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Ignacio Moncada: "La dolarización la critican quienes perderían el poder de devaluar la moneda"

El directivo y profesor presenta La odisea del dinero y reflexiona sobre la crisis de la inflación.

El directivo y profesor presenta La odisea del dinero y reflexiona sobre la crisis de la inflación.
Ignacio Moncada presenta 'La odisea del dinero'. | Archivo

Ignacio Moncada se licenció cómo Ingeniero Industrial por ICAI (Universidad Pontificia Comillas) en 2009 y cinco años después, en 2014, obtuvo la Licenciatura en Economía por la UNED, con especialización en mercados financieros y sistema monetario. Durante seis años, trabajó en Estados Unidos como analista financiero en banca de inversión. Posteriormente, ha sido responsable de inversiones en diferentes compañías de infraestructuras y energía en España.

Articulista y colaborador de distintos medios, Ignacio Moncada es también profesor asociado en los programas de inversión en valor de OMMA Business School y acaba de publicar un libro titulado La odisea del dinero (Gaveta Ediciones, 2023) en el que reflexiona sobre el pasado, el presente y el futuro de esta institución social y económica.

¿Qué es el dinero, qué ha sido el dinero y qué debería ser el dinero?

El dinero se define como el medio de intercambio generalmente aceptado en una sociedad. Es un bien que permite a los seres humanos realizar operaciones de compra-venta de forma eficiente. Nos ha ayudado a dividir el trabajo y a pasar de economías de autoconsumo a modelos más eficientes de organización de la producción. Por tanto, el dinero es, ante todo, una institución que nos ha permitido alcanzar la prosperidad que hoy disfrutamos. Diría incluso que es uno de los pilares sobre los que se asienta nuestra civilización.

Su libro ofrece una mirada de muy largo plazo al dinero y su evolución.

Así es. El dinero ha pasado por cuatro grandes fases históricas, evolucionando con el paso del tiempo. La primera de esas cuatro fases fue la del dinero primitivo, cuando lo que entendíamos como dinero eran cabezas de ganado, conchas, colmillos, etc. En una segunda fase aparece la moneda, con metales como el oro, la plata, el bronce… y un cierto respaldo oficial de su contenido. Lo bueno de este salto fue que permitió la extensión de su uso, ya no hacía falta ir con balanzas a cualquier intercambio o restringir los acuerdos a aquellos que pudiesen contar con el visto bueno de un experto allí presente. Pero lo malo es que, al generar un modelo de dinero centralizado, surge la tentación de manipular su valor. Y esa es una tentación muy grande en la que han caído incontables gobiernos y autoridades. La tercera fase son las promesas de pago que conviven con las monedas y se usan como dinero: los billetes, las letras de cambio, los depósitos…Y la cuarta fase, que es la actual, es aquella en la que se rompe con cualquier tipo de vínculo con el oro y la plata, de modo que el único respaldo del dinero es el Estado.

Se ha producido, pues, una progresiva nacionalización del dinero y, en paralelo, se ha eliminado su competencia al imponerse una única divisa de curso legal.

Todo eso es lo que hace que el dinero sea hoy por hoy un monopolio estatal, típicamente administrado por el banco central. Su desempeño depende directa o indirectamente de las decisiones que toman las más altas esferas políticas. Por tanto, la gestión del dinero ha dejado de ser automática, es decir, ya no obedece a las dinámicas económicas de los agentes del mercado. En consecuencia, el dinero ha pasado a estar en manos de quien, de hecho, buscan beneficiarse de ese poder, por ejemplo poniendo más dinero en circulación del necesario para servir a sus objetivos particulares de "estimular la economía", "rescatar la producción", etc.

En cierto modo, y hablando coloquialmente, ¿no se podría decir, que hemos metido al zorro en el gallinero o que le estamos diciendo al pirómano que ejerza de bombero?

En mi capítulo sobre el dinero fiat asumo esa analogía por completo. En teoría, si la oferta y la demanda de moneda operasen bajo un equilibrio de mercado, un sistema de dinero sin respaldo puede funcionar más o menos bien, porque las dinámicas de su valor siguen obedeciendo a las decisiones de los agentes económicos y la competencia entre una divisa y otra facilita la elección de aquella con mejor desempeño. El problema es que, en la práctica, no tenemos nada de eso. Lo que hemos vivido ha sido una manipulación continua del dinero, alcanzando un grado sin precedentes en las dos últimas décadas y, especialmente, en los últimos años. La tentación es muy fuerte, porque la ilusión monetaria implica promover un crecimiento de corte inflacionista para, por ejemplo, rebajar el valor real de la deuda pública, inflar las cifras de recaudación, maquillar el mal desempeño de la producción, etc.

El dinero, pues, no debería estar en manos de los políticos.

