fase recesiva o retornen las reglas fiscales -como ya ha anunciado la Comisión Europea que ocurrirá en 2024-, ese ingente gasto presionará sobre el déficit y habrá que hacer importantes ajustes para cumplir con los objetivos de estabilidad.

En los mandatos de Aznar y Rajoy se hizo un ajuste importante del gasto sobre el PIB, aunque fue mucho más relevante el de Aznar, pues paralelamente crecieron mucho los ingresos al bajar impuestos, impulsar la economía y generar más recaudación.

No obstante, desde entonces no ha habido una verdadera reducción del gasto en valores absolutos, pues si bien con Rajoy sí que se redujo, fue sobre unos niveles tremendamente elevados en los que Zapatero había dejado el gasto y no se logró retornar hacia un volumen de gasto similar al de 2007, que es a partir de cuando se produce el gran incremento de gasto en España.

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Con una deuda pública por encima del 100% del PIB, que ha crecido de manera muy importante, en casi 350.000 millones desde que gobierna Sánchez, se hace imprescindible diseñar una política de ajuste de todo el gasto ineficiente e improductivo que se ha incorporado y que, realmente, no es esencial. Debido a dicho incremento, la reducción de deuda sobre el PIB sólo se debe a crecimiento del PIB nominal, porque el valor absoluto de deuda sigue creciendo, debido a que sigue habiendo déficit cada año.

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Ese nivel de deuda no se daba desde hace más de cien años, tras el gasto militar de la pérdida de las últimas posesiones de ultramar en el desastre del noventa y ocho. Entonces, Raimundo Fernández-Villaverde se encontró una deuda sobre el PIB del 130,58% en 1901, que en valores absolutos ascendía a 13.680 millones de pesetas constantes de 1913. Desde 1899, no había reducido el cociente por fuerte caída del PIB, pero sí redujo el gasto para reducir la deuda en valores absolutos, pues consiguió cerrar nueve ejercicios en superávit, a partir de 1900, manteniéndose la deuda sin incrementar en valores absolutos en 1917, que hizo que su cociente sobre el PIB bajase -ya con Hacienda en manos de sus sucesores- hasta el 37,67% en 1919.

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Eso hizo caer la deuda en valores absolutos hasta los 5.921 millones de pesetas constantes de 1913.

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Ese ejemplo de Raimundo Fernández-Villaverde y sus sucesores, el "santo temor del déficit" que plasmó Echegaray, esa obsesión por equilibrar las cuentas y reducir la deuda, es lo que volvemos a necesitar.

Precisamos de alguien como don Raimundo Fernández-Villaverde, ministro de Hacienda, primero, y presidente del Consejo de Ministros, después, que no tenga miedo a incurrir en superávit en varios ejercicios, que tema al gasto, al déficit y a la deuda, que ponga disciplina en las cuentas públicas que, una vez más, los socialistas van a dejar maltrechas. Hay que actuar con determinación precisamente para salvar el gasto de los servicios esenciales. Hay que seguir el ejemplo de Fernández-Villaverde.

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