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Domingo Soriano

¿Otra vez la mochila austriaca? Por qué es buena idea y por qué lleva quince años sin aprobarse

Se habla mucho de productividad, pero es imposible que un mercado de trabajo con las características del español sea mínimamente competitivo.

Se habla mucho de productividad, pero es imposible que un mercado de trabajo con las características del español sea mínimamente competitivo.
Alberto Núñez Feijoo, hace unos días, durante un desayuno informativo en Madrid. | Cordon Press

El principal problema de la economía española es la productividad. Y hay muchas razones por las que llevamos estancados en este aspecto desde hace más de dos décadas: empresas muy pequeñas; pocos incentivos al crecimiento de aquellas que podrían hacerlo; maraña legislativa, que castiga la innovación y beneficia a los que ya están por ahí y saben manejarse en la selva del BOE (de los BOEs deberíamos decir, porque hay muchos); los costes y penalizaciones (no sólo impositivos) recaen de forma desproporcionada sobre los creadores de riqueza... En general, estamos en un país en el que se premia y protege lo que ya está, lo que hay, lo que puede verse; y se ignora, cuando no se castiga, lo que podría surgir.

En el mercado laboral, esto se traduce en:

  • protección de los puestos de trabajo ya creados, pero muy pocos incentivos a generar más
  • judicialización extrema de las relaciones laborales, que limita la capacidad organizativa de las empresas: el empresario siente que tiene que justificar sus decisiones respecto de su plantilla constantemente y que su autonomía al respecto es muy reducida
  • desconfianza hacia el empresario, del que se presupone que intentará siempre tomar la decisión cortoplacista del recorte del gasto (despido) por una mezcla de avaricia y desconocimiento

Sobrevolando este debate está siempre la cuestión del coste del despido. Que no es sólo el coste en términos absolutos, sino la certidumbre. Muchos empresarios te dicen que para ellos, a la hora de contratar, el principal problema no es que despedir sea caro (que lo es y mucho); sino que es incierto. Es decir, no sabes cuánto te va a costar, en tiempo y en dinero. Una decisión que debería ser ejecutada de la forma más rápida y sencilla posible (por la empresa, por el trabajador despedido, por sus compañeros) siempre tiene asociada la espada de Damocles de la judicialización, con todo lo que eso significa.

La consecuencia lógica es que las decisiones de trabajadores (me quedo en este trabajo o me busco otro) y de los empresarios (contrato a este trabajador o firmo con una subcontrata; despido al empleado 1 o al empleado 2) se toman pensando en derivadas que no tienen nada que ver con sus necesidades. Uno piensa: "Me quedo aquí, aunque no me gusta lo que hago, para no perder la antigüedad"; y el otro se plantea: "Despido al empleado 2 aunque sea mejor que el 1, porque me cuesta menos la indemnización".

Luego nos extrañamos de la precarización o de fenómenos como el de las subcontratas, pero lo increíble sería lo contrario. Los empresarios necesitan flexibilidad ante un futuro incierto. Si la ley no se lo permite, rodean la normativa tirando del temporal, el fijo discontinuo, el contrato de aprendizaje o sacando de su plantilla a todo empleado no esencial al negocio.

Enfrente, el empleado fijo, teórico ganador del sistema, vive en una mezcla de pavor al despido (porque sabe que, a partir de una edad, le costaría encontrar una alternativa) y falta de motivación e incentivos a mejorar o cambiar en su carrera profesional.

¿Productividad? Es imposible que un mercado de trabajo en el que estos parámetros son tan importantes sea mínimamente competitivo.

Mochila austriaca y contrato único

Hasta aquí, todo lo escrito podría encajar en cualquier artículo de los últimos treinta años. Los problemas son conocidos y nadie los discute.

Como la anterior crisis, la de 2008-12, nos pilló más o menos en la misma situación, se habló mucho de las posibles soluciones. Y la que más fama alcanzó fue la protagonizada por la pareja contrato único - mochila austriaca.

Con el primero se buscaba romper la retórica fijo-temporal porque se establece una única modalidad contractual. En lo que hace referencia al despido, yo eliminaría la causalidad, que no tiene ningún sentido: si un empresario desea despedir, debe poder hacerlo... como ocurre en todas las economías desarrolladas del mundo, incluidas muchas que se supone que son modelo de nuestra izquierda. Pero si eso es un escollo, se puede plantear una doble indemnización con cifras muy cercanas entre sí y que estén a medio camino entre los 20 y los 33 días actuales. De hecho, en un momento dado y puestos a buscar un acuerdo, no me parecería mal que la indemnización fuera superior a la del actual contrato temporal desde el principio (la propuesta más famosa, de Fedea, establecía una escala progresiva que iba aumentando con la antigüedad).

Una reforma así debería ser posible. Nadie gana del todo (para los empresarios el despido de contratos de corto plazo sería más caro) y rebajaría mucho la incertidumbre y los costes no económicos de contratar en España.

El complemento perfecto era la famosa mochila austriaca, que tuvo más suerte que el contrato único y que ahora recupera Feijóo. El Banco de España la planteó también en 2021 con el añadido de que pedía llenar en parte las mochilas de los actuales trabajadores con los fondos europeos (me parecería uno de los usos más útiles que podría darse a ese dinero).

La idea de la mochila es que esa indemnización por despido (toda o parte) se vaya acumulando año a año en una bolsa individual a nombre del trabajador. De esta manera, cuando le despidan, a la empresa no le resultará tan caro, la decisión se tomará pensando más en criterios de productividad y el empleado estará igualmente protegido. Además, si cambia de empresa, el trabajador se lleva su mochila (de ahí el nombre) y eso elimina parte de los miedos y el inmovilismo que ahora caracteriza a nuestro mercado laboral. Y lo que le quede en esa cuenta al final de su vida laboral, servirá como complemento a la pensión.

También aquí, como con el contrato único, hubo mucha demagogia: el argumento estrella es que el trabajador pagaría su propio despido (porque habría que ver cómo se financia la mochila, si con aportaciones sólo del empleador o con dos cotizaciones, como las pensiones). También lo hace ahora, con un menor sueldo que el que tendría si el mercado fuera más flexible. Parte de los bajos salarios en España hay que atribuírsela a la rigidez de un modelo absurdo que obliga a los empresarios a protegerse en todos los sentidos, también en los costes.

Sinceramente, lo primero que pensé al ver la propuesta del PP es que me invadía la pereza. Desde hace quince años ya sabemos lo que hay que hacer. Incluso, hay medidas que estuvieron tanto en el acuerdo fallido PSOE-Ciudadanos como en el del PP-Cs. Miren las cifras del ejemplo que les daba (y no son más que una propuesta entre las decenas que podrían hacerse). No hay nada de despido libre o modelo ultraliberal. Ni el contrato único ni la mochila austriaca se le ocurrieron a Mises en un sueño libertario. Son socialdemocracia pura, pero al menos con los pies en el suelo. Los más perjudicados serían los sindicatos y todos (y hay muchos) los que medran en esa judicialización de la que hablábamos. Hemos normalizado que el mercado laboral tiene que ser tan absurdo como el actual. Todos los actores, empezando por muchas patronales, siguiendo por las centrales sindicales y pasando por el Gobierno, han crecido y prosperado bajo ese modelo. Y por eso, harán lo que sea para que no cambie.

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