España no es el país más envejecido de Europa. De hecho, ni siquiera está en el top 3. Eso sí, tras estas dos frases deberíamos poner el "todavía", porque todo apunta a que lo será o estará muy cerca.
Este sábado nos centrábamos en la última Estadística Continua de Población (ECP) que hace unos días publicaba el INE. ¿Los datos más llamativos? Desde finales de 2021, con el fin definitivo de las restricciones por la pandemia, vuelve a crecer la población en nuestro país, especialmente debido a la llegada de inmigrantes sudamericanos. Hoy damos un paso atrás para mirar el horizonte a medio y largo plazo: qué pasará en 2050, en nuestro país y en el resto de la UE. Para hacerlo, tiraremos de Demography 2023 Edition, de Eurostat (un muy buen resumen, sencillo y muy visual, del estado de la cuestión en el Viejo Continente).
¿Qué nos dicen los datos? ¿Está nuestro país condenado a envejecer sin remedio? ¿Y nuestros vecinos? ¿Seremos un continente de ancianos en 2050? Las siguientes tres claves pueden ayudar a responder la pregunta:
1 El ejemplo irlandés. La economía, al menos tal y como se plantea habitualmente, ayuda relativamente poco a la hora de dar respuesta a muchas cuestiones demográficas. Por ejemplo, no es cierto que tengamos menos hijos por falta de ingresos o por la precariedad laboral. Es verdad que estos factores no ayudan, pero otros países europeos con tasas de paro más bajas y un PIB per cápita bastante más elevado no están mucho mejor. Además, no debemos olvidar que nuestros padres y abuelos eran más pobres que nosotros y tenían más hijos (y antes). Hay mucho más de cambio social y cambio de preferencias de lo que normalmente queremos reconocernos a nosotros mismos (aquí y aquí, dos Pizarras sobre este tema tan polémico). La excusa de las ayudas, los servicios públicos o el empleo precario de los jóvenes es poco convincente.
Dicho esto, es evidente que también aquí hay matices: por ejemplo, quitando los casos de Luxemburgo, Malta o Chipre (países con menos de un millón de habitantes y en los que pequeños cambios en términos absolutos pueden influir mucho en las cifras relativas), el país en el que más creció la población en el período 2001-2020 fue Irlanda (+30%), en parte debido a la inmigración, pero también porque sus tasas de natalidad no son tan bajas como en otros lugares. Mientras, Lituania y Letonia vieron caídas en el entorno del 20%, especialmente por la emigración de sus nacionales en busca de oportunidades en el extranjero.
¿Qué quiere decir esto? Pues se intuye una conclusión similar a la que podemos ver con el caso de la inmigración sudamericana en España: no es el nivel absoluto de ingresos lo que determina la capacidad de un país para atraer inmigración o ser origen de la misma, sino la sensación de ser un lugar que ofrezca oportunidades a sus habitantes. Algunos países del este, por ejemplo, están revirtiendo la tendencia observada en los 90 y 2000: desde mediados de la pasada década, en algunos de ellos comienzan a verse pequeños brotes verdes demográficos: en ocasiones es un pequeño incremento en los nacimientos, en otras la vuelta de sus nacionales que habían emigrado... No se puede hablar todavía de un cambio radical, pero sí hay algo de esperanza a lo que agarrarse (hasta hace unos años, no había nada).
¿Qué le dice esto a España? En primer lugar, que una mejoría en las previsiones de nuestra economía podría ayudar, tanto por el lado de la inmigración como porque un cierto optimismo sobre las posibilidades futuras parece impulsar algo los nacimientos (aunque esto hay que cogerlo con pinzas: en Asia, por ejemplo, incluso países con fuertes tasas de incremento del PIB siguen viendo cómo se desploma su tasa de natalidad). Eso sí, también tiene una lectura preocupante: siempre hemos dado por hecho que habrá inmigrantes más jóvenes que serán el reemplazo de nuestro mercado laboral, pero no podemos confiar sin más en este punto. Si los países que son origen de nuestros inmigrantes más cualificados (este de Europa, algunos países sudamericanos) ofrecen más oportunidades a sus nacionales, ese flujo puede detenerse de un día para otro. También es verdad que si colapsan (el ejemplo venezolano es el mejor en este sentido) pueden llegar cientos de miles de jóvenes bien formados. La clave es por qué vienen: por lo que tú ofreces o por el desastre de su país de origen; y cómo de sostenible es esto a medio plazo.