Los políticos, al final del día, son personas con intereses particulares. En su caso, ellos van con una calculadora electoral en la mano. Si la inflación que provocan sus políticas es medianamente tolerable, abusan de ella todo lo que pueden, tanto para inflar el crecimiento a corto plazo como para reducir el peso relativo de los pasivos. Sin embargo, el problema de jugar con lo que no se debería jugar es que al final el experimento se les acaba yendo de las manos y, cuando quieren actuar para rectificar el error, ya es tarde y el impacto es muy doloroso para la población.

Hablemos del Banco Central Europeo en concreto. ¿Qué evaluación hace de su gestión de la Eurozona?

El BCE aumentado la oferta monetaria muy por encima de la demanda - y lo ha hecho comprando activos a largo plazo (bonos a diez años) que son muy ilíquidos. Esto es muy difícil de compensar a corto plazo, lo que dificulta la salida del problema. Hay que decir que el exceso monetario ya venía siendo acusado desde la crisis financiera de 2008 pero, con la pandemia del coronavirus, las políticas de los bancos centrales se volvieron mucho más expansivas, si cabe. En los últimos dos años, los bancos centrales han intentado replegar velas, por eso los tipos ya están por el 4%, pero la inflación rebasa dicho umbral, de modo que los tipos reales siguen siendo negativos y la reacción no solamente ha sido tardía, sino insuficiente.

Esto nos obliga pasar a un análisis más cuantitativo, es decir, a ir un poco de Viena a Chicago.

Si ya estás en un proceso inflacionario, lo que deben hacer las autoridades es analizar el desajuste existente en los agregados monetarios, aumentar los tipos de forma consecuente y reducir el dinero en circulación. Si el BCE se lo toma en serio y no levanta el pie del freno, en menos de un año se podrían ajustar o estabilizar los precios. El interrogante es saber si van a ir hasta el final o van a tener dudas a la hora de recorrer la última milla… De la inflación de los 70 se terminó saliendo en los 80, porque las medidas no fueron lo suficientemente serias y hubo que terminar actuando con más dureza.

Mario Draghi también ha sido parte de esa conjura expansionista pero, a mediados de la década pasada, también hubo una época de su mandato en la que llegó a reducir con fuerza el tamaño del balance del BCE. Aquellos fueron años de ligeras deflaciones que favorecieron la mejora sostenida del poder adquisitivo. ¿Por qué nadie reflexionó sobre aquello?

Los movimientos de la oferta monetaria hay que estudiarlos también en base a la demanda. Si la demanda sube mucho y la oferta no lo hace, nos vamos a una deflación. Por lo tanto, hay que actuar con cautela. Tiene sentido que, en 2008 o en 2020, ante una crisis financiera o una pandemia, se actúe puntualmente aumentando la oferta. Sin embargo, esa reacción debe ser puntual y tiene que hacerse comprando activos líquidos, de corto plazo. Eso sería lo coherente en un sistema monetario como el actual.

Javier Milei ha sido elegido presidente de Argentina y propone una dolarización como la que ha salvado a Ecuador de la inflación. Panamá es otro caso relevante de economía dolarizada que también ha logrado controlar históricamente las subidas de precios que han golpeado a otros países latinoamericanos. ¿Qué opina de esta propuesta?

Cuando se habla de dolarizar un país, el grito en el cielo lo ponen siempre quienes perderían por ese camino la capacidad de controlar el sistema monetario y devaluar, mientras que la sociedad suele recibir bien el cambio de una divisa mal gestionada a otra que está reconocida a nivel mundial y se gestiona de forma menos temeraria en términos comparados. El paso de la peseta al euro, en parte, tenía ese atractivo. Y, de hecho, en la crisis anterior vimos que alguna gente lamentaba la pérdida de soberanía monetaria para decir que, en el fondo, estaban frustrados por no poder devaluar… Ese poder beneficia al político, no a la población.

En las altas esferas europeas se suele hacer mucho seguidismo monetario de Estados Unidos. Entiendo que somos áreas económicas muy integradas, pero ¿no deberíamos tener nuestra propia agenda en lo referido al manejo de la moneda?

El BCE puede tratar de hacer las cosas mejor que la FED. Ellos tienen el colchón de una gigantesca demanda internacional de dólares, lo que permite amortiguar algunos de los errores que se cometen en la gestión de la moneda estadounidense. ¿Estamos condenados a ir siempre de la mano? No, deberíamos intentar una gestión más prudente y conservadora de la divisa europea, pero claro, si esto encarece el euro en relación con el dólar también se suelen generar reticencias entre quienes insisten más en exportar por precio que por calidad… El caso de Suiza en esta crisis inflacionaria es llamativo, tienen una subida de precios mucho más tímida que la observada en Occidente y deberíamos tomar nota de ello, porque su política monetaria ha sido distinta, a pesar de que están muy insertados y relacionados con el resto de Europa.

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