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Domingo Soriano

Los agricultores europeos cortan carreteras porque les hemos pedido que lo hagan

Si tu cuenta de resultados depende de un político, la clave será establecer que la importancia de tu producto va más allá de la etiqueta de compra.

Si tu cuenta de resultados depende de un político, la clave será establecer que la importancia de tu producto va más allá de la etiqueta de compra.
Tractorada en protesta por la política agrícola de la UE, este viernes, en Valladolid. | EFE

El objetivo de cualquier empresario es ganar dinero. Y es bueno que así sea. Hay infinidad de posibilidades para los escasos recursos de los que disponemos. Así que nunca podemos saber si el uso que le estamos dando a esos recursos es el adecuado. Los beneficios nos lo indican. Si vendemos por más de lo que nos costó es que los consumidores valoran más lo que hemos hecho que los recursos que utilizamos.

Hasta aquí, la lógica del mercado.

En la política no existe esta secuencia. Ahí tenemos a unos tipos que deciden cuáles son los usos sociales más convenientes para algo. Cómo utilizar unos recursos o cómo organizar la producción para lograr unos fines que se consideran valiosos. Da igual que los consumidores apunten en una dirección con sus decisiones de compra. Hay otros criterios que se imponen. ¿Por qué? Pues nos dicen que es para equilibrar el terreno de juego (unos tienen mucho y otros poco, y hay que velar por estos últimos). O para imponer una acción colectiva positiva que no se daría por la suma de acciones individuales (por ejemplo, cuidar bienes culturares o naturales). O para solucionar supuestos fallos de mercado (el más típico, el de las externalidades: beneficios o costes ocultos que no entran en juego entre los intervinientes en una transacción).

Hasta aquí, la lógica política.

Uno de los debates de nuestras vidas es el de qué bienes deben situarse en el primer párrafo y cuáles en el segundo. No hay (casi) ninguno que esté al 100% en uno u otro. Pero sí los hay que se escoran más hacia uno u otro lado.

Mi postura es que (casi) todo debería estar arriba. No me fío de los criterios políticos. No creo que reflejen realmente una opinión colectiva. Son ineficientes y no logran sus propósitos. Desperdician recursos que serían mucho más valiosos en otros usos. Exageran los supuestos fallos de un lado y minimizan los del otro. Y no sigo, que el artículo no va de esto.

Porque ese debate es el paso dos. Lo primero cuando analizamos las acciones de unos y otros es saber en qué grupo están. Porque no tiene nada que ver. Si te preocupa el mercado, tu obsesión será convencer a tu cliente de la calidad de lo que vendes y de que merece la pena pagar su precio. Si tu cuenta de resultados depende de un político, la clave será fijar en el imaginario colectivo que la importancia de tu producto va más allá de la etiqueta de compra.

Los tractores

Viene todo esto a cuento de lo ocurrido en las últimas semanas en Europa. Con las tractoradas, los camiones volcados, las exministras francesas diciendo que los tomates españoles son incomestibles o los cortes de carretera. Todo muy lógico, sino uno piensa en formato político.

No tendría por qué ser. Pero ha terminado siéndolo. Desde hace décadas, Europa decidió que la agricultura sería un sector al margen del mercado. No al margen por completo, pero lo suficiente como para que un porcentaje muy elevado de los ingresos y los costes de los agricultores dependiera del comisario, ministro o consejero de turno. De nuevo, no entro aquí a si está o no justificado. En mi opinión, no. Las normativas sanitaria, de manipulación e higiene, sobre fertilizantes-pesticidas o bio-agricultura, de cuidado y salud animal... Creo que hace mucho que sobrepasamos la frontera de lo razonable. De hecho, no sé si esa frontera tendría que haber estado trazada por los políticos en vez de por los clientes.

Y peor todavía es lo del cambio climático. La legislación verde tiene un impacto enorme en lo que se puede hacer en los campos de cultivo y en los corrales. Pero su importancia es todavía más acusada en lo que rodea a la materia prima: desde el combustible para los tractores al coste de la energía que usan las explotaciones.

Digo que no me quiero meter en la justificación de todas estas normas. Aunque no puedo evitar el apunte de que todo lo que tiene que ver con la política climática es un tiro en el pie de manual. Tienes un sector puntero, más caro que el de otros países, pero que también acumula grandes ventajas (capital humano, tecnología, calidad, cercanía al consumidor); y le pones un lastre regulatorio brutal. Siempre se da por hecho que era inevitable que Europa perdiera la batalla del sector primario frente a países más pobres, pero no tengo nada claro que fuera así. Esto es como lo de la invasión del coche eléctrico chino en una industria que dominabas con cierta comodidad hasta hace 10 años. No se conocen muchos casos de países que hayan hundido a voluntad aquello que los hacía ricos. Pues Europa lo ha hecho, en la agricultura, la ganadería y el automóvil, en las últimas dos décadas.

Pero vuelvo al inicio. Incluso si uno cree que estas normativas están justificadas, lo que no podemos negar es que cambian el terreno de juego. Ahora un tipo que tiene unos invernaderos en Almería ya sabe que el consumidor es su prioridad número dos. Que sí, que también lo tendrá en cuenta, pero no es lo más importante. Lo que determinará su supervivencia a medio plazo es la decisión política, ya sea en forma de nuevas normas, restricciones al comercio exterior o subvenciones. Y de esa convicción a tener uno de los lobbies más poderosos de la UE o a bloquear carreteras con el tractor hay un pasito muy pequeño. ¿Que eso genera dinámicas perversas? Pues claro. Desde lobbistas que hacen de la captación de políticos su forma de vida a enfrentamientos con otros colectivos que se sienten perjudicados en la protesta. Pero es que es lo que les hemos pedido que hagan. Les sacamos del mercado y les llevamos a la política. Sólo están jugando con las reglas que se encontraron.

Mi apuesta es que la agricultura europea podría ser líder a nivel mundial si se la dejara a su suerte. Es decir, a la suerte del consumidor y la etiqueta de precios. En algunos productos algo más complicados de diferenciar (envasados, ciertas verduras y legumbres) los países de mano de obra más barata podrían tener una cierta ventaja. En la mayoría, la calidad, trazabilidad, cercanía, aplicación de la tecnología, etc... darían a nuestro sector primario una ventaja insuperable. Habrá quien diga que sería imposible y que sin las reglas proteccionistas de la UE el campo europeo estaba abocado a la desaparición. Creo que nunca lo sabremos.

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