[Apunte: hoy dejaremos a un lado una cuestión polémica pero muy importante y que no suele aparecer en los análisis sobre este punto. En ocasiones, cuando se analizan los flujos migratorios, se mete toda la inmigración en el mismo saco para mirar sólo las grandes cifras, cuántos llegan y cuántos se van. Pero las diferencias entre colectivos, tanto en términos de mercado de trabajo como de aportación a las finanzas públicas, son enormes. Alguna otra vez hemos planteado el mismo ejemplo: el saldo fiscal no será el mismo si te llegan 500.000 titulados universitarios que 500.000 personas sin graduado escolar. En este sentido, la inmigración sudamericana —especialmente de países como Chile, Argentina, Venezuela o Colombia— o del este de Europa, con más clase media y familias, no tiene mucho que ver con la que puede llegar de África o algunos países asiáticos. Alejandro Macarrón, uno de los mayores expertos en temas demográficos de nuestro país, nos recordaba los grandes números hace unos días: "En los últimos 12 meses, tenemos 700.000 extranjeros más. Con 2,5 millones de parados españoles y 675.000 parados extranjeros". Y hay que tener en cuenta que los nacionalizados entran en la categoría de españoles. ¿Tienen sentido estas cifras? ¿Cómo afecta la llegada de medio millón de personas a ese mercado laboral? Este artículo queda al margen de este tema, pero está claro que es una de las derivadas más importantes del mismo].
2 ¿Imposible cambiar la tendencia en nacimientos? En demografía, no sólo de inmigración viven los países. También es importante lo que ocurra en sus paritorios. Ahí es complicado ser optimista en el caso español porque llevamos cuatro décadas de desplome (con un breve período a mediados de los 2000, de ligerísima recuperación gracias a la inmigración). Ahora mismo somos el segundo país de la UE con menos hijos por mujer (1,19, sólo por detrás de Malta); también el segundo en nacimientos por cada mil habitantes (7,1, sólo por delante de Italia); el país en el que las mujeres tienen sus hijos con más edad (31,6 años para el primer hijo); y el país en el que hay un porcentaje más elevado de madres con más de 40 años (el 10,7% de todos los nacimientos).
¿Algo a lo que agarrarse? Sólo a que los que mejor lo hacen en nuestro entorno (Irlanda o Francia en la UE, Israel en el ámbito mediterráneo) no son tan diferentes a nosotros en muchos aspectos, desde la cultura a la economía. Damos por hecho que lo actual se mantendrá, pero no tiene por qué ser cierto: si a un analista le hubieran dicho en 1970 cuáles serían las cifras de natalidad en España en 2020 no lo habría creído (nada apuntaba en esa dirección). ¿Por qué no va a ocurrir un cambio similar, pero en sentido contrario, en las próximas tres décadas?
3 No somos los más viejos, pero lo seremos. Por último, un recordatorio importante: España no es todavía el país más envejecido de la UE, que es casi como decir del mundo junto a Japón... pero todo apunta a que lo será. Sólo Italia parece en condiciones de disputarnos esa (mala) posición. La edad mediana en nuestro país ha pasado de 37,9 años en 2002 a 45,1 en 2022. Recordemos que edad mediana es la que deja a la población dividida en dos mitades: o lo que es lo mismo, en España hay tantas personas con más de 45 años como con menos. Somos uno de los países en los que más ha subido esta cifra en los últimos 20 años y la tendencia se acelerará a partir de ahora, según vayan envejeciendo los baby-boomers (que en España nacieron 10-15 años más tarde que en Francia o Alemania). Para evitarlo, necesitaríamos más inmigración (con los matices apuntados en el primer epígrafe) y más nacimientos (no hay nada que apunte en esta dirección).