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Domingo Soriano

¿Cuántos empleos se perderán por la IA?

Según un informe del BCE, los sectores más expuestos a las nuevas tecnologías no están viendo una disminución de la ocupación, más bien al contrario.

Según un informe del BCE, los sectores más expuestos a las nuevas tecnologías no están viendo una disminución de la ocupación, más bien al contrario.
¿Cómo será el mercado laboral post-IA? Nadie parece tenerlo muy claro | Cordon Press

Usando datos para ocupaciones al nivel de tres dígitos en Europa, encontramos que, en promedio, el empleo ha aumentado más en las ocupaciones más expuestas a la IA. Esto ocurre en mayor medida en el caso de las ocupaciones con una proporción relativamente mayor de jóvenes y trabajadores de mayor cualificación profesional.

El anterior párrafo es la principal conclusión del informe New tchnologies and jobs in Europe (de Stefania Albanesi, António Dias da Silva, Juan Francisco Jimeno, Ana Lamo y Alena Wabitsch), publicado esta semana por el Banco Central Europeo (BCE). Según sus cifras, no sólo no se está viendo una disminución de puestos de trabajo, sino que en muchos sectores expuestos a la IA... en realidad, el empleo ¡está aumentando! La nota de prensa del BCE tenía incluso un punto irónico. Remedando una vieja anécdota refería: "¡Las noticias sobre el fin del empleo humano como consecuencia de la Inteligencia Artificial han sido enormemente exageradas".

Porque nos las damos de modernos, pero al final seguimos viviendo y discutiendo de lo mismo que los viejos economistas de finales del siglo XVIII o comienzos del XIX. Malthusianismo y ludismo, por ejemplo, llevan doscientos años probándose equivocados pero resistentes. Los autores recuerdan que la historia sugiere que los miedos a que el trabajo fuera a desaparecer como consecuencia de un avance tecnológico no tenían fundamento en la mayoría de las ocasiones y que los sectores expuestos a dichos avances casi siempre han sido los que al final más los han capitalizado (algo lógico, por otro lado). Porque, además, que una ocupación desaparezca no quiere decir que lo haga un puesto de trabajo de forma inmediata: una empresa que ahora paga a un empleado por hacer algo que encargará a la IA puede darse cuenta de que ese mismo empleado le sirve mejor en otra tarea de más valor añadido. El ahorro en costes por un lado puede incentivar la innovación en otro. Por eso, es tan habitual que los sectores a los que más afecta una innovación sean los que más cambien; y esto no quiere decir que cambien a peor o a menos empleo. En resumen, que si los camareros desaparecen por la IA, a lo mejor nos los encontramos tocando música en vivo el fin de semana siguiente (o a lo mejor no y se amortiza el puesto; lo que decimos es que no demos por sentado que ocurrirá lo que parece más obvio).

En este sentido, el propio paper recuerda que todavía es pronto para cualquier conclusión definitiva sobre cuál va a ser el impacto de la inteligencia artificial en el mercado de trabajo. En el acumulado, me apuesto dinero si hace falta, será positivo. Haremos más cosas, incluyendo cosas que ahora ni imaginamos (como mi abuelo en 1950 no se imaginaría que ahora tendríamos coachs motivacionales o profesores de pilates; o tantos periodistas listillos escribiendo columnas sobre el futuro del empleo). Aunque en el detalle está claro que puede haber ganadores y perdedores. Igual que los que conducían carretas de caballos en 1880 o fabricaban sombreros en 1950 tuvieron que reinventarse para seguir cobrando un sueldo veinte años después.

Porque, además, no tenemos ni idea de lo que será la IA: ni en términos tecnológicos ni económicos. La clave no es sólo lo que podrán hacer los ordenadores (que también), sino quién lo venderá y en qué formato. Y, más importante todavía, quién se quedará el margen, que al final es la gracia de todo y lo que garantiza los empleos y las nuevas ocupaciones. Uno de los fenómenos menos estudiados pero más evidentes de las últimas décadas es la cantidad de tecnologías muy útiles (ejemplo, mensajes de texto o correo electrónico) que no no han logrado monetizar su servicio (o han preferido hacerlo de forma indirecta) mientras otras aparentemente más prescindibles han conseguido un nicho y una facturación más que respetable (de Tiktok a OnlyFans, pasando por Instagram o Twitch).

Sobre el impacto en el mercado laboral de la tecnología y las innovaciones, otro apunte: como explica Matt Ridley en su imprescindible Claves de la innovación normalmente sobrevaloramos el impacto de las novedades en el corto plazo y al mismo tiempo lo infravaloramos en el largo. También me encaja: el ser humano tiende a atarse a la primera idea que le viene a la cabeza (la IA va a acabar con los abogados o los periodistas) y además siente que tiene que ocurrir ya (de hoy para mañana). Pero que esa intuición sea desacertada o al menos no se cumpla en su totalidad, no implica que los cambios a medio plazo no puedan ser incluso superiores a los que ahora avizoramos.

Piensen en el coche autónomo, por ejemplo: desde hace una década nos dicen que va a acabar con los taxistas o con nuestros propios coches en cualquier momento... pero ese momento parece que no llega nunca. Ahora bien, que tarde algo más en desarrollarse o que el producto final no sea como ahora lo imaginamos, es perfectamente compatible con que la automatización de la conducción haga nuestras ciudades o casas irreconocibles dentro de medio siglo: ¿tendremos garajes? ¿calles con plazas de aparcamiento? ¿más viviendas en zonas rurales? ¿El Paseo de la Castellana convertido en un gran parque? Ni idea. Pero la clave no es tanto acertar en el pronóstico y el detalle, como asumir que el la mejoría puede ser muy lenta al inicio y dispararse en un momento dado. Y lo mismo ocurre en lo que tiene que ver con la sustitución en el empleo: para que una empresa confíe una tarea clave en la IA, ésta tiene que ser fiable al 100% (y no requerir de demasiadas complicaciones en su uso diario). Pero una vez que lo haga, el proceso puede llevar a resultados impensables.

Vuelvo al informe del BCE para un apunte final. Porque los autores se muestran muy cautos a la hora de sacar conclusiones (y se agradece). Y admiten que los resultados varían bastante entre los diferentes países europeos que han servido de base al estudio, algo que achacan a "diferentes estructuras económicas", al "ritmo de difusión de la tecnología", al sistema educativo, a la competencia en cada mercado o a la legislación laboral. De nuevo, la diferencia entre el detalle y el acumulado: incluso aunque el impacto de la IA o de cualquier otra tecnología sea positivo, no todos tenemos que salir ganando. Esto nos deja la impresión de que habrá países que estén mejor preparados para aprovechar la parte buena y eludir las consecuencias negativas. ¿Cuáles? Pues intuimos que los que sean más flexibles (permitan a sus empresas ajustarse a las nuevas necesidades) y los que tengan una fuerza laboral mejor formada (que pueda reinventarse varias veces a lo largo de la vida laboral). ¿Creen que España cumple alguna de estas condiciones? Yo tampoco.

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