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Luis Fernando Quintero

El apocalipsis de miseria y enfermedades al que nos conducen las políticas ecologistas

Las predicciones apocalípticas de los teóricos climáticos no han hecho más que fracasar. Pero, ¿y si ponemos en marcha todas sus propuestas?

Las predicciones apocalípticas de los teóricos climáticos no han hecho más que fracasar. Pero, ¿y si ponemos en marcha todas sus propuestas?
Vista del cielo anaranjado casi rojo en San Francisco, California. El intenso humo de estos días a causa de los incendios declarados en California (EE.UU.) se unió este miércoles a la niebla y cubrió San Francisco con un cielo inédito de un intenso color naranja que recordaba al imaginario del Apocalipsis. | EFE

El éxito de películas como El Día de Mañana (2004) se basan en la fascinación que parece sentir el ser humano ante la inminencia de un apocalipsis generalmente ocasionado por la acción destructiva de la propia especie humana, cada vez más incompatible con la naturaleza para no pocos ecologistas a lo largo y ancho del mundo.

Esa fascinación ha dado alas a los llamados científicos de los paneles contra el cambio climático de las Naciones Unidas (IPCC) y que han mostrado consenso para hacer predicciones en las que acercaban el fin del mundo. Todas ellas fallidas. En el año 2000 iba a comenzar una edad de hielo y América sufriría el racionamiento de agua que se pronosticó en 1970. Otros científicos pronosticaron que para el 2020 las islas Maldivas habrían sido sepultadas por la crecida del mar. En el año 2000 los pocos niños que quedasen en el mundo después de que la mayor parte de países quedaran destruidos por inundaciones, no sabrían nunca qué es la nieve. En 2020 Reino Unido tendría un clima siberiano. ¡Ah! Y no podemos olvidar, la cantidad de veces que el Ártico se habría quedado sin hielo. Este pronóstico se ha ido actualizando, pero debería llevar con un clima templado y en ausencia de hielo desde 2015.

El gran problema tanto de los paneles científicos como de sus erróneas predicciones es que se toman las teorías sobre el cambio climático y las emisiones de CO2 como una verdad absoluta e indiscutible y tratan a cualquier científico que se atreve a cuestionar sus postulados como el tribunal que procesó a Galileo por descubrir que la tierra es redonda.

Hoy día científicos y autores tan reputados como Michael Shellenberger, Bjon Lomborg, Alex Epstein o Christian Gerondeau han puesto en duda estas teorías del fin del mundo ganándose el odio visceral y la persecución de toda la cultura woke y el gigantesco entramado de intereses que riegan chiringuitos climáticos a lo largo y ancho del mundo.

Pero, ¿qué pasa si imitamos a los teóricos del apocalipsis, pero tomando las teorías de Epstein o Schellenberger como base para predecir cómo será el mundo si continuamos por la deriva que marcan líderes de opinión como Greta Thumberg? Según estas teorías, es urgente terminar con el uso de combustibles fósiles, paulatinamente dejar de utilizar plásticos, no construir viviendas unifamiliares, reducir la superficie dedicada al cultivo, eliminar el uso de pesticidas y fertilizantes, abandonar el consumo de carne, dejar de extraer petróleo, reducir la utilización de gases fluorados, no poner el aire acondicionado y, en última instancia, decrecer, de modo y manera que el número de humanos sobre la faz de la tierra, disminuya de manera notable, entre otras cosas.

De ser así, ¿qué podría pasar en 2050?

  • Los cortes de energía eléctrica serían constantes y más de la mitad de la población sufriría una severa pobreza energética.
  • La paulatina desaparición de la tierra de cultivo unido a la restricción de pesticidas y fertilizantes merma súbitamente las explotaciones agrarias limitando dramáticamente el acceso de la población a una alimentación sana y equilibrada. La cada vez menor producción de alimento es más cara y está sólo al alcance de unos pocos.
  • La drástica reducción del uso de petróleo y la guerra contra los plásticos encarece la producción de material necesario para, por ejemplo, esterilizar hospitales y quirófanos o envases de alimentos, por lo que la sanidad también se ve resentida.
  • La lucha contra los gases fluorados acaba con el uso habitual de frigoríficos, y provoca la extensión de enfermedades relacionadas con las bacterias alimentarias como la salmonelosis.
  • El decrecimiento de ciudades, convierte pequeños núcleos urbanos en torres donde se hacinan los ciudadanos con acceso restringido a recursos como el agua o la energía eléctrica.
  • Elementos como la luz, el agua corriente o el alcantarillado, así como el acceso a frutas, verduras, hortalizas, carne, pescado o lácteos será un lujo sólo al alcance de la élite que tome las decisiones sobre el uso de los recursos disponibles.

Lo que es indiscutible es que el clima en el planeta que habitamos, la Tierra, es cambiante y lo es desde la época de los dinosaurios. Es dinámico y sus ciclos no parece que puedan acelerarse o frenarse por mera voluntad y acción de los hombres. Esto también está en teorías muy extendidas dentro de la comunidad científica. Por otro lado, si hacia lo que vamos es hacia un periodo cálido, éstos han sido mucho más propicios para el desarrollo de la humanidad que los periodos fríos.

Pero Europa parece decidida a darse un tiro en el pie. ¿Se cumplirán estas predicciones apocalípticas? Sólo el tiempo y la capacidad autodestructiva de una humanidad adocenada en los paradigmas climáticos tienen la respuesta.

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